El agotamiento del campo político cubano
Por Jorge Hernández Fonseca
22 Agosto de 2014
La valiente y beligerante carta que el opositor político cubano Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”, dirigiera a Raúl Castro recientemente, vino a llenar un largo vacío en el panorama de la oposición política cubana, colocando en el centro de las discusiones la validad de la lucha opositora como alternativa al gobierno en la isla cuando la desaparición física de los hermanos Castro sea una realidad, hayan encabezado ellos la actual transición al capitalismo o no.
Ya pocos creen que la solución del llamado “problema cubano” vendrá de una deposición súbita de la dictadura actualmente en el poder, siendo que la solución biológica ha pasado a un primer plano, debido a cierta inercia natural por un lado y por la forma con que la dictadura se ha defendido de los peligros asociados al cambio de régimen por otro, en lo cual ha mostrado la eficiencia de la que ha carecido para llevar el plato de comida prometido a los cubanos.
Todo parece indicar que las ya comenzadas conversaciones con la Unión Europea --y las que pronto comenzarán con EUA-- marcarán el rumbo que guiarán tibios cambios políticos dentro de la isla. La solución dejará en los luchadores democráticos cubanos un sabor amargo al constatar que un nuevo “Tratado de París” se avecina, con exiguas posibilidades de participar, siquiera insinuando soluciones asociadas a ansias democráticas, ante una población cubana hastiada e indiferente con el futuro del país por la desidia y el desarraigo de los últimos 55 años. Los culpables marcarán el ritmo de las reformas posibilitando, eso sí, participar de “la piñata” a toda solución económica capitalista que se le sume, siempre que no hable nada de política.
En las altas esferas de la dictadura cubana también se nota el agotamiento natural de más de medio siglo de “batallas” supuestamente victoriosas, pero sin comida para el sufrido pueblo de la isla, cuya esperanza se cifra en la emigración a toda costa y a todo costo. Los servicios de inteligencia cubanos, tanto dentro de Cuba como fuera de ella, continúan su labor de zapa con razonable éxito. Se ha conseguido dividir a las Damas de Blanco; de los principales opositores cada vez se habla menos; incluso en el exilio de Miami todo transcurre en una larga espera ante el avance de las misiones culturales de la dictadura, que toman por asalto el último bastión declaradamente opositor.
En las altas esferas norteamericanas se nota igualmente el cansancio por los años de tensión, en los cuales el poderoso vecino del norte ha dejado a la dictadura castrista “cocinarse en su propia salsa” dentro de una sociedad cada vez más miserable económica y socialmente, pero con una contrapartida política cada vez más extendida en toda Latinoamérica, donde ha encontrado padrinos, financiamiento, abrigo y mucho eco político.
A estas alturas es natural que EUA aspire a normalizar la situación “especial” de las relaciones con Cuba, habiendo constatado que, en primer lugar, el castrismo --mientras perdía la guerra de guerrillas en toda Latinoamérica-- ganaba en paralelo la guerra civil cubana de los años sesenta del siglo pasado, que se extendió hasta mediados de los años setenta con un saldo de casi 10 mil cubanos fusilados y cientos de miles de lo mejor de la juventud cubana condenada a largas penas de cárcel. Que en los decenios siguientes, si bien continuó con la intervención en Latinoamérica, esta fue en el plano civil, ayudando a elegir presidentes pro castristas en varios de los países de la región, todo lo cual llega hasta nuestros días como un grupo importante de naciones de la órbita castrista que presionan a EUA para la normalización con la Habana.
Por otro lado, se percibe dentro de Estados Unidos una tendencia fuerte a jerarquizar la estabilidad dentro de Cuba, muy por encima de la pura derrota de la dictadura, por tres razones que se conjugan: en primer lugar, el proceder de la Cuba actual denota una auto derrota de la ideología marxista de manera expedita, dejando un remanente leninista de dictadura que sólo afecta a los cubanos, los que podrán/deberán resolverlo a medio plazo; segundo, una desestabilización política dentro de la isla, o un vacío del poder castrista actual, ocasionaría una desagradable “estampida balsera”, la peor pesadilla para los gobernantes norteamericanos hoy por hoy, en un país que apenas sale de una fuerte crisis econ’mica; y tercero, la oposición política cubana no ha podido (sabido, conseguido) posicionarse como una opción real de poder a los ojos de los EUA, con una fuerza tal que le permita controlar la posible influencia narcotraficante que muy probablemente caería sobre la isla si hubiera un vacío de poder asociado a la disolución de los actuales cuerpos armados de la dictadura castrista, los que hasta el momento han garantizado un estatus de convivencia “aceptable” para Norteamérica.
Es evidente que estos intereses norteamericanos --por demás totalmente legítimos desde el punto de vista de su propio país-- primarán en las conversaciones que se avecinan. La gran incógnita para los cubanos demócratas es si otros intereses norteamericanos, también comunes a los del pueblo de Cuba --como la eliminación del foco de antinorteamericanismo que representa el castrismo dentro de la isla, o el establecimiento de un régimen democrático a 90 millas de sus costas, elegido por elecciones libres y supervisadas, lo que también significaría estabilidad dentro de la isla-- estaría en la agenda de las conversaciones que se avecinan.
La gran pregunta es: ¿debemos los cubanos esperar por el desarrollo de los acontecimientos, o ser proactivos en las propuestas para sugerir jerarquizar una sociedad democrática dentro de Cuba, tanto ante las instancias de la Unión Europea, como ante los gobernantes de los EUA?
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