Chantajistas
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El régimen 'invita' a los exiliados mientras reprime a la población. ¿Por qué lo hace ahora más que nunca?
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Por José Prats Sariol
Arizona
03-09-2012
Ricardo Alarcón lanza un guante metafísico a lo que llama "comunidad cubana en el exterior", para que en un "futuro" podamos votar y competir en las elecciones del Poder Popular, hasta ser elegidos.
El nuevo impuesto aduanero a las importaciones tiene ciertos resquicios por donde escapar del abrumador pago por libra, como lo que pueda considerarse de un "viaje académico, cultural o de trabajo"; más la evaluación de "objetos personales" y "ayuda humanitaria".
El Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) elimina la prohibición de que se transmitan canciones de cubanos de "afuera", salvo excepciones como Celia Cruz y una corta pero contundente relación de artistas.
Una poeta amiga, residente en el Estado de New York, recibe una invitación de la revista Casa de las Américas —a través de otro escritor cubano que vive en Nuevo México— para publicar poemas en una recién inaugurada sección para textos de "cubanos en el exterior".
Me acaban de dar un "mensaje" de un escritor habanero —de los que se bañan y guardan hasta el pañuelo— que me aconseja moderación, distanciamiento de la política, dedicación a mis ficciones, investigaciones literarias y clases, para "no cerrar la puerta de entrada". Añade el nombre de quién se lo comentó, un Premio Nacional de Literatura que visita a un nuevo miembro del Comité Central del Partido.
Los cinco párrafos anteriores son, desde luego, signos reciclados de una vieja táctica. El castrismo siempre ha despertado envidia en los mafiosos. Chantajear es un hábito que se remonta a los orígenes del Poder, como nos enseñara Elías Canetti.
No es ese el motivo de este artículo. La pregunta es por qué el gobierno lo hace ahora y desde distintos sectores. ¿De qué son síntomas tales chantajes? ¿Qué esconden y pretenden?
La evidencia: Desde la cúpula del Poder han "bajado" la "orientación", que como siempre será supervisada por la Inteligencia, la Contrainteligencia y el Partido.
Su enunciado podría formularse así: Mientras no impugnen nuestra permanencia en el Poder y la Constitución que nos hicimos a la medida, pueden criticar problemas menores. En reciprocidad les aceptaríamos más derechos de los que tienen los residentes en el país, como entrar —gastar— y salir cuando quieran. Quizás hasta inversiones…
Sin embargo, simultáneamente, la represión y encarcelamiento de disidentes se arrecia. El terrorismo de Estado —mucho más cruel y efectivo que el de una banda fanática, cartel de drogas o grupo paramilitar— lejos de situarse a la baja, sube los mítines de repudio, las golpizas y registros con fuerza, los despidos laborales y ostracismos.
¿Paradoja? Para nada. No hay la más mínima contradicción entre el chantaje a los exiliados y la represión a los insiliados. Forman parte de un mismo proyecto. De un "legado" para hijos y nietos cercanos, que deben permanecer en el Poder cuando la "generación histórica" acabe de navegar hacia su calientico círculo satánico.
El aparente contraste sólo puede engañar a cubanos ingenuos o ansiosos de saciar su vanidad; a la "izquierda" latinoamericana y europea que, viuda del 68, aún venera la efigie "mesiánica" del Che Guevara.
No hay incongruencia alguna. La tolerancia hacia los exiliados influye en el desarme de la oposición interna: ven que los desterrados doblan la rodilla. También influye en los pocos gobiernos que exigen a la dictadura un mínimo respeto de los derechos humanos. Sirve a la propaganda y alivia algo de presión.
Da un disfraz aperturista, gastado pero todavía caminable. Acusa de recalcitrantes o ultraderechistas a los que se niegan al diálogo. Ataca a quienes estamos por una transición pacífica pero sobre cambios democráticos, sin posposiciones para pasado mañana.
Repotencian el truco porque es necesario en 2012, con elecciones en Venezuela y posible guerra en Irán, corrupción vertiginosa y potenciales conspiradores militares, arcas vacías y cuentapropistas que se escurren, inseguridad en calles y casas, jóvenes ansiosos de escapar para un iglú en Groenlandia.
También les conviene el chantaje porque la tolerancia y el perdón siempre son otorgados por el que manda, por el superior. Sea el Estado o sea la Iglesia. La cúpula o crápula que detenta el Poder se legitima. Quien solicita o firma a la vez admite. Acepta.
Los opositores de adentro —sobre todo los reformistas y socialdemócratas— reciben el mismo aviso: una zanahoria envenenada, más el látigo en las fascistas brigadas de respuesta rápida y las celdas de espanto. Los de afuera, un llamado a transigir, olvidar para sacudir nostalgias, regresar al barrio o —por ejemplo— a su círculo natural de espectadores o lectores…
Si Fidel Castro —y el hermano— hubiera tenido la centésima parte de su astucia para el progreso económico, Cuba no tendría hoy que mendigar petróleo o vender el puerto de Mariel. Las universidades cubanas no estarían en la cola de las latinoamericanas. Y un etcétera enorme en la mueca sonriente de una jinetera, en un niño que pide limosna en el parqueo del Meliá Cohíba.
Desenmascarar el chantaje —la papeleta para ese macabro circo— es una advertencia contra los "no vale la pena porque ¿hasta cuándo?". Los astutos perpetuadores apuestan al cansancio.
Pero Celia Cruz —La guarachera de Cuba aún prohibida por la dictadura— les repite a los chantajistas: yo viviré, allí estaré.
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