sábado, junio 16, 2012

Víctor Manuel Domínguez desde Cuba con ironía: La isla de los legrados


La isla de los legrados


Por Víctor Manuel Domínguez
15 de Junio de 2012 

nefasto_lg5-copiaCuba actualidad, Centro Habana, La Habana, (PD) El club reproductivo Salvar la especie humana: ser madre y no morir en el intento, fundado por los funcionarios masculinos de la ONG londinense Save the Children, prepara una gira de promoción por las salas de maternidad cubana, con el objetivo de que sus esposas y hermanas vengan a parir a la isla.

Deslumbrados por los niveles de salud y educación, además de las posibilidades económicas y los derechos políticos que disfrutan las gestantes en Cuba, aseguran que no existe un mejor lugar para ser madre en América Latina que acá en la isla de los legrados.

Y está demostrado que no existe país, islote o callejón con más enjundia para parir, criar una prole o envejecer y gozar que acá en Cuba.

Nadie en sus cabales revolucionarios o en sintonía satelital con los funcionarios de la ONG británica, puede negar los chances, filones y otros sinónimos de la oportunidad para disfrutar a plenitud la bendición de ser madre.

Si la mayoría de las cubanas se niegan a parir no es porque  compartan por obligación un cuchitril con tres generaciones familiares, el salario le alcance sólo para comprar un paquete de pañales al mes, porque adquirir la cuna requiera un año de empleo y raterismo infructuoso, o porque al niño le suspendan el derecho a compotas y leche entre los once meses de nacido y los siete años de edad.

Tampoco por temor a la falta de hierros para la criatura, pues la cuota de polvo de cabilla que proveniente del techo consumen estas mujeres cada día en su mazmorra-hogar, es suficiente para vivir saludable al menos por ciento veinte años, por supuesto, si antes no le cae el techo en la cabeza.

Según el sicólogo Bienvenido Masoch, si las cubanas no paren es porque son solidarias con el sufrimiento de las aborígenes que encontró Colón pariendo encima de una cama de yagua, o a la orilla de un río en la entonces isla de Guhanahaní, sin tener siquiera una shopping donde comprar lo imprescindible para el bebé, y menos una cartilla de racionamiento que les garantizara la alimentación.

"Es duro disfrutar de la maternidad cuando ellas conocen que sus tatarabuelas tenían que lavarse en un arroyo sin la facilidad que existe hoy de andar con un pomo de agua en el bolso para el aseo personal en cualquier sala de maternidad, ante la obsesiva tupición de los inodoros", indicó el también obstetra.

Además, agregó que se sienten abrumadas por el excesivo apoyo del médico y en especial la enfermera de la familia, que las visita y vuelve a visitar para decirles: "Mañana entra de Venezuela el estetoscopio para tomarte la presión." "Me dijeron que el jueves habrá reactivo en Jaimanitas para tu placa de la cervical", o "En el policlínico de Fontanar dicen que funciona el aparato de ultrasonido", algo que lacera la privacidad y toma de decisión de las gestantes.

Como si fuera poco, saber que durante su ingreso en un hospital materno sólo tendrán que llevar un ventilador para refrescarse, una cuchara y un tenedor por si pueden comer el engrudo cocido que les sirven; un cubo para bañarse, una sábana con qué cubrirse, y una colchoneta por si se han robado el colchón y el alambre está frio, el complejo de culpa que sienten por la atención primitiva -¡perdón!, primaria- que les prestan, es imparible.

Y ni hablar del rubor que las cubre al tener la seguridad de un futuro glorioso para sus hijos, con educación obligatoria y gratuita en todos los niveles, yogurt a partir de los catorce años de edad, diez huevos para crecer, un pantalón y un par de zapatos cada tres años, y un DVD para ver Esta Noche Tonight, con Alexis Valdés y sus invitados.

Pero lo mejor es verlos alcanzar una carrera de médico, profesor o ingeniero que poco tiempo después, y si los dejan, cambian por las de chofer de almendrón, chef de una croquetera por cuenta propia, o jefe de mantenimiento de las máquinas de churro y rositas de maíz, hasta que, ya jubilados, puedan dedicarse a vender periódicos.

Después de conocer estos avances en la atención materno-infantil cubana, las condiciones pre y pro partos de las gestantes, el desvelo estatal por facilitarles lo que necesiten siempre que tengan divisas, familiares en el extranjero, o un gerente que las inmunice contra el exceso de confort en que vive una mujer en la isla, ¿quién niega que Cuba es el mejor país para ser madre y no morir en el intento?

Es decir, que si desean dar a luz en una balsa camino a los Everglades, en un refugio para inmigrantes en Madrid, bajo una mata de coco en Tonga, o en un garaje en Estambul, es por rendir homenaje a sus predecesoras, que parieron, sin quejarse, en medio de la manigua redentora.

Eso se los aseguro yo, Nefasto "El ginecólogo"
Para Cuba actualidad: vicmadomingues55@gmail.com