jueves, febrero 21, 2013

Alfredo M. Cepero sobre algunas de las virtudes y defectos de los cubanos: SI YO NO SOY LA LUZ QUE REINE LA OSCURIDAD.


SI YO NO SOY LA LUZ QUE REINE LA OSCURIDAD.

 

Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.co
Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero

Toda una vida observando y analizando la idiosincrasia del cubano y el impacto de la misma sobre nuestros asuntos políticos me han llevado a la dolorosa y desagradable conclusión de que el título de este trabajo define y resume la causa de nuestra tragedia nacional en los últimos cincuenta y cuatro años. Nosotros somos, sin lugar a discusión ni a dudas, un compendio de contradicciones. Somos, en términos generales, buenos hijos, buenos esposos y buenos padres. Esta afirmación la confirma la ayuda generosa y gigantesca del exilio cubano a quienes quedaron atrapados en las garras de la tiranía.

Somos definitivamente imaginativos, trabajadores y emprendedores. Hasta quienes nos miran con mala cara no se atreven a negar que convertimos aquel pantano despoblado y soñoliento que era Miami en 1959 en el Miami lozano, próspero y vibrante del siglo XXI. Aunque algunos no lo reconozcan y mucho menos nos lo agradezcan, hemos construido para nosotros y para quienes nos siguieron más tarde huyendo de sus propias pesadillas en las corruptas y fracasadas democracias hispanoamericanas. Pero hasta aquí llegan mis loas a nuestro gentilicio.

De vez en cuando, aunque corramos el riesgo de ser vilipendiados, es necesario confrontar a los pueblos y a los enfermos con las causas reales de sus males como último recurso para devolverles la salud. Yo no temo asumir ese riesgo porque me encuentro en una situación de privilegio. Y, antes de que me encajen el calificativo de arrogante que nos encajan a los cubanos en general, permítanme explicarles por qué me siento privilegiado.

Veintitrés meses después del robo del poder por los comunistas, tuve la suerte de venir a los Estados Unidos y, más tarde, de recorrer el mundo. No sufrí encarcelamiento, persecución, ni atropellos, me he ganado la vida sin adular a los poderosos ni renunciar a mis principios, he vivido lo bastante para haber aprendido que muy pocos agradecerán mis servicios y no aspiro al aplauso de las multitudes porque he dejado atrás la aspiración a cargos electivos que abrigué en los años de mi juventud. Eso me da el enorme poder de servir a la libertad de la patria de mis amores y mis añoranzas diciendo las cosas sin preocuparme por lo que piensen otros.

Ahora, la medicina de la verdad desnuda para combatir nuestros males. Desde que Cristóbal Colón pisó por primera vez tierra cubana hasta nuestros días, los cubanos hemos sufrido de los males endémicos de la envidia y del protagonismo. Hernán Cortes traicionó a su jefe y mentor Diego Velázquez para alzarse con los méritos y las riquezas que le acarrearon la conquista de México. Durante los siglos XVI y XVII los gobernadores de La Habana y de Santiago de Cuba se pedían la cabeza mientras la Isla se sumía en la más abyecta miseria. La Corona de España le vendía la Capitanía General de Cuba a Diego de Córdoba por el precio de 14,000 pesos o escudos de plata. Durante nuestras guerras de independencia, a José Martí lo mataron las balas españolas en Dos Ríos pero fue empujado allí por los cubanos envidiosos y protagonistas que acusaron de cobarde a aquel joven idealista y vehemente que se dejó arrastrar por la insidia de sus detractores.

Pero ni la libertad ni la república fueron capaces de curar nuestros males. Tuvimos presidentes que solicitaron intervenciones norteamericanas, que manipularon elecciones y debilitaron nuestra democracia con tal de perpetuarse en el poder, que sustituyeron la fuerza del voto por la de las balas y que hicieron de las arcas de la república una cuenta bancaria para el enriquecimiento personal. Estos predestinados se creyeron imprescindibles y su protagonismo abonó el surco de la envidia en el cual sembraron los tiranos que asaltaron el poder el primero de enero de 1959.

Recuerdo con claridad meridiana aquellos primeros meses de 1959 en que los vándalos de la dinastía de Birán despojaron de sus propiedades bien habidas a los Lobo, los Sarrá, los Falla, los Pedroso, los Gutiérrez, los Gelats, los Blanco Herrera y a centenares de empresarios cubanos que proporcionaban empleo a millares de nuestros compatriotas. La multitud ignorante y enardecida aplaudió unas expropiaciones que, según los nuevos amos de la república, estarían limitadas a los capitalistas que explotaban a la clase obrera.

Diez años después la definición de capitalista fue extendida hasta a aquellos que eran dueños de un mísero puesto de viandas. El capitalismo privado fue sustituido por el capitalismo de estado. Se acabaron los sindicatos y, con ellos, las vías para demandar reivindicaciones que beneficiaran a la clase obrera. Y los líderes sindicales que se opusieron al cambio fueron a parar a la cárcel o al paredón de fusilamiento. Los ciudadanos de a pie no se dieron cuenta de que no se puede amar al empleado y odiar al empleador porque estos últimos son los creadores de empleos. Tampoco entendieron que un ciudadano desempleado es, al mismo tiempo, un parásito y un esclavo del estado benefactor y opresor.

Dicho todo esto, resulta imprescindible una aclaración. Aquellos empleadores estaban motivados por el lucro material, pero la riqueza que creaban era compartida con sus empleados. Los actuales patronos comunistas están motivados por una avaricia desmedida que logran satisfacer ejerciendo un totalitarismo asfixiante sobre los súbditos de su factoría del siglo XXI. No crean riqueza sino se la roban y, como bien dijo Winston Churchill, solo distribuyen miseria. A aquellos que todavía defienden a aquel régimen de oprobio les sugiero que se formulen una sola pregunta: ¿Por qué los empleados mal remunerados de la finca de los Castro se juegan la vida para venir a los Estados Unidos y ser bien remunerados por los odiados capitalistas americanos?

Antes de que se me acabe el tiempo y el espacio considero de suma importancia tocar el tema del protagonismo político en lo que vaticino será la última etapa de nuestra lucha contra la tiranía. Hace poco más de un mes se reunieron en La Habana una decena de cubanos para anunciar las bases de un nuevo esfuerzo al que bautizaron como Proyecto Emilia.

Sin dar tiempo a los agentes de la Seguridad del Estado surgieron las voces de la insidia, la descalificación y el rechazo. Los segurosos y los envidiosos haciendo la misma labor corrosiva contra cualquier iniciativa de oposición a la tiranía donde ellos no sean las figuras predominantes. Los primeros, compensados con migajas de pequeñas prebendas y, los segundos, motivados por el sentimiento mezquino de si yo no soy la luz que reine la oscuridad. La envidia en su función más destructiva y fatídica.

Ante la carencia de argumentos serios, muchos apelaron a objeciones ridículas. Unos dijeron que el proyecto era imperfecto porque carecía de objetivos específicos. Tenemos, por otra parte, la casi certeza de que, si el documento hubiese abundado en detalles, estos mismos individuos habrían acusado a sus redactores de legislar sin consultar a los once millones de cubanos.

Ahora bien, el premio se lo llevó un personaje que fue opositor dentro de la Isla y que ahora deambula sumido en el anonimato por estos predios del exilio. Este señor restó credibilidad al proyecto porque, según él, había sido "firmado por unos desconocidos". ¿Quién le dijo a este Catón trasnochado que hay que ser notorio para luchar por la libertad de la patria? ¿A estas alturas del juego quien puede atreverse a tener la osadía de negar la prédica martiana de que la patria no es pedestal ni capellanía de nadie? No mencionaré el nombre del sujeto para no hacerle la publicidad que ansía y que no se merece.

Tengo, sin embargo, la esperanza de que Cuba será libre en muy corto plazo porque los vicios de la tiranía superan con creces a las imperfecciones de nuestro pueblo. Espero que, cuando llegue ese momento glorioso por el que hemos sacrificado tantas vidas y derramado tantas lágrimas, seamos capaces de reconocer nuestros males y aplicar antídotos para neutralizarlos. Que tengamos la visión de formar ciudadanos que no esperen por el gobierno para defender la libertad y preservar la democracia. Fórmula mágica para que la luz de la libertad disipe la noche de la actual tiranía y conjure el peligro de cualquier tiranía futura.

21 de febrero de 2013.