domingo, mayo 17, 2015

Alexis Jardines Chacón sobre Cuba y EE.UU.: ¿Normalización sin condiciones? ¿Dónde se ha visto eso?

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Barack Hussein Obama sabe que la única manera de prolongar el ¨socialismo¨ Castrista  es mediante la inversión extranjera. Hago notar que  Fidel Castro al mando ya había aceptado esa salvación cuando invirtieron en Cuba los capitalistas españoles  y crearon hoteles y otras  empresas mixtas; no hay apenas diferencias entre ambos capitalistas. El dócil pueblo seguirá sin libertades y con una planificada miseria ya que el buitre Estado y los buitres de la inversión extranjera se repartirán, como hasta ahora,  la riqueza que produce el pueblo cubano en esas empresas. Que los analistas dejen el cuento del miedo del gobierno de los EE.UU. a un éxodo masivo de cubanos si cae el Castrismo, porque por la frontera sur con México  y por las costas del pacífico han  entrado más inmigrantes ilegales asiáticos que los que han salido y saldrían de Cuba bajo la condición de ser devueltos a Cuba.



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Tomado de http://www.cubanet.org/

¿Normalización sin condiciones? ¿Dónde se ha visto eso?

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A contrapelo de lo que piensan Karl Marx y Barack Obama, los cambios políticos son la clave de los cambios económicos
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Por Alexis Jardines Chacón
Mayo 14, 2015

MIAMI, Florida -Hay una verdad irrefutable ante la cual muchos parecen cerrar los ojos: no es el embargo. Las razones tanto del estancamiento económico de Cuba como de la mutilación de las libertades fundamentales obedecen al sistema político (unipartidista) y a su vetusta ideología (nacionalista revolucionaria). A contrapelo de lo que piensan Karl Marx y Barack Obama, los cambios políticos son la clave de los cambios económicos. Y no lo digo como cubano, lo digo como filósofo.

La intención del gobierno de la Isla seguirá siendo controlar la economía, ponerle trabas al sector privado de manera que no florezca, entre el pueblo, una clase media. Sin embargo, como ningún país puede salir adelante sin una clase media estructurada, la dinámica de la acumulación ─ monitoreada según criterios ideológicos─ hará que esa clase emerja de la propia nomenklatura (partidista). La situación del pueblo cubano mejoraría a mediano plazo con la asistencia norteamericana solo hasta donde las estructuras unipartidistas (o, eventualmente, bipartidistas leales) lo permitan. Más allá de ello, si no hacemos lo que tenemos que hacer hoy, nos espera medio siglo más de postcomunismo.

Hay que tener presente ─no importa cuales puedan ser las iniciativas de Obama al respecto─ que los norteamericanos negociarán con el gobierno cubano, sus instituciones y su montón de entidades comerciales con fachadas civiles, no con el sector privado tradicional (cuentapropistas). Este último, al igual que sucedió en el resto de los países ex comunistas de la Europa del Este, continuará marginado, mientras emergerá un nuevo y poderoso sector privado de las filas de los cuadros del Partido.

De igual modo, la oposición política (leal) brotará del seno de la institucionalidad revolucionaria y del propio Partido. Esta peligrosa transmutación en una estructura bicéfala perpetuará a las mismas elites y al mismo principio exclusionista del castrismo: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Por lo tanto, el verdadero embargo ─el interno─ permanecerá y el cubano de a pie continuará siendo excluido de las esferas pública, política y empresarial. La no preservación del anterior mandamiento significaría, para los castristas, destruir lo que queda de Revolución.

En vano se ilusionan algunos con unas negociaciones que dejarán los dividendos en las mismas manos que detentan hoy el poder en Cuba. Barack Obama debería saber que Raúl está fabricando ya ese sector privado al que él pretende empoderar. Y debe saber también que los cubanos no queremos 50 años más de castrismo, no importa si actualizado, yumatizado (norteamericanizado) o, incluso, democratizado. Cualquier sistema de matriz castro-marxista carece de atractivo para una población diezmada y una juventud escéptica. Cuando se hace énfasis en el cambio demográfico que provocó el languidecimiento del exilio se olvida que dentro de Cuba sucedió lo mismo con respecto a la Revolución: solo los revolucionarios históricos y algún que otro retoño domesticado la apoya y parece un gran contrasentido cantarle loas al castrismo desde Miami cuando el pueblo cubano lo rechaza. Entonces ¿de qué parte debemos estar?

El presidente Obama se aferra a la ilusión de que los cambios económicos resultantes de normalización redundarán en cambios políticos. Pero no se pregunta por la naturaleza de esos cambios. De ahí que cometa el elemental error de negociar sin condiciones. El gobierno cubano ha ganado mucho desde el 17 de Diciembre y continúa haciéndolo: hasta la súper espía Ana Belén Montes será puesta en libertad. Los castristas se frotan las manos en espera de que las inversiones norteamericanas le llenen los bolsillos. ¿Y la gente? ¿Qué gana con todo esto el cubano de a pie?

Obviamente, dado que el proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos es un hecho y ha recibido el apoyo de varias democracias occidentales, oponérsele sería una insensatez. En mi opinión, la iniciativa pudiera tener un gran potencial, pero ello dependerá de quien gane el pulso entre Obama y Castro. En buena medida, la nueva distribución de fuerzas ha quedado establecida por un escenario normalizador en el que la gente se define según apoyen una negociación incondicional con el régimen cubano o una normalización de las relaciones que ponga sus miras en los intereses del pueblo cubano y no en satisfacer los caprichos de la dictadura de Partido único, es decir, una negociación con condiciones tal y como indica el sano sentido común.

El problema, pues, no es la normalización en sí sino la incondicionalidad de la negociación. En realidad, ¿cómo aceptar que los cubanos ─según la encuesta de Bendixen & Amandi─ estén mayoritariamente en contra de su presidente y del sistema político unipartidista mientras apoyan, también mayoritariamente, la normalización de las relaciones de los Estados Unidos con ese gobierno y ese sistema que al propio tiempo rechazan? Dos encuestas anteriores realizadas dentro de la Isla por activistas de la sociedad civil independiente arrojan, aproximadamente, un 70% en contra del unipartidismo y en favor de la pluralidad política. Consecuentemente, normalizar las relaciones sin exigir, al menos, el desmantelamiento del sistema político unipartidista y su ideología de Estado es hacer de la actual administración norteamericana el mayor e incondicional patrocinador de la dictadura cubana desde 1959, por encima, incluso, de la para ella entrañable Unión Soviética. Y no lo digo como filósofo, lo digo como cubano.

MIAMI, Florida -Hay una verdad irrefutable ante la cual muchos parecen cerrar los ojos: no es el embargo. Las razones tanto del estancamiento económico de Cuba como de la mutilación de las libertades fundamentales obedecen al sistema político (unipartidista) y a su vetusta ideología (nacionalista revolucionaria). A contrapelo de lo que piensan Karl Marx y Barack Obama, los cambios políticos son la clave de los cambios económicos. Y no lo digo como cubano, lo digo como filósofo.

La intención del gobierno de la Isla seguirá siendo controlar la economía, ponerle trabas al sector privado de manera que no florezca, entre el pueblo, una clase media. Sin embargo, como ningún país puede salir adelante sin una clase media estructurada, la dinámica de la acumulación ─ monitoreada según criterios ideológicos─ hará que esa clase emerja de la propia nomenklatura (partidista). La situación del pueblo cubano mejoraría a mediano plazo con la asistencia norteamericana solo hasta donde las estructuras unipartidistas (o, eventualmente, bipartidistas leales) lo permitan. Más allá de ello, si no hacemos lo que tenemos que hacer hoy, nos espera medio siglo más de postcomunismo.

Hay que tener presente ─no importa cuales puedan ser las iniciativas de Obama al respecto─ que los norteamericanos negociarán con el gobierno cubano, sus instituciones y su montón de entidades comerciales con fachadas civiles, no con el sector privado tradicional (cuentapropistas). Este último, al igual que sucedió en el resto de los países ex comunistas de la Europa del Este, continuará marginado, mientras emergerá un nuevo y poderoso sector privado de las filas de los cuadros del Partido.

De igual modo, la oposición política (leal) brotará del seno de la institucionalidad revolucionaria y del propio Partido. Esta peligrosa transmutación en una estructura bicéfala perpetuará a las mismas elites y al mismo principio exclusionista del castrismo: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Por lo tanto, el verdadero embargo ─el interno─ permanecerá y el cubano de a pie continuará siendo excluido de las esferas pública, política y empresarial. La no preservación del anterior mandamiento significaría, para los castristas, destruir lo que queda de Revolución.

En vano se ilusionan algunos con unas negociaciones que dejarán los dividendos en las mismas manos que detentan hoy el poder en Cuba. Barack Obama debería saber que Raúl está fabricando ya ese sector privado al que él pretende empoderar. Y debe saber también que los cubanos no queremos 50 años más de castrismo, no importa si actualizado, yumatizado (norteamericanizado) o, incluso, democratizado. Cualquier sistema de matriz castro-marxista carece de atractivo para una población diezmada y una juventud escéptica. Cuando se hace énfasis en el cambio demográfico que provocó el languidecimiento del exilio se olvida que dentro de Cuba sucedió lo mismo con respecto a la Revolución: solo los revolucionarios históricos y algún que otro retoño domesticado la apoya y parece un gran contrasentido cantarle loas al castrismo desde Miami cuando el pueblo cubano lo rechaza. Entonces ¿de qué parte debemos estar?

El presidente Obama se aferra a la ilusión de que los cambios económicos resultantes de normalización redundarán en cambios políticos. Pero no se pregunta por la naturaleza de esos cambios. De ahí que cometa el elemental error de negociar sin condiciones. El gobierno cubano ha ganado mucho desde el 17 de Diciembre y continúa haciéndolo: hasta la súper espía Ana Belén Montes será puesta en libertad. Los castristas se frotan las manos en espera de que las inversiones norteamericanas le llenen los bolsillos. ¿Y la gente? ¿Qué gana con todo esto el cubano de a pie?

Obviamente, dado que el proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos es un hecho y ha recibido el apoyo de varias democracias occidentales, oponérsele sería una insensatez. En mi opinión, la iniciativa pudiera tener un gran potencial, pero ello dependerá de quien gane el pulso entre Obama y Castro. En buena medida, la nueva distribución de fuerzas ha quedado establecida por un escenario normalizador en el que la gente se define según apoyen una negociación incondicional con el régimen cubano o una normalización de las relaciones que ponga sus miras en los intereses del pueblo cubano y no en satisfacer los caprichos de la dictadura de Partido único, es decir, una negociación con condiciones tal y como indica el sano sentido común.

El problema, pues, no es la normalización en sí sino la incondicionalidad de la negociación. En realidad, ¿cómo aceptar que los cubanos ─según la encuesta de Bendixen & Amandi─ estén mayoritariamente en contra de su presidente y del sistema político unipartidista mientras apoyan, también mayoritariamente, la normalización de las relaciones de los Estados Unidos con ese gobierno y ese sistema que al propio tiempo rechazan? Dos encuestas anteriores realizadas dentro de la Isla por activistas de la sociedad civil independiente arrojan, aproximadamente, un 70% en contra del unipartidismo y en favor de la pluralidad política. Consecuentemente, normalizar las relaciones sin exigir, al menos, el desmantelamiento del sistema político unipartidista y su ideología de Estado es hacer de la actual administración norteamericana el mayor e incondicional patrocinador de la dictadura cubana desde 1959, por encima, incluso, de la para ella entrañable Unión Soviética. Y no lo digo como filósofo, lo digo como cubano.


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