martes, agosto 05, 2014

¿Llegar a los cambios por un estallido contra el régimen?. Antonio G. Rodiles desde Cuba en el XX Aniversario de El Maleconazo:

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Una cosa es que uno desee que los cambios sean pacíficos  y no promueva la violencia y otra situación es que en una determinada coyuntura de protesta masiva,  en la cual gran parte del pueblo   está involucrada  este  siendo criminalmente   reprimida  por la tiranía y   no  se alze la voz  ni se tome partido en ese momento crucial. Los cubanos, tanto de dentro como de fuera de Cuba, debemos  estar preparado para que represiones como la de Hungría en 1956, Checoslovaquia 1968, Plaza  Tlatelolco 1968, Plaza Tianamen 1989, no ocurran en Cuba.

Cada cual tiene el derecho de hacer ¨con su pellejo¨  lo que entienda,  pero en esa situación hay solamente tres opciones fundamentales:
  •  No intervenir de ninguna manera en los sucesos
  • Apoyar a la tiranía en su represión 
  • Oponerse a la tiranía. Ahora bien: esa oposición puede ser violenta  o puede ser pacífica  como la del siguiente video o como la de los monjes tibetanos masacrados hace pocos años por oponerse pacíficamente  contra la ocupación del Tibet  por China.
 ¿Por cuál  se definiría Antonio Rodiles y otros muchos cubanos?. En momentos difíciles  se definen muchas personas; un ejemplo: uno de los famosos hermanos Lora  que llevaron a cabo  el Grito de Baire el 24 de ferero de 1895 era autonomista pero  las circunstancias lo llevaron a definirse como un mambí independentista. Otros que eran luchadores independentistas al ver que la guerra de independencia ya duraba varios años y las condiciones del campo insurrecto era cada vez más dura, se pasaron al autonomismo. Otros, los llamados burlonamente  ¨girasoles¨  por los veteranos mambises, sólo tomaron  el camino insurrecto cuando Estados Unidos entró en la guerra en 1898, incluyendo muchos cubanos que vivían en los EE.UU.  que se unieron  en ese momento a los voluntarios  y soldados norteamericanos.

1989 Tiananmen Square Protests

 Ese joven chino, actualmente desaparecido, no era líder cívico ni  opositor.

 Las circunstancias del momento y sus convicciones presonales lo llevaron a actuar de esa manera. Al final,  cada cual recibirá de su conciencia  lo que le corresponda, ya sea la satisfacción del deber cumplido o ¨la botellita de mondongo¨.
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Tomado de http://www.diariodecuba.com/cuba/1407196273_9808.html

¿Llegar a los cambios por un estallido contra el régimen?

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Quienes deseamos vivir en democracia no podemos caer en el juego fatal de irnos al final apocalíptico que tanto ha soñado legarnos Fidel Castro.
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Por Antonio G. Rodiles
La Habana
5 Ago 2014 


Inmediatamente después de la caída del bloque comunista los cubanos intentaron abandonar el país en cualquier condición. No importaba el medio empleado para la fuga, la cuestión era abandonar el infierno en el que el castrismo había convertido la "isla paradisiaca".  El deseo de evasión  era compartido por casi todos los estratos sociales.

Pasaron 45 años para que en Cuba volviera a ocurrir una protesta pública de envergadura. Más de cuatro décadas, en los que la represión, el escarmiento y el control social, habían sido suficientes para frenar el descontento que se iba acumulando, por los recurrentes vicios y fracasos de un gobierno totalitario y despótico.

El año 1994 venía cargado de atrocidades y miseria. Los sucesos violentos en Regla, Cojímar y, como culminación, el terrible crimen del remolcador 13 de Marzo, detonaron la estampida como vía de escape. El castrismo tenía muy mal recuerdo de estas reacciones populares. Ya en 1980, miles de cubanos se refugiaron en pocos días en la Embajada del Perú buscando huir del "paraíso socialista". Volver a permitir un éxodo era un riesgo que se correría solo en caso extremo.

El 5 de agosto de 1994 despertó una ilusión en el imaginario cubano dentro y fuera. Una explosión social sería la vía para terminar con la dictadura más larga que ha existido en el hemisferio. En esa época no existía al interior un movimiento opositor que pudiera convertirse en opción de gobierno. Sí un pequeño grupo de activistas que, sumados a una sociedad con suficiente capital humano, habrían podido encauzar una transición democrática si el régimen hubiera mostrado la voluntad política para comenzar cambios de fondo.

Pero Fidel Castro y su grupo dejaron bien claro que no estaban dispuestos a ceder y que matarían de ser necesario. A los procesos judiciales a militares del más alto rango y aliados muy cercanos en 1989, se sumó luego la expulsión de académicos y estudiantes de las universidades y el ataque y censura a intelectuales.

Maniobrarían rudo y sacrificarían  lo necesario para mantener el poder, como dejó manifiesto Fidel Castro en su amenazante discurso con motivo del primer año del Maleconazo. Las señales eran enfáticas y tenían el tufo mafioso acostumbrado.

Veinte años después, metidos en un tiempo de bifurcaciones, continuamos a la espera del ansiado cambio en Cuba. Algunos sostienen la apuesta por otro Maleconazo que barra el castrismo y nos haga despertar en la calma de una democracia. Pero la realidad es más rigurosa, veinte años después la sociedad cubana está rota. Imaginar el cambio de esta manera resulta peligroso en una nación desarticulada y diezmada en su capital humano.

La protesta social es mecanismo fundamental y respuesta inevitable ante tanto maltrato e indefensión. Pero de no estar bien arropada puede llevarnos a escenarios impredecibles. Sin una sociedad civil, con capacidad de articulación y cohesión social, un colapso del sistema es un escenario que se vislumbra caótico. Muchos actores políticos, dentro y fuera de la Isla, lo vemos con recelo por lo incierto que pudiera resultar. Pensar el cambio solo como un estallido contra el régimen es una opción inmadura, si la democracia es el objetivo final.

El castrismo siempre ha tenido como estrategia romper para después controlar. Rearmar la sociedad y asumir el cambio desde sus complejidades es hacia donde debe estar enfocado el reto del trabajo opositor.

Cobra importancia cardinal el uso de herramientas universales como los Pactos de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Daría el sustento legal, por ejemplo, a la creación de una nueva ley de asociaciones que marcaría un giro sustancial de ser ejecutada. La oposición debe presionar, con sagacidad y fuerza, para abrir las compuertas a los espacios que le corresponden por ley natural a toda la sociedad cubana. Los cubanos deben, aunque sea en forma incipiente, comenzar a armar lo que el totalitarismo les ha incautado. Una transición efectiva tiene que contar con la implicación de una base social amplia si desea tener la legitimidad necesaria.

En esta lógica de trabajo es vital el apoyo de la comunidad internacional. Las naciones democráticas deben lanzar un mensaje directo y claro en referencia al respeto a las libertades fundamentales que nos son inherentes. No se le puede regalar nada a quienes violan de manera sistemática e impune los derechos fundamentales de su pueblo.

Quienes deseamos vivir en democracia no podemos caer en el juego fatal de irnos al final apocalíptico que tanto ha soñado legarnos Fidel Castro. El castrismo en su núcleo duro ha mostrado que no siente la más mínima responsabilidad por esta nación y si un desprecio absoluto por este pueblo.

Resulta una imagen muy tentadora para algunos el colapso del régimen con miles de cubanos arrasando con el castrismo después de tantos años de atrocidades. Para los que vivimos dentro de la Isla y velamos por la seguridad de nuestras familias, no creo sea la opción más deseada. Antes debemos agotar varios recursos que tenemos a mano y no hemos explorado lo suficiente. Rebasar este período también dependerá de criterios claros y verticales. La mentira y la simulación son las armas del régimen. Nuestro discurso debe tener como axioma el pleno goce de los derechos y libertades fundamentales.

El Maleconazo fue el resultado de una coyuntura extrema y del impulso desesperado y espontáneo de miles de cubanos. La respuesta del Gobierno fue abrir la válvula  de escape. Dos décadas después, el paisaje social y político es muy distinto. Debemos impedir en Cuba la transferencia del poder de una elite octogenaria y corrupta  a sus herederos y cómplices. Pero en el seno mismo del sistema están parte de los protagonistas y garantes de un cambio que ya es inevitable. Que la visión apocalíptica del derrumbe total no se imponga como sinónimo de transición.

Del éxito en esta difícil encomienda dependerá la estabilidad y seguridad de nuestra Isla y de la región y la construcción de una verdadera democracia.
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Extended Street Footage- El Maleconazo- Cuban Uprising for Freedom on August 5, 1994