Miriam Celaya desde Cuba sobre la mediación de la Tiranía de los Castro entre las FARC y el gobierno de Colombia: De instigadores a pacificadores
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La Habana
El martes 4 de septiembre último los medios de prensa cubanos transmitieron un video en el que Rodrigo Londoño (alias Timochenko), Comandante del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) declaró el interés de ese cuerpo armado en participar en un diálogo de paz y reconciliación con la participación de todos los colombianos.
Mauricio Jaramillo, comandante de las FARC, confirmó ante una rueda de prensa que tuvo lugar en el Palacio de Convenciones de La Habana, que se habían cerrado los encuentros exploratorios que se venían produciendo desde el 23 de febrero de 2012 en la capital cubana con la mediación del gobierno de la Isla, y que se había iniciado una Mesa de Conversaciones con el gobierno del presidente colombiano Juan Manuel Santos.
Huelga decir que el proceso de paz de Colombia debe ser visto de manera muy positiva, toda vez que podría sellar largas décadas de conflicto armado en esa nación, con un alto costo humano y económico y con todas las implicaciones que ello tiene para la región.
No obstante, el momento parece propicio para un paréntesis, fundamentalmente dirigido a los cubanos de la Isla, que hoy reciben la información de un hecho consumado pero que en su mayoría ignoran la naturaleza del proceso, el conflicto, su evolución y las razones por las cuales su gobierno, incapaz de dialogar con sus propios paisanos, de solucionar los agudos problemas internos y carente de toda voluntad política para impulsar los cambios imprescindibles, resulta ser el mediador y garante del diálogo entre los narco-guerrilleros colombianos y el presidente de ese país.
Muchos cubanos ignoran que las FARC son un cuerpo armado que surgió décadas atrás inspirado en las ideas de una quimérica revolución marxista latinoamericana al estilo de la revolución de Castro; que ese ejército fue entrenado, apoyado y financiado por el gobierno cubano; y que después del desplome del socialismo del Este europeo devino foco de terrorismo, nido de secuestradores y extorsionadores e institución armada del narcotráfico colombiano, sembrando la violencia y la inseguridad en Colombia y en la región. Un rezago de una estrategia fracasada. De marxistas a jefes del cártel colombiano. Del tráfico de la ideología comunista al tráfico de cocaína, ni más ni menos.
Los cubanos que se preguntan en qué se fundamenta la mediación del gobierno en el conflicto colombiano seguramente ignoran los estrechos lazos históricos que unen a éste con los narco-guerrilleros, y que la llamada guerrilla colombiana es el último jirón que resta de la exportación de la revolución cubana en este hemisferio, impulsada en sus años dorados por Fidel Castro.
Es decir, la mediación cubana en el tema Colombia-FARC, lejos de ser una novedad, es de vieja data: el gobierno cubano es mediador no por prestigio, sino por complicidad y responsabilidad en el conflicto. Y aunque actualmente la función de las autoridades cubanas en este caso es bien diferente y ahora la cúpula verdeolivo se viste de paloma de la paz, no hay que olvidar que antes fue el sostén de la violencia en Colombia y en otras muchas naciones latinoamericanas.
A lo largo de estos años, Cuba ha sido también refugio seguro para muchos narco-guerrilleros que se han visto forzados a abandonar su país ante la acometida del ejército constitucional colombiano bajo el gobierno de Álvaro Uribe, quien tuvo el apoyo decisivo del gobierno estadounidense y cuyas acciones asestaron golpes demoledores a las FARC, estrechándoles el cerco. Cada porrazo a las FARC ha significado también un golpe efectivo contra la influencia de la revolución cubana en Latinoamérica.
Resulta obvio que el gobierno cubano tenía suficientes vías de comunicación con los líderes de las FARC para fungir ahora como interlocutor de las partes en conflicto. Naturalmente, en los medios oficiales que se encargan de la desinformación en Cuba, el gobierno—histórico aliado de los narco-guerrilleros— es mediador, mientras el gobierno estadounidense —colaborador del gobierno constitucional de Colombia— es injerencista. Gracias a esos mismos medios, en el interior de Cuba siempre se ha presentado a las FARC, y no a los gobiernos de ese país, como representante legítimo de las aspiraciones de justicia social del pueblo colombiano.
Ayer instigadores, hoy pacificadores, la capacidad mimética de la dictadura cubana parece no tener fin. Muchos intereses deben ocultarse tras esta movida de la astuta y longeva casta revolucionaria, pero no hay dudas que cuando se cierre la última página de la historia de las FARC, habrá quedado sepultado otro pedazo de la historia negra de la revolución castrista, la que alentó la violencia y la muerte para perpetuar la megalomanía de un mesías fracasado y hoy definitivamente desaparecido de la escena.
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