domingo, mayo 06, 2012

Roberto A. Solera : POR QUE ME APARTÉ DE LA IGLESIA CATÓLICA CUBANA

POR  QUE ME APARTÉ DE LA IGLESIA CATÓLICA CUBANA



Por Roberto A. Solera
Editor de Cuba en el Mundo.com


Primeramente aclaremos que no soy ejemplo a seguir ni modelo a imitar. Sólo soy un cubano de a pie –nunca me subí a ningún carro revolucionario en busca de prebendas ni ventajas económicas ni del oropel del éxito-- y sí me sumé a lo que creía –mucho antes del triunfo revolucionario de enero de 1959 – seria la revolución traicionada por los intereses espurios en los años 30s.

No soy ni fui comunista ni seguidor del socialismo proclamado por el Partido Socialista Popular antes y durante la segunda revolución traicionada…o tal vez no sea la segunda y sí una más de las muchas que han aquejado a Cuba mucho antes de su inauguración como república en mayo de 1902.

Crecí en el catolicismo desde muy niño, aunque mi padre no era precisamente religioso y mi madre ni siquiera era católica y siguiendo sus raíces anglosajonas  fue bautizada dentro del protestantismo –aunque ya en mi infancia ella asistía a la iglesia católica, según sus palabras para evitarnos a sus hijos el estigma sufrido por ella de no ser católica en un país que sí lo era.

Choqué con la doctrina católica al ver como nosotros sus hijos, técnicamente, éramos considerados por ésta como “ilegítimos”  pues la Iglesia católica no reconocía el matrimonio  de mis padres pues se casaron en una iglesia protestante—Presbiterania-- en Nueva York, donde vivían, lo que le permitió a mi padre, más tarde ya en los 40s, volver a contraer nuevas nupcias, tras su divorcio, nada menos que en la Catedral de Alajuela, Costa Rica, lugar de su nacimiento.

Fui miembro de la Congregación de San Estanislao de Kotska durante mi educación primaria y participé en múltiples Ejercicios Espirituales mientras estudiaba Bachillerato en Belén, en La Habana.

No obstante,  seguía asistiendo diariamente a misa, no sólo los domingos, mientras estuve estudiando en el Colegio de Belén, de los padres jesuítas en La Habana.

Tuve magníficos ejemplos de sacerdotes devotos a su Fé, como el Padre Daniel Baldor, S. J. Rector más de una vez del Colegio, con quien mantuve frecuente correspondencia hasta su muerte en Obra Manresa, en Santo Domingo, después de mi traumático choque con la estructura religiosa en la cual me había formado.
Mi desencanto tuvo mucho que ver de sentir que mi Iglesia no respondía como yo creía a los retos de una nueva situación en mi Patria y ver que se manifestaba contraria a un movimiento de justicia social, que en ese momento yo creía justo, no obstante los sangrientos excesos que sin duda se cometieron durante años de enfrentamiento ideológico y de tomar partido.

Ya en 1960 vi a la jerarquía católica utilizar –aún lo creo—la Fé de sus fieles con fines políticos donde mucho de lo mejor de nuestra joven sociedad se desangraba gritando “Viva Cristo Rey” –entre ellos Rogelio González Corzo, mi compañero de aulas en Belén y mi amigo, quien fue fusilado bajo un seudónimo –Harold Boves Castillo—y conocido en la clandestinidad como, “Francisco”, máximo dirigente del Movimiento de Recuperacion Revolucionaria magnífico individuo quien murió como un héroe, a mi juicio inutilmente. creyendo hasta el fin en la justicia de su causa.  

He visto que la Iglesia tiene una dicotomía raigal, entre su poder económico y su misión espiritual, y que a menudo confunde  cuál es su verdadera y única misión: la espiritual. Sé que esa confusión no es reciente y es resultado de esa dualidad que tal vez nació dentro de los Estados Pontificios y su posterior Ciudad Vaticana.
La Iglesia estuvo adormilada y aplastada, prácticamente, hasta no hace mucho tiempo y rumiando su mala pata sin entender que ella misma había sido la culpable, no la única, de su ostracismo y su pérdida de influencia en la sociedad cubana. Todavía no acepta claramente que ha estado del lado equivocado más de una vez, como lo estuvo durante la lucha por la independencia, donde más respondió a sus intereses y raíces españolas que a su deber con los cubanos oprimidos por un despotico régimen que desangraba a Cuba como tierra conquistada.

Hoy anda por el mismo camino y se alía con un gobierno enemigo mortal de la libertad que se empecina en no ceder ni “un tantito así” como decía el difunto Ernesto “Ché” Guevara.

Sin duda la Iglesia cubana ha tenido representantes que merecen ser recordados por sus obras, como el Padre Lorenzo Spiralli, gestor no sólo de la Iglesia de San Agustín, en el Reparto Almendares, sino también de la de Santa Rita en Miramar y del Dispensario de San Lorenzo, en Buena Vista, sin olvidar la creación de la Universidad Católica de Villanueva.

Otros no tan gratos en el recuerdo como el padre Germán Lence que hizo causa con la revolución.
La jerarquía católica cubana ha sufrido la gesta de rumores sobre su moralidad en más de una ocasión aunque yo nunca vi en Belén nada denigrante ni criticable sino lo contrario.

Esos rumores surgen desde los tiempos de Manuel Cardenal Arteaga Betancourt y hoy se mencionan a sotto voce con el Cardenal  Jaime Lucas Ortega Alamino, quien a mi juicio –equivocadamente—apoya la tiranía imperante en Cuba. En su empresa no está sólo y. tras décadas de exilio hay quienes creen, unos desinteresadamente y otros mirándose a los bolsillos que el camino de una “fementida reconciliacion” rumbo a la democracia pasa por una colaboración inmoral con los traidores de hoy.

Yo, mísero mortal he perdido mi Fé. No sólo en la Iglesia que me educó sino también en una revolución que apoyé con todo mi corazón y además también en un futuro que no comparto para mi adorada patria, que digna de mejor suerte ya no existe, sino en el recuerdo.

¿Culpables? Yo, Ud. El, Nosotros, Vosotros, Ellos!

Todos somos culpables. Y los dos que se enzarsan en conversaciones semisecretas dizque para salvar a Cuba son los máximos responsables, ayer y hoy de su futura desgracia.