martes, agosto 05, 2014

Esteban Fernández: EN UN ELEVADOR DE LAS VEGAS


EN UN ELEVADOR DE LAS VEGAS

Por Esteban Fernández
5 de agosto de 2014


Les cuento otra anécdota. De esto hace muchos años. Durante uno de nuestros viajes a Las Vegas de mi ex esposa y yo, después de haber desayunado, nos  montamos en el elevador del Hotel. Junto a nosotros entró un hombre barbudo con su hijo chiquito. Venía peleando con él. Su cara me era extraordinariamente familiar.

A modo de disculpas nos dijo: “La verdad es que este no es un lugar apropiado para traer muchachos, la próxima vez lo dejo en Miami” Yo le contesté: “Nosotros tenemos dos niñas y las traemos, nos quedamos en este Hotel pero mis suegros viven aquí y las podemos dejar con ellos cada vez que queremos”.

De pronto el señor dijo “las palabras mágicas” que en una época remota donde quiera que estuviéramos eran la contraseña ideal que nos abría las puertas de los corazones de los demás compatriotas. Nos preguntó: “¿Ustedes son cubanos, verdad?” Le respondí muy contento: “Sí, somos cubanos, obviamente igual que tu”. Y eso fue todo lo necesario para sentirnos inmediatamente “viejos amigos”.

La gente que llega ahora no puede entender eso. No habíamos llegado ni al cuarto piso cuando ya  nos inspirábamos confianza. Le dije: “Mi esposa se llama Rina y yo soy Esteban”… Se sonrió y me contestó: “Encantado de conocerlos”.

De pronto me dijo algo que si alguien me lo dice hoy en día en un elevador de Las Vegas me preocupo extraordinariamente pero en ese momento, como les dije anteriormente, ya lo de ser cubanos nos hermanaba.  El haber tenido que salir de Cuba nos convertía en compañeros de infortunio.

Bueno, lo que dijo fue: “Mi esposa está ahora roncando pero si quieren me acompañan al suite de nosotros, allá seguimos hablando, esperamos que se despierte y así la conocen personalmente”.

La idea no me gustó porque todo el mundo sabe lo pesado que es para una mujer despertarse soñolienta, desarreglada  y tener que saludar amablemente a unos desconocidos. Hasta me preocupó que nos mandara al diablo.

Solo atiné a decirle: “Oye ¿tu mujer todavía está durmiendo, si son las 12 del mediodía? Y él me respondió: “Sí, no se preocupen, ella trabaja hasta tarde, pero ya es hora de que la despertemos”.

De mala gana, apenado, le dije que sí porque ya me parecía una descortesía no aceptar la invitación de aquel amable joven. Llegamos al último piso donde estábamos nosotros hospedados y yo fui a salir pensando que el nuevo amigo me seguiría pero me insistió: “No, no, no, es otro piso más arriba”… Sorprendido le respondí: “No, compadre, este es el último piso”, pero nos dijo: “No, chico, quédense aquí que tu verás que hay otro piso  en el penthouse”.

El cubano metió una llave especial en una cerradura del elevador y este siguió ascendiendo`.  El hombre luciendo tan o más admirado que nosotros  nos dijo: “Increíble ¿ustedes me creerán que me estoy quedando en el cuarto donde dicen que una vez estuvo Elvis Presley,  el Rey del Rock and Roll? Se sonrió y nos dijo “Cuando regrese a Miami mis amistades no se van a tragar esta historia, si se llegan por allá me sirven de testigos”. Y esta vez se rió más fuerte.

Entramos y Rina y yo nos quedamos completamente deslumbrados ante tanta belleza. Tocó en uno de los cuartos y casi gritó: “¡Glorita, despiértate para que conozcas a un matrimonio cubano que me acabo de encontrar en el elevador!”

Al fin restregándose los ojos, con cara de sueño, envuelta en una bata de casa blanca, abrió la puerta de su aposento una  joven. La encontré bonita y al ver su rostro nos dimos cuenta con quienes estábamos tratando. Aunque supuse que estaría muy molesta no lo demostró en lo absoluto durante los 10 minutos que nos quedamos allá adentro. Nos saludó cortésmente y riéndose le dijo a su marido: “Emilio, la verdad es que tú no cambias, viejo ¿Ya comió Nayib algo…?”

De un escritorio la muchacha sacó una foto de ella (suponiendo que eso era lo que nosotros queríamos)  nos preguntó  qué como nos llamábamos y escribió: “Con cariño para Esteban y Rina de Gloria Estefan”. Emilio sacó de su bolsillo un par de tickets y nos dijo: “Miren, para que vayan a ver el Miami Sound Machine esta noche en este mismo lugar”. Al salir Rina y yo nos miramos sin todavía creerlo y casi al unísono ella dijo “Wow” y yo dije: “¡Coñoooooo!”

Durante muchísimos años la fotografía estuvo conmigo, sobrevivió un  divorcio, el gran terremoto de Northridge y tres mudadas pero un desafortunado día se declararon defensores del “borrón y cuenta nueva” en Cuba y otro le dieron una recepción recaudatoria de fondos en su casa a Barack Obama y aunque sigo agradeciendo el gesto parece que una ventolera entró en mi casa y la foto se fue a bolina.