Jorge Hernández Fonseca: La Iglesia Católica Cubana y la Dictadura Castrista
8 de Junio de 2012
La Iglesia Católica Cubana actual está visiblemente dividida: una parte mayoritaria se siente víctima --como todos los cubanos-- de los excesos totalitarios del castrismo, víctima doblemente porque el gobierno profesa una doctrina atea y notablemente anti-religiosa, por lo que rechaza en su fuero interno la continuidad del régimen. La otra parte, insignificante numéricamente, pero dirigente y asociada a los servicios de inteligencia castrista que la ha penetrado, se empeña en unirse a lo peor de la sociedad cubana actual, defendiendo a capa y espada la dictadura, sus planes y sus métodos ética y moralmente indefendibles antes, ahora y en el futuro previsible.
La parte sana de la Iglesia --la mayoritaria-- tiene un mérito inmenso en esta hora final del castrismo, porque acoge y alimenta --de cuerpo y alma-- una considerable parte del desamparo nacional, sobre todo en el interior del país. La parte insana de ese Iglesia, la Iglesia Católica Castrista, lucha a brazo partido en todos los campos utilizando la misma demagogia de sus homólogos gobernantes, lanzando una ofensiva propagandística que es necesario desentrañar.
Los cubanos nos preguntamos ¿cómo es posible que algunos sacerdotes, obispos y hasta cardenales, se hayan dejado engañar por una filosofía política desterrada en el Mundo todo, porque ya fracasó en los 4 confines del globo, e insistan en promover el retraso para su país?
En primer lugar, ya se puede afirmar --como lo he hecho en los párrafos anteriores-- que los simpatizantes del régimen castrista dentro de Cuba resultan una parcela minoritaria de la población cubana. Una encuesta reciente publicada a en todos los medios de prensa libre del mundo afuera –menos en la isla-- corroboran este punto. Si los castristas y los pocos admiradores católicos marxistas que les quedan tienen dudas, podrían convidar empresas especializadas (hay muchas en cada país) para que las repitan dentro de la isla, con libertad.
Si del universo nacional, una aplastante mayoría del 70% quiere un cambio de sistema político (tal y como lo arrojó la encuesta), dentro de la Iglesia Católica los números probablemente serían mayores contra la dictadura --o como mínimo-- iguales a los arrojados nacionalmente. Siendo esto así, salta la pregunta obligada, ¿por qué el Cardenal Ortega y sus laicos ayudantes insisten en defender un régimen condenado en Cuba, dentro y fuera de la Iglesia? No es en el exilio donde tienen que venir a dar “su batalla”, es dentro de la isla donde 70 % quiere cambios reales de sistema político, como ha quedado dicho, hasta que no se demuestre lo contrario.
El Cardenal Ortega ha lanzado una ofensiva de opinión dentro y fuera de la isla defendiendo sus puntos de vista, argumentando que hay una “campaña difamatoria” en su contra y colocándose como promotor del “diálogo”. Personalmente carezco de elementos para creer que semejante campaña exista, aunque es posible. Lo que sucede es que sus hombres organizan en la Habana un evento para tratar “la metodología del diálogo” (es un error propio de legos hablar del ‘diálogo’ como siendo una ‘metodología’ en sí; el diálogo es un ‘método’, que siguiendo determinado ‘modelo’, junto a otras ‘técnicas’ y ‘herramientas’, encaminadas todas a un fin específico, se constituyen en ‘metodología’); continuando la idea, se organiza un evento para el supuesto ‘diálogo’, que resultó excluyente para los opositores internos. Eso es una barbaridad, porque si en Cuba debe existir un diálogo, es entre la dictadura y la oposición política y no entre la Iglesia Católica Castrista y los simpatizantes del castrismo en el exterior.
Lo que existe dentro de Cuba es una lucha por encabezar la transición necesaria desde la dictadura actual, a una sociedad libre y democrática. Por un lado, Raúl y sus generales, herederos de lo peor de la sociedad cubana (su obra ha sido la destrucción física, económica, social y moral de la Nación Cubana, por lo que no se califican como probables dirigentes de una Nueva República) y por otro, un torrente de opositores pacíficos de dentro y fuera de la isla.
¿Cuál es el mérito que el Cardenal Ortega y sus ayudantes ven en el equipo gobernante actual, que no sea por un compromiso asociado al mantenimiento de la falta de valores vigentes? Hay un argumento asociado a la no violencia durante el cambio hacia la democracia. Es real, pero hay que considerar que hasta hoy la dictadura ha ejercido esa violencia de manera masiva y expresa, por lo que no hay garantías de que en la transición no actúe de igual manera. Adicionalmente, los hombres de Fidel primero y de Raúl después, han resultado hartamente incompetentes y corruptos en el manejo de la cosa pública, lo cual hoy los deslegitimiza.
Hay un grupo de intelectuales y analistas políticos cubanos fuera de la isla que apoyan la posición mantenida por el Cardenal Ortega y la parte minoritaria (pero dirigente) de la Iglesia Católica Castrista. Se han unido a la campaña de apoyo a Ortega y sus ayudantes, pero intentando re-hacer la historia con omisiones imperdonables (pero interesadas) sobre todo en lo relacionado a la libertad de los presos políticos, los 75 de la primavera negra. En honor a la verdad quiero decir que la liberación de los presos políticos en el año 2010, no se debió solamente a la gestión del Cardenal Ortega. Una secuencia de hechos notables previos fue lo que motivó que Raúl Castro se dispusiera a convocar al Cardenal Ortega para el diálogo y no vice-versa, como nos quieren ahora hacer ver los amigos de la yunta Raúl-Ortega.
La secuencia que realmente motivó a Raúl a liberar los presos políticos en 2010, referida antes, comenzó con el martirologio (o el asesinato) dentro de las cárceles castristas de Orlando Zapata Tamayo. Esta muerte innecesaria causó una verdadera conmoción mundial, porque periodistas brasileños presentes en la Habana para la visita del entonces presidente de Brasil, Lula da Silva, propalaron inmediatamente la magnitud de esta noticia al mundo: “Un albañil negro y pobre, había muerto en huelga de hambre en las cárceles castristas”. Acto seguido, entró en huelga de hambre el disidente y opositor cubano Guillermo Fariñas, huelga que fue ampliamente noticiada en todos los confines del globo, pidiendo precisamente la libertad de los presos políticos del grupo de los 75, asociados a la primavera negra. Como si todo esto fuera poco, las Damas de Blanco escenificaron una semana completa de caminatas, todos los días y por diversos lugares de la Habana pidiendo la libertad de sus familiares injustamente encarcelados, lo cual impactó directamente, nacional e internacionalmente, en el curso de los acontecimientos.
La dictadura no tenía como responder adecuadamente estos sucesos conocidos mundialmente. Fariñas moría lentamente en un hospital y se negaba a ingerir alimentos hasta que no tuviera certeza de la liberación de sus compañeros opositores, hasta que la dictadura cedió, convocando al Cardenal Ortega para una reunión, que dio inicio al diálogo de que se habla.
Es verdad que el cardenal Ortega, en ese período, había conseguido de Raúl Castro, antes de convocar este al diálogo de que hablamos antes, que las Damas de Blanco no fueran hostilizadas a la salida de la iglesia de Santa Rita en sus paseos dominicales, logrando un compromiso de Raúl para no “soltarles los perros” los domingos, en Santa Rita. Así las cosas, hay méritos compartidos, incluso desigualmente entre las gestiones de Ortega y los hechos de la oposición cubana, que obligaron a Raúl a negociar con Ortega. Es triste leer en el texto de un intelectual cubano una versión de la historia calcada de la hecha en los laboratorios de la policía política castrista, sin mencionar a Zapata, Fariñas o las Damas de Blanco.
¿Cuál es el objetivo de toda esta campaña de desinformación con lo realmente sucedido en torno a los presos políticos y los méritos reales de Ortega en este período? Si Raúl Castro quiere encabezar un proceso de transición a la democracia a la muerte de Fidel, que lo diga directamente y se siente a una mesa de negociaciones con la oposición política sin intermediarios, como lo es Ortega, que ya ha declarado que apoya a Raúl. ¿Por qué descalificar a los que quieren un cambio total del equipo de los políticos gobernantes actuales, si ellos han sido notoriamente incompetentes, sabidamente elitistas dentro de su partido único y marxistamente insensibles a la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos de sus hermanos cubanos? El mismo derecho que tiene Ortega a ser castrista, tenemos la mayoría de cubanos (el 70% dentro de Cuba) a querer un cambio radical de hombres y de sistema político. Las encuestas de opinión lo han confirmado.
La dictadura siempre ha inventado “enemigos” que hacen “campañas” contra los “sagrados intereses” de la revolución. Ahora --y de manera poco creativa-- Ortega también inventa campañas inexistentes, usando la misma fraseología de los albarderos del apoyo a Raúl en sus pretensiones continuistas. La única razón que tienen Raúl Castro y su partido comunista, así como el Cardenal Ortega y su Iglesia Católica Castrista, en su esmerado empeño pro Raúl, es de tipo elitista, hegemónico y desvinculado de los anhelos de libertad, democracia y vida nueva, válido para todos los cubanos de dentro y fuera de la isla, y ¡también para ellos!
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