martes, mayo 08, 2012

Enrique García Mieres.: La deriva fascista de los países comunistas. Manuel Llamas: Hitler y el Che, dos caras de la misma moneda


Tomado de http://uncuentoviejo.blogspot.com/

La deriva fascista de los países comunistas.

Por Enrique García Mieres.

Vivimos unos tiempos en los que todo se concibe y percibe  en clave económica, y fuera de ahí lo demás parece no existir. En tal sentido las nuevas-o no tanto- realidades políticas en países como China o Viet Nam con regímenes  comunistas que han implantado una economía de corte capitalista son consideradas por la comunidad internacional con apelativos, fuera del debate doctrinal, que constituyen verdaderos casos de oxímoron: “Capitalismo de Estado” o “Socialismo de Mercado”. Nótese que para consumo de socialistas, propios o extraños, lo de capitalismo y mercado tienen un tono peyorativo y por lo tanto hay que acompañarlo de palabras supuestamente laudatorias como Socialismo o  Estado. Con esta designación asentada en el ámbito exclusivamente económico la gente parece darse por satisfecha, como si no hiciera falta mirar más allá. Los que sí lo hacen y encuentran que no se trata de ordinarias dictaduras  privatizando empresas, sino de la incorporación de la propiedad privada y las prácticas económicas capitalistas a un sistema totalitario, recuerdan que ya conocíamos un nombre para algo así: fascismo.

Quizás sea conveniente hacer un poco de memoria sobre los dos grandes totalitarismos del siglo pasado: comunismo y fascismo. A pesar de ser antagónicos e irreconciliables es preciso recordar que ambos se ofrecieron como la única alternativa posible para superar  al capitalismo burgués y liberal: “El trabajador en un estado capitalista no es visto como un creador, sino como una máquina, un número, una rueda en la máquina, sin sentimientos ni razón. Está alienado de lo que produce. El trabajo es la única manera de sobrevivir, no un camino para mayores bendiciones, no un placer, no algo de lo que estar orgulloso, satisfecho. Somos un partido de trabajadores porque vemos que se aproxima la batalla entre finanzas y trabajo, el principio del final de la estructura del siglo XX. Estamos de lado del trabajo y contra las finanzas. El dinero es la vara con que mide el liberalismo, el trabajo y el talento del estado Socialista. El Liberal pregunta: ¿Qué eres?, el Socialista pregunta: ¿Quién eres? No queremos hacer a todas las personas idénticas, tampoco queremos niveles sociales, alto y bajo, por encima y por debajo”. La cita no era de un marxista sino de Goebbels en el discurso “Por qué somos Nacional- Socialistas”.

Si nos ahorramos describir todo lo que tuvieron de horrible y grotesco ambos sistemas durante su recorrido histórico, a pesar de sus pretensiones doctrinales, retóricas y delirios caudillistas, y sólo  reparamos en el resultado final de su modelo de Estado tan similar en ambos casos: unicidad partidista y sindical, ideologización de la sociedad encuadrada en organizaciones de masas al servicio de la identidad Estado-partido-gobierno-pueblo, y demás rasgos totalitarios en prensa, justicia, doctrina, seguridad, etc. Se puede recordar que las diferencias, en forma de reproches comunistas, eran relativas a cuánto se desmontaba del sistema capitalista precedente. El comunismo lo desmantela por completo, el Estado queda como depositario absoluto de la propiedad y los intereses de clases, que ya no tendrán que reivindicarse  porque la burocracia estatal se hará cargo de velar por la “justicia” social. Mientas el fascismo, que se definía como la tercera vía entre capitalismo y comunismo, creaba el estado corporativo con una economía dirigida donde se “armonizaban” los intereses de trabajadores y burguesía, bajo control del Estado y al servicio de este. Así la burguesía consentida que pasaba el filtro ideológico  se incorporaba a la elite privilegiada junto a la burocracia del Estado. Los dos sistemas asignan de modo coactivo lo que es “conveniente” al trabajador sin opciones de protestar.

 Los países comunistas que se transforman hacia una economía mixta, de capital público y privado, están desandando el camino situándose en una tercera vía intermedia semejante a los fascistas. Esta vez creando de la nada esa burguesía fiel que acompaña a la élite burocrática, y que dispone de una clase trabajadora obediente y “armonizada” ideológicamente. Es un error de percepción- ingenua o interesada- considerar que estamos ante una transición paulatina hacia un régimen capitalista y democrático, porque esto conlleva a que se evalúen dichas transformaciones  en la medida que se avanza en la buena dirección. Pero no es así, la supuesta transición es un fin en sí misma, hasta alcanzar todo el capitalismo que el sistema comunista pueda digerir sin perder su naturaleza totalitaria que es la que garantiza el poder a la nueva élite, partidista y capitalista. De no gozar de tan mala prensa, algunos ya se habrían apurado en llamar al conocido modelo chino  como “Fascismo del siglo XXI”.

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Hitler y el Che, dos caras de la misma moneda

Por Manuel Llamas
   
Resulta del todo aberrante observar cómo, a día de hoy, la izquierda sigue cantando las bondades del comunismo, cuyo triunfo condenó a muerte a más de cien millones de personas. El último ejemplo de tal barbarie propagandística tuvo lugar recientemente en Ecuador, donde la Asamblea Nacional aprobó una resolución para condenar el asesinato del terrorista Ernesto Che Guevara.

Más allá de esta anécdota, lo trágico de la cuestión radica en que multitud de jóvenes, políticos e intelectuales continúan alabando las virtudes de esta ideología totalitaria y genocida, al tiempo que proclaman con total soltura su espíritu "antifascista", cuando en realidad comunismo, fascismo y nazismo configuran un frente común. Son, en esencia, manifestaciones diversas del pensamiento anticapitalista más extremo.

Uno de los aspectos más llamativos y contradictorios de estos movimientos de izquierda tiene que ver con su total ignorancia del ideario nacionalsocialista, que guarda numerosas similitudes con el comunista. Ambos aspiran a reconstruir la sociedad desde los cimientos –para lo cual precisan derribar las instituciones existentes–; a conformar un mundo nuevo que, a modo de paraíso utópico, dé origen a un hombre renovado, cuya voluntad individual quede anegada por el bien común, el espíritu del pueblo (léase Estado). Así pues, el eje vertebrador de comunistas y nazis es ni más ni menos que su idolatrado socialismo.

Hitler y Lenin perseguían un mismo objetivo: erradicar la libertad individual y el capitalismo
. El primero tenía una visión nacionalista basada en la lucha de razas; el segundo, una perspectiva internacionalista sustentada en la lucha de clases. Luciano Pellicani, en su obra Lenin y Hitler, los dos rostros del totalitarismo, desentraña a la perfección el denominador común de ambas ideologías. Así, basta con leer los alegatos anticapitalistas de los líderes nazis para comprobar el germen puramente socialista del totalitarismo hitleriano:

– Adolf Hitler:


    La lucha más fuerte no debía hacerse contra los pueblos enemigos, sino contra el capital internacional. La lucha contra el capital financiero internacional era el punto programático más importante en la lucha de la Nación alemana para su independencia económica y su libertad (...)

    En la medida en que la economía se adueñó del Estado, el dinero se convirtió en el Dios que todos tenían que adorar de rodillas (...) La Bolsa empezó a triunfar y se dispuso lenta pero seguramente a someter a su control la vida de la nación (...) El capital debe permanecer al servicio del Estado y no tratar de convertirse en el amo de la nación.

    Tampoco después de la guerra podremos renunciar a la dirección estatal de la economía, pues de otro modo todo grupo privado pensaría exclusivamente en la satisfacción de sus propias aspiraciones. Puesto que incluso en la gran masa del pueblo todo individuo obedece a objetivos egoístas, una actividad ordenada y sistemática de la economía nacional no es posible sin la dirección del Estado.

    Yo no soy sólo el vencedor del marxismo, sino también su realizador. O sea, de aquella parte de él que es esencial y está justificada, despojada del dogma hebraico-talmúdico. El nacionalsocialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus lazos absurdos y superficiales con un orden democrático.


– Joseph Goebbels:

    Nosotros somos socialistas (...) somos enemigos, enemigos mortales del actual sistema económico capitalista con su explotación de quien es económicamente débil, con su injusticia en la redistribución, con su desigualdad en los sueldos (...) Nosotros estamos decididos a destruir este sistema a toda costa (...) El Estado burgués ha llegado a su fin. Debemos formar una nueva Alemania (...) El futuro es la dictadura de la idea socialista del Estado (...) Ser socialista significa someter el Yo al Tú; socialismo significa sacrificar la personalidad individual al Todo.

– S. H. Sesselman (líder el partido nazi en Múnich):
    Nosotros somos completamente de izquierda y nuestras exigencias son más radicales que las de los bolcheviques.
– Gregor Strasser (presidente del partido nazi entre 1923 y 1925, mientras Hitler estuvo encarcelado):

    Nosotros, jóvenes alemanes de la guerra, nosotros, revolucionarios nacionalsocialistas, desencadenamos la lucha contra el capitalismo.

El programa político nazi incluía la "eliminación de las ganancias" y de la "esclavitud del interés", la "estatalización" de empresas estratégicas y la "expropiación" forzosa, sin indemnización, de la propiedad privada. Y si bien el régimen nazi no nacionalizó todos los medios de producción, puso la economía al servicio de los intereses del Estado, bajo amenaza de duras penas y castigos (expropiación, cárcel, trabajos forzosos y condena a muerte). No en vano, tal y como razonaba la cúpula nazi, "¿qué necesidad tenemos de socializar los bancos y las fábricas? Nosotros socializamos los seres humanos".

Así, no es extrañar que el último canciller de la República de Weimar, el general Kurt von Schleicher, advirtiera de que el programa nacionalsocialista "apenas era distinto del puro comunismo". De hecho, muchos de los que engrosaron las filas de las temidas SS y SA procedían de las filas comunistas, siendo su fin último el bolchevismo.

Visto lo visto, y puesto que los nazis combatieron tanto o más que los comunistas el malvado capitalismo, me pregunto por qué Ecuador no condena igualmente el asedio de las potencias aliadas al régimen de Hitler... O bien por qué los jóvenes antisistema no estampan el rostro del Führer sobre camisetas rojas con una esvástica de fondo, al más puro estilo Che Guevara. ¿A qué viene esta discriminación, si al fin y al cabo Hitler y el Che perseguían el mismo fin, empleando, además, medios tan similares?

© Instituto Juan de Mariana
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Las estrechas relaciones entre la Alemania Nazi y la URSS
( versión completa de 1 hora y 22 minutos)