miércoles, abril 11, 2012

Dos de Carlos Alberto Montaner: Vaticano Inc (con perdón) . Con la Iglesia hemos topado: polemizando con Alberto Müller

Nota del Bloguista

En el primer artículo de CAM sus palabras están en letras negritas (BOLD); las palabras del periodista Alberto Muller ( la letra u de Muller lleva diéresis, o sea, dos punticos: ü) están sin negritas.
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Tomado de http://www.elblogdemontaner.com


Con la Iglesia hemos topado: polemizando con Alberto Müller

Por Carlos Alberto Montaner
Madrid-Miami
abr 10, 2012


Escribí un breve artículo, Vaticano Inc (con perdón), que puede leerse en http://www.elblogdemontaner.com/ y he recibido algunas críticas negativas de viejos y queridos amigos. Una de ellas la escribió Alberto Muller. Voy a responderle por párrafos. Dice Alberto:

Ocurre con frecuencia que cuando el Pontífice de la Iglesia Católica visita países o hace declaraciones morales o de corte social que impactan a millones de creyentes y no creyentes, surja más de un supuesto experto vaticanista a increparlo, enmendarlo o aconsejarlo.

Curiosa observación. ¿Para hablar de México hay que ser un mexicanista? ¿No tienen derecho los papas alemanes a hablar de Cuba porque no son cubanólogos? No me parecería justo. Pero, por la otra punta, ¿por qué, si el Papa, un alemán, y el nuncio, un italiano, hablan de Cuba y juzgan la actuación de los cubanos, no puedo yo hablar del Papa y del Vaticano?

Me sorprende que Carlos Alberto Montaner, al cual respeto con hondura y con el cual comparto dolores y sueños de Patria libre y de un mundo mejor, haya caído en la tentación mediática de convertirse en otro vaticanista de ocasión. ‘Vaticano Inc (con perdón)’ —así titula la nota Carlos Alberto— es un análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.

No pongo en duda absolutamente nada de esto. Lo matizaría agregando que el aporte cultural e histórico del cristianismo, pese a las barbaridades cometidas por la Iglesia Católica, es mucho más positivo que negativo. No hay nada, pues, en mi breve artículo que contradiga la esencia de cuanto afirma Alberto. No soy anticatólico ni anticlerical.

Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.

Todo eso está muy bien, y la semana anterior había escrito una columna favorable al papa que hasta la publicaron en Roma en italiano, pero el punto de partida de este otro artículo era que había personas disgustadas con el Santo Padre, como las Damas de Blanco, porque no había encontrado un minuto para consolarlas. ¿Dónde está el agravio en esa observación?

Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los desheredados, se realicen por una razón de convivencia. Los servicios de la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta, incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados y marginados del mundo.

Me temo que Alberto no entendió lo que yo escribí. Voy a repetirlo: “Desde esa perspectiva [la de Vaticano Inc.], la Iglesia Católica es una enorme empresa de servicios espirituales y asistencia social. Los servicios espirituales, esencialmente, consisten en sostener y propagar una forma de convivencia derivadas de las prédicas atribuidas a Jesús de Nazaret, basada en el amor y el perdón que, de acuerdo con las creencias del grupo, permiten alcanzar una placentera vida eterna tras la inevitable muerte física”.

Francamente, no entiendo el disgusto. Desde sus inicios, y de manera creciente, el cristianismo, para su gloria, fue una enorme empresa dedicada a diversas variantes del asistencialismo, comenzando por enterrar a los muertos y consolar a los dolientes, hasta, posteriormente, consagrarse a la enseñanza y al auxilio a los pobres, lo que, en su momento, los hizo tan populares que hasta algunos obispos se transformaron en tribunos de la plebe (Christopher Dawson).

Tampoco es falso o inexacto que el cristianismo predica una fórmula de convivencia que, de acuerdo con las creencias del grupo, conduce a la salvación eterna del alma, presumiblemente en el cielo. Para los católicos, ¿no es verdad que quien vive de acuerdo con la doctrina de amor y perdón atribuida a Jesús por los evangelistas se salvará e irá al cielo? ¿Dónde está la ofensa?

Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el Credo tuvo la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.

En rigor, ni siquiera soy un vaticanista novato, (no paso de ser un amateur, esto es, alguien que ama el asunto) pero cualquier persona interesada en la historia de las religiones, como es mi caso, sabe que existió un Credo primitivo en el siglo II, basado en las epístolas de San Pablo, hasta que fue sustituido con algunas variantes por el texto promulgado en Nicea en el siglo IV. ¿Cómo cree Alberto que transcurrieron los tres siglos que van desde la muerte de Jesús hasta 325? ¿A partir de qué supone Alberto que los teólogos reunidos en Nicea fijaron un texto que reunía las creencias del grupo?

Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.

No tengo idea de dónde saca Alberto que la oración principal del cristianismo es el Padre Nuestro y no el Credo, texto que codifica las creencias que convierten en católica a una persona, cuando el Padre Nuestro parece ser una adaptación libre de una oración hebrea, Abinu Malkena, algo perfectamente razonable tratándose de una religión derivada del judaísmo que comenzó a predicarse y discutirse en las sinagogas.

Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera Jesús de Nazaret de Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado teológico del Padre Nuestro, porque en ese ‘nosotros’ dirigido al Dios misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica tanto del pecador creyente, como del no creyente.

Con mucho gusto leeré esa obra, porque no creo en prohibir libros, y me interesan los puntos de vista de todos, especialmente de quienes no piensan lo mismo que yo, pero me temo que seré immune a la parte teológica. Como agnóstico, no tengo la menor idea sobre la existencia de Dios o de una vida más allá de la muerte. No se me ocurre negar esas posibilidades (ojalá se confirmaran), pero tampoco me es dable suscribirlas porque carezco del don de la fe. Creo, sin embargo, que si Dios existiera con las características que con tan sorprendente certeza le atribuyen los católicos, cualquier cosa sería posible.

Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una empresa incorporada, con un ejecutivo de Cardenales y otros Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas monjas, cuyo objetivo principal es ‘salvar almas, en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos’.

¿Cuál es el problema? La Iglesia Católica, además de creencias, tiene una estructura y unas reglas. Es fondo y forma. Esa estructura y esas reglas, como se trata de una institución romana, tienen la impronta del mundillo pagano donde surgió. Se divide en diócesis y provincias porque así se organizaba Roma. Su jefe es el Sumo Pontífice —el que tira puentes entre Dios y los hombres—, porque así se denominaban los máximos sacerdotes en los ritos paganos. Y resulta que esa estructura está bastante cerca de las empresas multinacionales actuales porque es tremendamente simple y funcional.

Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas salvíficas de la Iglesia Católica.

Me parece —con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner— un poco atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El Vaticano definitivamente es algo más.

Nada de eso se pone en duda en mi texto. No se me ocurriría examinar esos temas, absolutamente ajenos y lejanos. Quienes tienen una visión diferente de María o de Jesús —en lo que no entro— son otros cristianos protestantes, y seis de cada siete personas de cuantas pueblan el planeta que, sencillamente, no son cristianas. En todo caso, aunque resulte poco frecuente analizar a la Iglesia como una empresa, es perfectamente válido hacerlo. Al fin y al cabo, es una organización que tiene ingresos y gastos, y que lucha por aumentar su cuota de mercado y su presupuesto de operación. También tiene empleados, es decir, personas que devengan salarios y reciben beneficios de la institución. ¿No es perfectamente válido analizar a la Cruz Roja como una empresa de servicios sin fines de lucro? En nuestros días, ¿no tienen que rendir declaraciones de impuestos los religiosos, aunque cuenten con algunas exenciones? Desde la perspectiva económica, incluido el aspecto fiscal, la Iglesia Católica (y todas las Iglesias) no son otra cosa que empresas de servicios.

Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en hospitales, acude a un Hospital Católico.

Eso me parece muy bien. Lo aplaudo. Es un buen servicio. Como me parece bien que recogiera los saberes del mundo antiguo y creara las primeras universidades en Occidente. Como me parece excelente que alentara en Oxford, en la Edad Media, el surgimiento de la primera manifestación de la Ilustración.

Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia Católica durante la reunificación italiana.

Esa es una interpretación sesgada de lo que dije. En esencia, escribí algo bastante obvio: que una Iglesia tan vieja, amplia y poderosa, una multinacional italiana (de los 265 papas 212 han sido italianos), constantemente tuvo y tiene que hacer concesiones contrarias al código ético que predica. Puse tres ejemplos, pero puedo poner tres mil. A cada uno de ellos Alberto puede alegar que los hombres se equivocan, pero esa respuesta es demasiado elemental para satisfacer un análisis de cierto calado que incluya la pregunta clave: ¿por qué se equivocan? Basta tomar la historia de los concordatos para comprender la enorme cantidad de concesiones que ha hecho la Iglesia para mantener o ampliar sus poderes terrenales. Estoy seguro de que Alberto coincide conmigo en que Concordatos como los sostenidos por el Vaticano con el Tercer Reich de Hitler o con la República Dominicana de Trujillo (que establece que “el Vaticano es una sociedad perfecta”) no son acciones de las que la Iglesia puede estar orgullosa. Como Alberto conoce la historia de la Iglesia Católica, y como trajo a colación el Tratado de Letrán, seguramente no ignora que la reclamación de un territorio soberano en Italia –el Vaticano— está fundada sobre un remoto fraude monumental: la supuesta Donación de Constantino (que nunca existió) del territorio de Roma a la Iglesia Católica.

Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda institución humana los comete. Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.

Alberto, como buen periodista, sabe que los artículos de opinión no deben exceder las 750 palabras. La Iglesia Católica no necesita que yo la defienda. La defiende la historia de Occidente, que no puede entenderse sin ponderar el papel que ha jugado. Lo que le conviene a la Iglesia, en cambio, es que se examine con ojo crítico sus acciones para mejorar humildemente aquello que pueda mejorarse, si es que encuentra algo valioso en los comentarios de quienes se ocupan ocasionalmente de sus cosas. Lo que la perjudica es que los católicos, laicos o religiosos, se sientan agredidos cuando se señalan errores u horrores cometidos por la institución.

Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia Católica se explican por ‘incómodas concesiones para sobrevivir’, en lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina mesiánica y salvífica.

Es cuestión de matices. Alberto piensa que la supervivencia de la Iglesia Católica se explica mejor por su magnífica historia asistencialista que por su capacidad de adaptación a la realidad, lo que en muchas oportunidades la ha llevado a concesiones y actuaciones poco recomendables. Tal vez sea una combinación de ambos factores. No lo descarto. Tampoco lo sé a ciencia cierta porque se trata de un tema abierto y sujeto a opiniones subjetivas.

De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes, tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.

Eso me complace escucharlo, pero me lleva a hacer una confesión final: cuando, de adolescente, leí al padre Teilhard de Chardin (El fenómeno humano) y me pareció encontrar una forma creíble de aunar la fe y la razón (el Punto Omega), no tardé en descubrir que la Iglesia Católica había prohibido sus libros. Eso acabó de liquidar mi fe en la institución desde el punto de vista intelctual.

Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios. Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él en el otro tiempo histórico infinito y eterno que llegará.
Esto me alegra sobremanera.

Y más me alegra a mí, querido Alberto. Sería una grata sorpresa descubrir que hay un “más allá” y que, además, está lleno de buenos amigos para continuar debatiendo. Si sucede, te aseguro que abandonaré el agnosticismo. Siempre he sido débil ante la realidad.

Carlos Alberto Montaner
Miami-Madrid
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Tomado de http://www.elblogdemontaner.com


Vaticano Inc. (Con Perdón)


Por Carlos Alberto Montaner
08 abril 2012


(FIRMAS PRESS) En México y Cuba muchas personas se sintieron defraudadas porque el papa no se quiso reunir con las víctimas de ciertos crueles atropellos. ¿Por qué el papa, en esta oportunidad, esquivó estos encuentros, propios de una institución que tiene entre sus múltiples propósitos compadecer a los que sufren?

La razón principal me la explicó un amigo experto en estos asuntos religiosos: “porque el papa –me dijo—es el CEO (el supergerente, para entendernos) de la más antigua multinacional italiana que existe en el planeta, y tiene que balancear cuidadosamente sus compromisos, sus objetivos y los principios que animan a la empresa que él dirige”.

O sea, Vaticano Inc, con perdón. Desde esa perspectiva, la Iglesia Católica es una enorme empresa de servicios espirituales y asistencia social. Los servicios espirituales, esencialmente, consisten en sostener y propagar una forma de convivencia derivada de las prédicas atribuidas a Jesús de Nazaret, basada en el amor y el perdón que, de acuerdo con las creencias del grupo, permiten alcanzar una placentera vida eterna tras la inevitable muerte física.

Las creencias básicas de los católicos-apostólicos-romanos fueron codificadas en el siglo II en el Credo, una especie de resumen teológico compuesto de doce proposiciones centradas en la divinidad de Jesús. No hay en el Credo la menor alusión a las libertades civiles o a las virtudes de la democracia. Ésas, sencillamente, no eran las preocupaciones principales de los primeros cristianos, ocupados, como estaban, en rebatir los argumentos y las convicciones de otros sectores herejes del judaísmo.

Para seguir con el símil, el CEO de esa empresa, el papa, con su headquarter en Roma, cuenta con una Junta de Directores (el Colegio Cardenalicio, hoy compuesto por más de 200 miembros, cuya más importante función es elegir al CEO), algo más de cinco mil gerentes y ejecutivos regionales (los obispos), unos 410 000 empleados (sacerdotes), 55 000 religiosos adscritos a diversas órdenes, y más de 740 000 abnegadas asistentes (monjas).

Esta impresionante masa de empleados de la “empresa”, de la que derivan sus salarios y diferentes formas de vida, están geográficamente adscritos a 2 775 diócesis, administran una enorme cantidad de templos, edificios, escuelas y museos de todas clases y, al menos teóricamente, guían o sirven a mil cien millones de clientes (fieles) de los que obtienen su sustento. Como cualquier empresa, el objetivo de Vaticano INC. es ganar y mantener nuevos adeptos (salvar almas) en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos.

Para poder llevar a cabo la misión básica de la empresa (propagar la fe religiosa) y mantener la gigantesca estructura que le da soporte, fundamentalmente dedicada a enseñar, ayudar a los desvalidos y administrar los sacramentos, el CEO tiene que balancear constantemente los principios, los objetivos de corto plazo y las obligaciones que le impone la realidad.

Es verdad que la empresa, según proclama, está primordialmente sostenida por valores morales, pero ¿qué hace cuando otras fuerzas (los gobiernos totalitarios, por ejemplo) ponen en peligro la supervivencia de la estructura que le permite difundir la fe religiosa que ellos profesan y le proporciona los medios para continuar predicando?

Por solo citar tres ejemplos, ése fue el dilema de Pío XI cuando pactó en Letrán con Mussolini y sus fascistas la creación del Estado Vaticano. Ese fue el conflicto de Pío XII con Hitler y los nazis, con quienes contemporizó o enfrentó tibiamente, hasta donde pudo, temeroso de que un zarpazo los aniquilara. Eso, en alguna medida, explica las magníficas relaciones entre Roma y el franquismo español, por lo menos durante los primeros 30 años de una dictadura que se proclamaba nacional-católica.

¿Cuándo comenzó este enredo entre el catolicismo y los poderes terrenales, entre los valores y un pragmatismo, a veces, amoral? Empezó a fines del siglo IV, cuando el emperador romano Teodosio I estableció que esta vertiente cristiana (había otras) era la religión oficial y única del imperio, y quien no la acatara sería declarado “loco y malvado”.

A partir de ese momento, la Iglesia Católica fue segregando una estructura muy romana acorde con su objetivo de servir al Estado, con los inconvenientes y compromisos que ello conlleva. Han pasado casi dos mil años y no ha podidos acudirse ese primer abrazo. Todavía hoy, el 17% de los cardenales son italianos. Hubo épocas recientes en que eran más de la mitad.

Tal vez es imposible mantener una empresa tan vieja de esas dimensiones sin hacer incómodas concesiones que le permitan sobrevivir. Lo de “París bien vale una misa” también se puede leer por la otra punta. Para dar misa a veces hay que ceder ante París. Es triste.