Tony Ávila: donde manda capitán, no manda trovador
Por Luis Felipe Rojas
Miami
5 Jul 2014
Como el buen vino, las discusiones acaloradas se dejan macerar para que el tiempo pueda sacar las verdades a la luz. El caso del cantautor Tony Ávila va llegando a su fin, pero no con la decencia que esperábamos de alguien que tiene como meta profesional las relaciones personales como un resorte en su vida: fue maestro de Marxismo, atendió clientes en el sector turístico para extranjeros y, de un tiempo acá, se gana la vida cantando en público.
Volvamos al contexto inicial. Los conciertos de Ávila en Estados Unidos fueron suspendidos en el mes de junio debido a las acusaciones de Leticia Ramos Herrería de que este participó en actos de repudio (aunque no afirmó que él las golpeara directamente) contra ella e integrantes del grupo Damas de Blanco.
El trovador negó de plano tales acusaciones y en un intento por salvar su viaje (ha revelado que pretendía girar por otros estados además de la Florida), invitó al grupo de mujeres, presuntamente agraviadas, a participar en un concierto que daría al regreso en su calle de la ciudad de Cárdenas, en Matanzas. En esas declaraciones aseguró ser un hombre pacífico. "Como siempre, mis conciertos son de paz y alegría", dijo en una carta pública.
La guitarra por el fusil
Si en la misiva que parecía una invitación a fumar la pipa de la paz afirmaba: "soy un hombre sensible y de pensamiento, respeto la manera de pensar de los demás", no más poner un pie en tierra cubana, salía a flote el militante comunista forjado en las aulas de la Escuela Nacional del Partido Ñico López. No sé si la ha cursado, ni falta que le hace.
"…un grupúsculo de gente del corazón de la mafia cubanoamericana de Miami…", así dijo el matancero para referirse a quienes —aseveró— se presentaron en casa del empresario norteamericano a cargo de su gira promocional. Para nadie es un secreto que a pesar de la feroz propaganda unipartidista del régimen de La Habana, solo una minoría de cubanos adoctrinados usan la palabra "grupúsculo" y el término "mafia cubanoamericana", propios del portal Cubadebate y la televisiva Mesa Redonda Informativa.
El "hombre de paz", el incapaz de ofender a nadie y que repudia "profundamente cualquier acto de violencia, maltrato o agresión", olvida que los improperios constituyen también un vejamen a la dignidad humana.
En una entrevista concedida al sitio oficial CubaSí calificó de este modo a las activistas de derechos humanos: "Se sabe que a esta gente les pagan directamente desde allí (Miami) y tienen que hacer cosas, tienen que justificar el salario, supongo que le hayan dado un buen aumento con esta historia ahora". Con esto se desmarcaba de sus defensores a ultranza.
Donde se vira con ficha
Tony Ávila deja en la desbancada a quienes, incluso desde Miami, se rasgaron las vestiduras insistiendo en que él es "solo un trovador" y que "no es un político". A la vuelta de aquel percance el guarachero cubano aseguró estar convencido de su papel como "músico, como revolucionario". Y el término "revolucionario" desde hace 56 años en Cuba solo tiene una acepción: fidelista.
Con lo anterior da pie a pensar que su carta pública en las redes sociales fue un patinazo, producto de la rabieta por las ganancias que se fueron a pique tras la cancelación de las presentaciones en Miami y Puerto Rico. Una cosa es Facebook y otra bien distinta el periódico Granma. ¿Qué es eso, querido Tony —le habrían dicho—, de estar invitando a "las mercenarias" a tu concierto?
Entre las repercusiones que dice haber tenido el incidente cita: "el objetivo es justamente, a través de cualquier persona que esté allí, cualquier músico, cualquier oportunidad que tengan, atacar a Cuba y atacar a los cubanos…", y una vez más vuelve, trastocando términos que están muy claros (no para él): régimen y nación. Cuba es la patria, no es el sistema totalitario que impera hace cinco décadas.
Por último, los que conocen al régimen de La Habana saben bien que ningún trovador, por muy Silvio Rodríguez que quiera parecer, puede invitar a un grupo disidente a participar de un concierto (a menos que sea para auto flagelarse). Esas indicaciones solo salen de dos tenebrosos ministerios: el del Interior y el de Cultura. Siempre, rigurosamente, en ese orden.
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