viernes, octubre 04, 2013

Alejandro Ríos: Antonia Eiriz nos advirtió con su figuración truncada y mortificada, de cuencas vacías y bocas abisales, que la tragedia cubana era grave y sin esperanza y no debía ser tomada a la ligera.




Antonia

Por Alejandro Ríos

Hace algunos años Lidia Golovliova Ríos, mi cuñada rusa, tuvo una exitosa exhibición de arte en una galería de Coral Gables. El soporte de sus icónicos cuadros, muchos dedicados a deidades afrocubanas, era la técnica del papier mache, lo cual les daba cierta tridimensionalidad inusitada.

Luego supe que otro destacado artista local, quien es, además, amigo, cinéfilo y escritor, Santiago “Chago” Rodríguez, empleaba la misma modalidad.

Cierta vez, al principio de los años noventa, durante una de esas aperturas de galerías en algún sitio de la ciudad, Lidia se reencontró con su maestra de papier mache, quien también había entrenado a Chago en esos menesteres.

Por suerte fui testigo de aquel momento que resultó muy familiar, de besos y abrazos. Nada hacía presumir, dada la naturalidad y sencillez de la mentora, que estábamos ante una de las más importantes pintoras del siglo XX cubano, Antonia Eiriz.

En la Cuba que yo viví, hasta principios de los años noventa, Antonia Eiriz fue un mito, con una aureola de misterio. Creo haber recibido noticias suyas en casa del maestro Umberto Peña, uno de sus más fieles amigos y, paradójicamente, otro artista que colgó sus hábitos creativos en algún momento tormentoso de la inoperante dictadura castrista.

No recuerdo, por ejemplo, que en mi carrera de Historia del Arte en la Universidad de la Habana, entre los años setenta y ochenta, le hayan dispensado el capítulo que ya se merecía. Mientras la obra de mediocres y coloridos militantes ocupaban los espacios oficiales de exhibición.

Había dejado de pintar en 1968, luego de exponer en El Salón Nacional su controversial cuadro Una tribuna para la paz democrática, cuando un vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y profesor universitario, el bon vivant comunista José Antonio Portuondo, arremetió contra la obra calificándola prácticamente de contrarrevolucionaria, lo cual podía ser algo muy grave por entonces.

(Una tribuna para la paz democrática 1968)

Los tiempos han cambiado, sin duda, hoy se salva un incauto músico en La Habana gracias a la divulgación internacional instantánea de su manifiesta hartura política. Antonia, sin embargo, no disfrutó de esas ventajas, la pudieron haber hecho papilla, como a tantos otros pero, al final, triunfó su entereza sobre el ultraje.

Infames comisarios del Ministerio de Cultura, que ya nadie recuerda, trataron de ningunearla e, incluso, impedirle que se dedicara a la docencia y siempre recibieron su enigmática sonrisa como respuesta.

Antonia Eiriz fue invencible en vida y, por supuesto, después de fallecer en 1995 cuando disfrutaba de su reinvención en Miami, donde volvía a pintar y en La Habana no sabían cómo lidiar con su estancia en “territorio enemigo”.

Ahora su influyente obra se expone en la Torre de la Libertad del Miami Dade College en la muestra Antonia Eiriz: A Painter and Her Audience, hasta el 17 de noviembre y resulta sobrecogedor acceder a los grandes salones y constatar cómo nos advirtió con su figuración truncada y mortificada, de cuencas vacías y bocas abisales, que la tragedia cubana era grave y sin esperanza y no debía ser tomada a la ligera. Sus cuadros son ventanas a la impiedad ciega.

Hoy, respetables expertos insisten en decir que su pintura refleja estremecimientos mundiales de los revoltosos años sesenta. En este momento excepcional, cuando tenemos el privilegio de disfrutar en Miami su cuerpo estético magnífico, prefiero pensar que Antonia Eiriz universalizó el horror totalitario de uno de los ismos más truculentos que haya conocido la humanidad.

La familia, sus amigos y discípulos, la protegieron de tanta asechanza. A sus espeluznantes imágenes habrá que regresar cuando las futuras generaciones quieran conocer testimonios imperecederos de la penumbra cubana.
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Esta mujer no pinta sus cuadros
para que nosotros digamos: “¡Qué cosas más raras
salen de la cabeza de esta pintora!”
Ella es una mujer de ojos enormes.
Con estos ojos cualquier mujer podría desfigurar
el mundo si se lo propusiera.
Pero esas caras que surgen como debajo de un puñetazo,
esos labios torcidos
que ni siquiera cubren la piedad de una mancha,
esos trazos que aparecen de súbito
como viejas bribonas;
en realidad no existirían
si cada uno de nosotros no los metiera diariamente
en la cartera de Antonia Eiríz.
Al menos, yo me he reconocido
en el montón de que me saca todavía agitándome,
viendo a mis ojos entrar en esos globos
que ella misteriosamente halla,
y, sobre todo, sintiéndome tan cerca de esos demagogos
que ella pinta,
que parece que van a decir tantas cosas
y al cabo no se atreven a decir absolutamente nada.

Del libro “Fuera del juego” (1968) por Heberto Padilla
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A n t o n i a   E i r í z

Por  Susana Barciela

Los coleccionistas de arte cubano, y otros que tuvieron la suerte de conocer  su obra, la conocian como Antonia Eiríz, una extraordinaria artísta cuyas pinturas evocan la angustia tanto como el asombro. Yo la conocía como Ñica, mi querida tia, una mujer tímida, sin pretensiones y supremamente compasiva, con una sonrisa de Mona Lisa y un punzante sentido del humor.

Con frecuencia la gente le preguntaban qué significaban sus pinturas. Ella nunca explicaba. Mi pintura significa lo que tu ves en ella, decía ­ y sonreía. Para mí, lo que veo es dolor y amor, un amor por la humanidad tan grande que no puede soportar la inhumanidad del hombre contra el hombre. Cualquiera que sea el significado, pocos pueden quedarse sin conmoverse viendo sus cuadros.

(Entre líneas)

Uno de sus oleos, “Entre líneas”, estuvo entre las 100 obras seleccionadas por J. Carter Brown, director emérito del National Museum of Art de Washington, D.C., para la exhibición global celebrando los Juegos Olímpicos de l996. En “Anillos: Cinco pasiones del arte mundial” en el High Museum of Art  de Atlanta, “Entre líneas” estaba colgado próximo a “El grito” de Edvard Munch y a un paisaje de Vincent Van Gogh. El día que yo visité la exhibición, vi a una pareja encontrarse súbitamente frente al cuadro de Antonia y quedarse boquiabiertos. “Entre líneas” apabulló a la gente, me dijo luego J. Carter Brown.

Antonia no pudo ver ésa exhibición. Murió de un ataque masivo al corazón en marzo de 1995, algunas semanas después de saber que su cuadro había sido seleccionado. “Ella tenía un corazón muy grande”, dijo Manuel Gómez, su viudo. “Por eso fue que se rompió’’.

Yo estoy convencida que al momento de su muerte Antonia estaba viviendo los días más felices de su vida. Y su trabajo estaba finalmente obteniendo el reconocimiento merecido.

Antonia nació el 1o. de abril de 1929 en Juanelo, un vecindario de las afueras de La Habana, Cuba. Sus padres eran inmigrantes pobres, gallegos del norte de España, y ella la más joven de seis hermanos. Vivian en una casa humilde, de madera, construida por su padre. Allí ella creció, pintó y enseñó hasta que ella y Gómez vinieron a Miami a vivir conmigo en 1993.

Antonia pudo haber crecido de una forma convencional como sus hermanas. Pero a la edad de dos años se enfermó de polio y quedo con la pierna izquierda dañada. La enfermedad la marcó como “diferente” y le causó mucho dolor ­ tanto físico como síquico ­ para el resto de su vida.

En esos tiempos, desde luego, las mujeres se educaban para casarse y tener hijos. Las cinco hermanas Eiríz fueron enseñadas a coser, tejer y bordar, que eran las artes domésticas apropiadas. Antonia estaba interesada en el diseño de modas hasta que su hermana Mercedes le sugirió que aplicara para una beca en la conocida escuela nacional de arte San Alejandro. Al graduarse en 1958 Antonia ya era una verdadera pintora.

Los años 60 fueron prolíficos. Antonia exhibió por primera vez en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, en su Salón Nacional de1960. Cuatro años después tuvo allí su primera exhibición personal de ensamblajes. Sus obras ganaron premios y  fueron presentadas en museos de Brasil, Venezuela, Ciudad Méjico y Tokio. Pintó su obra maestra en 1963, el cuadro “La anunciación”. Ese sigue en exhibición permanente en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana junto a otras seis obras suyas.

En 1966 ganó una beca de arte de la Organización Educacional, Científica y Cultural de Naciones Unidas. Por seis meses viajó a España, Italia y Francia y experimentó con nuevas técnicas de grabado y dibujos en tinta.

Como profesora de la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán de 1965 a 1969, Antonia tuvo como alumnos a Tomás Sánchez y Ever Fonseca, entre otros buenos pintores. Allí se ganó el respeto y la admiración de los artístas cubanos jovenes. “Ella me enseñó a ver”, dice Sánchez.

Sin embargo, después de la muerte de su madre en l968 Antonia dejó de pintar ­ --una acción interpretada por muchos como una respuesta a las críticas del gobierno hacia su trabajo. Aunque ella nunca lo reconoció, ciertamente la presión sobre los artístas para trabajar “dentro de la revolución” fue uno de los factores de su decisión, aun si a un nivel inconsciente. En esa época el gobierno cubano había lanzado una de sus más duras críticas sobre las expresiones políticamente incorrectas, censurando duramente al poeta Heberto Padilla. En el centro de la polémica estaba el libro de poemas de Padilla, “Fuera del juego”. Este libro, que incluía un poema dedicado a Antonia, fue prohibido por su contenido contrarevolucionario.

A principios de los 70 Antonia ya se había retirado tranquilamente a su casa de Juanelo, donde todo el mundo la conocía. Preocupada por ayudar a otros a desarrollar sus destrezas y confianza,  comenzó a enseñar a sus vecinos a trabajar el papier maché. Pronto la gente de Juanelo empezaron a colectar periódicos viejos y aprender a dibujar con líneas y puntos,  pintar con Mercurocromo y esculpir con pasta de harina de trigo. Los vecinos se encontraron creando mariposas, serpientes y máscaras sicodélicas.

Los niños crearon su propio teatro con sus propias palabras y mascaras. Todo ésto fue captado en el documental Arte del pueblo, ganador de un premio internacional de cine. Después, Antonia viajó por la isla entrenando maestros de artesanía.

Hoy en Cuba los turistas pueden comprar ropas entintadas y artesanía de papier maché descendientes de éstas modéstas técnicas enseñadas por Antonia. De las semillas que ella sembró, incontables familias ganan su vida con trabajo creativo. Todo comenzó porque Antonia tenía una inconmovible creencia en el poder creador de la gente.

Todo el mundo puede dibujar, crear y pintar, decía ella. Cuando creamos desde nuestro corazón somos como Dios.  Aún si al final resulta una gallina de papel color púrpura, el proceso creativo por sí mismo puede transformar todo su ser. Antonia vió ésta transformación en gente que nunca se imaginaban ser creadores.

En 1991 el trabajo personal de Antonia sale de nuevo a la luz. Con la ayuda de un grupo entusiasta de estudiantes de arte, se monta la exposición personal “Reencuentro” en la galería de Galiano en La  Habana. Allí se mostró una notable colección de trabajos restaurados de los 60, incluyendo óleos, dibujos, grabados y ensamblajes.

En 1993 en Miami, Antonia salió de su autoimpuesto retiro y volvió a pintar a escala grande. Su primera exhibición de nuevos trabajos en 25 años ­  “Antonia Eiríz se expone” en la galeria de Weiss y Sori en Coral Gables ­ presentó grandes óleos y tintas sobre papel con gran éxito de concurrencia.

Cuando murió, Antonia estaba en el proceso de pintar para una exhibición personal en el Fort Lauderdale Museum of Art. En 1995, el museo mostró las  obras que había terminado junto a otros trabajos previos en una exhibición póstuma acertadamente titulada “Antonia Eiríz: Tributo a una leyenda”.


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 La Anunciación 

Los Académicos


Requiem por Salomón


Naturaleza muerta