Alfredo M. Cepero: SEAMOS COMO CÉSPEDES TODOS LOS DÍAS.
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Céspedes tiene que ser nuestro punto de referencia y nuestra motivación permanente cada vez que nos flaqueen las fuerzas para seguir combatiendo a los malos y luchando por la libertad de Cuba.
En este 10 de octubre de 2014 se cumplen 146 años del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en su Ingenio de La Demajagua contra el todavía poderoso Imperio Español. Un puñado de terratenientes blancos y un puñado de esclavos negros unieron coraje, recursos y esfuerzos en una empresa que parecía salida más bien de las páginas de El Quijote que de un manual de guerra de aquella época turbulenta. La simbiosis de razas en aquella primera siembra de nacionalidad debe servirnos de patrón y de ejemplo para la Cuba que muy pronto tendremos que reconstruir.
Por otra parte, los 147 soldados improvisados reunidos por Céspedes en La Demajagua declaraban la guerra a un ejército profesional de 30,000 soldados, los fusiles no alcanzaban para armar a todos los alzados y sus jefes no habían dirigido nunca tropas en combate. A luz de la lógica, una fórmula para el desastre. A la luz del ideal, una epopeya por la libertad y un acto de supremo amor a la patria. Ese es el estado mental que debe de predominar entre los cubanos que no nos resignamos a vivir sin la patria que unos desalmados nos robaron hace 55 años.
Admito, sin embargo, que es muy difícil mantener la fe y albergar esperanzas de redención en un pueblo donde el materialismo, la corrupción y la desidia campean por su respeto tanto en el gobierno como entre muchos de los falsos líderes que dicen oponérsele. La tentación es replegarnos en nuestro mundo personal, promover nuestros propios intereses y dejar que los cerdos domesticados se sigan revolcando en el estercolero creado por los tiranos para disfrute de sus esclavos.
Pero eso no fue lo que hizo Carlos Manuel de Céspedes, quien padeció envidias, ataques y hasta difamaciones por parte de quienes se suponía que fueran sus aliados en la lucha por la libertad. Tampoco podemos hacerlo quienes insistimos en contribuir a la libertad de Cuba. Céspedes tiene que ser nuestro punto de referencia y nuestra motivación permanente cada vez que nos flaqueen las fuerzas para seguir combatiendo a los malos y luchando por la libertad de Cuba. Sin dudas, Céspedes no fue el único patriota entre los hombres de La Demajagua, pero fue el que más arriesgó en aquel momento. Lo tenía todo menos libertad y por ella arriesgó vida, familia y fortuna. Por eso lo admiro al extremo de que puse su nombre al benjamín de mis hijos. Y lo siento como el remedio milagroso que, cuando me agobia el presente de oprobio, me ofrece el refugio de su pasado glorioso.
Quede, por otra parte, bien claro que éste no es un artículo sobre una historia del 10 de octubre que ha sido narrada, adulterada y discutida hasta la saciedad. Es un artículo sobre el impacto de la conducta y el ejemplo de Carlos Manuel de Céspedes en la historia de Cuba. Y más importante aún, sobre la importancia de que su ejemplo de generosidad, coraje y estoicismo nos sirva de combustible para llegar al final del difícil y largo camino que mi generación emprendió hace más de medio siglo. Un camino donde se ha perdido toda esperanza de que algún día podamos recuperar una patria justiciera, acogedora y generosa para todos sus hijos. Una patria donde sus hijos menos afortunados no sean esclavizados por hermanos malos que acechan en lontananza para engordar sus arcas explotando la miseria que ha dejado a su paso la tiranía.
Ahora bien, para entender a Céspedes, como para entender a cualquier ser humano, tenemos que pasar revista a su conducta ante los retos con los cuales los confronta la vida. El Céspedes del 10 de octubre de 1868 era un hacendado, abogado y poeta de 49 años que hacía solo unos meses había perdido al amor de su vida y la madre de sus hijos. Pero, como todos los iluminados por un ideal superior, Céspedes superó su infortunio personal y concentró sus energías en la lucha por la libertad.
Cuando el 7 de octubre le notifican que los gobernantes españoles han descubierto la conspiración y ordenado su arresto, Céspedes no se fuga ni se asusta sino adelanta el alzamiento al grito de ¡Viva Cuba Libre! a pesar de la escasez de recursos. Acompaña el manifiesto político del 10 de octubre con su primera decisión como jefe de gobierno declarando la libertad de sus esclavos, solamente 5 años después de la Proclama de Emancipación emitida por Abraham Lincoln concediendo la libertad a los esclavos norteamericanos.
Cuando los camagüeyanos le reprochan que haya adelantado el alzamiento y se haya proclamado Capitán General, Céspedes no pierde tiempo en disputas inútiles y ocho días más tarde, el 18 de octubre, muestra su decisión de ser libre o morir tomando la ciudad de Bayamo junto a sus generales Aguilera y Marcano. Cuando el Conde de Balmaseda al frente de 3,000 soldados de línea marcha sobre Bayamo, Céspedes ordena incendiar la ciudad convirtiéndola en una gigantesca antorcha el 12 de enero de 1869. Destaqué este gesto de suprema rebeldía en mi poema 10 de Octubre: "Bayamo con su incendio/ilumina distintos lugares y tiempos./ Es la esperanza de ayer, de hoy y de mañana/ de que, aunque duerme,/es férrea la voluntad cubana/ de sacrificar familia, bienestar y dinero/para alimentar la hoguera del amor a la patria".
Tres meses más tarde, en abril de 1869, fue acusado en el poblado camagüeyano de Guáimaro de tener ambiciones dictatoriales por proponer un ejecutivo fuerte como el instrumento más idóneo para conducir la guerra. La vehemencia de Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana en defensa de un legislativo que limitara los poderes presidenciales triunfó sobre la tesis de Céspedes, pero aquel patricio maduro y comprensivo aceptó de buen grado los exabruptos de los dos jóvenes y la decisión de los constituyentes de Guáimaro. El tiempo y los descalabros militares le darían la razón a Céspedes.
Las disensiones dentro de la convención llegaron hasta tal punto que Agramonte retó a duelo al Presidente Céspedes, quien con gran madurez política -jamás por cobardía- declinó el enfrentamiento personal bajo el argumento de ser ambos necesarios para la independencia de Cuba. De nuevo Céspedes estuvo en lo cierto. El diputado Agramonte renunció a su cargo para convertirse en el General Ignacio Agramonte y Loynaz y cubrirse de gloria en las acciones militares de Buey, Curaná, Lázaro y Cocal del Olimpo. Pero el destino le tenía deparada una sorpresa y el 11 de mayo de 1873, las balas enemigas pondrían fin a la vida del Bayardo Camagüeyano en el potrero de Jimaguayú.
Pero, sin dudas, la prueba suprema de la dedicación de Carlos Manuel de Céspedes a la causa de nuestra libertad la dio cuando fue confrontado con la dolorosa disyuntiva de mantenerse en la lucha o salvar la vida de su hijo. Cuando en 1871, Oscar fue hecho prisionero por los militares españoles y estos propusieron a Céspedes que renunciara a su cargo de presidente a cambio de perdonarle la vida a su hijo la respuesta fue tajante: "¡Oscar no es mi único hijo, yo soy el padre de todos los cubanos!” El gesto le ganó el merecido apelativo de "Padre de la Patria".
Cuando las intrigas y rencillas entre los cubanos provocan la deposición de Céspedes como presidente el 28 de octubre de 1873, el Padre de la Patria consolida su alto sitial en nuestra historia diciendo: "En cuanto a mi deposición he hecho lo que debía hacer. Me he inmolado ante el altar de mi Patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espera el fallo de la Historia. Y pongamos aquí punto final a la política."
Escasamente cuatro meses más tarde, Céspedes es sorprendido en su refugio de San Lorenzo, por una columna de soldados españoles del batallón de San Quintín, posiblemente conducidos hasta allí por la denuncia de algún informante. El calendario de sus angustias y sus infortunios marcaba 27 de febrero de 1874. Abandonado a su suerte por la Cámara de Representantes, casi ciego y sin escolta alguna, intenta defenderse, pues no permite que sus enemigos lo capturen vivo, y ya herido de muerte, se despeña por un barranco.
Tenía 55 años y había pasado los últimos 6 años de su vida sumergido en un torbellino de peligros, insidias e ingratitudes. Pero nunca expresó una queja ni profirió un agravio contra quienes se le opusieron. Con hombres de esta estatura y patriotas de esta dedicación los cubanos no tenemos derecho a proferir quejas ni abandonar la lucha. Nos bastaría con tener el coraje de seguir su ejemplo todos los días hasta que logremos la libertad de Cuba.
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