sábado, mayo 02, 2015

Zoé Valdés: "La mezcla entre comunismo y fascismo que creó Castro ha terminado con el ser cubano". Nuria Val entrevista a Zoé Valdés.


Zoé Valdés: "La mezcla entre comunismo y fascismo que creó Castro ha terminado con el ser cubano"

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  •     'La Habana, mon amour' es el último libro de la escritora Zoé Valdés. Un retrato íntimo donde refleja sus vivencias y recuerdos más personales como su primer amor o su exilio a París.
  •     Enamorada de su tierra recuerda la Cuba sin Castro y los 'pequeños cambios' que desde los ojos de una niña contempló cuando las cosas cambiaron. "Les robó la sonrisa a todos los cubanos".
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Por Nuria Val
viernes, 01/05/15

La escritora cubana Zoé Valdés. Fuente: Stella Maris. Fotógrafo: Asís. G. Ayerbe.

“La Habana son sus playas deslumbrantes, los cuerpos ondulantes de sus mujeres, las melenas al viento. La Habana es el recuerdo de sus cantantes, de los músicos que la adoraron, idos al exilio, las cinturitas y los ombligos en movimiento de las vedettes, los chistes de sus cómicos, también fugados.

Pero también sus calles destruidas, abiertas, como las venas de una anciana moribunda. Ruinas y más ruinas. Y en medio de las ruinas, anuncios publicitarios o slogans de resistencia a un enemigo imperialista que al parecer nos olvidó rotundamente. Es prostitución, soledad, borracheras, crímenes, asaltos. Pero La Habana es también la resistencia de los disidentes, intransigencia hasta la muerte como fueron los casos de Laura Pollán, Orlando Zapata, Oswaldo Payá y Harold Cepedo”, escribe Zoé Valdés en su último libro 'La Habana, mon amour'.

Silenciosa, fuerte y, sobre todo, valiente. Zoé Valdés lleva veinte años sin pisar su tierra, La Habana. Un embajador del Gobierno cubano le comunicó hace unos años en París que estaba en la lista negra de Castro y que no podría volver nunca más. ¿Qué hizo? Denunciar a los medios franceses, mediante una novela, el régimen que cambió la sonrisa a los cubanos.

La Habana que refleja es la de sus vivencias. Cuando vivió en un albergue y en un cine durante dos años tras el derrumbe de su casa o sus primeros amores y también, las primeras decepciones en este aspecto. Un libro intimista que ni ella misma pensó que podría escribir tras vivir una crisis personal. Ahora luce sonriente, sentada en una céntrica cafetería de Madrid:

La Habana Mon Amour, como la película de Alain Resnais Hiroshima Mon Amour.  ¿Cómo surge este libro?

Son los sueños que he tenido de La Habana en estos 20 años de exilio. El recuerdo, la memoria. Hay películas como la que citaste (Hiroshima, mon amour) que no tienen que ver con La Habana, pero los diálogos o situaciones me han llevado de pronto a revivir momentos que viví ahí de joven. Por ejemplo, cuando me enamoré por primera vez o cuando leí un determinado libro… es La Habana que yo quería contar, de las palpitaciones que me ha acompañado y que ha quedado intacta en mi memoria.

¿Qué ha aprendido con este libro?

Todo lo que cuento en el libro es verdad y lo que he aprendido es que estoy todavía viva. Antes de este libro tuve una crisis muy profunda de creatividad y creía que no iba a volver a escribir más. Así que me ha dado la fuerza para volver a la escritura. Quizá lo que más me ha costado ha sido hablar de mi madre, porque se murió en 2001 en París y quería morirse en La Habana. El hecho de que no haya podido llevar sus cenizas me tiene algo perturbada, pero un día volveré. Es mi ciudad y eso nadie me lo puede quitar. Llevo la ciudad en la memoria y en mi corazón.

Momento durante la entrevista a Zoé Valdés

Descríbame ¿cómo son los habaneros?

(Risas) Es tan difícil describir a los habaneros… como decía Guillermo Carrera Infante, los habaneros son muy 'hablaneros'. Hablan su propia jerga, tienen una cadencia al caminar especial, una desazón y dulzura al hablar. No los idealizo son realmente así, tienen una vivacidad enorme para las respuestas. Son muy rápidos.

('Fambeco' es culo en habanero; mientras que 'fletera' significa prostituta) ¿Alguna palabra graciosa que le sonó mal cuando llegó a España?

Lo que me chocó al venir a España fue que nosotros llamamos ‘portañuela’ a la bragueta. Cuando oí bragueta me pregunté qué sentido tenía esa palabra tan dura. Portañuela es mucho más dulce, pero ya me he ido acostumbrando (risas).

Cuenta que para no meterse en problemas había que ir a la iglesia a escondidas porque era contrarevolucionario y que en una ocasión a su madre y a usted les tiraron piedras a la salida de la Iglesia de las Mercedes. ¿Me puede contar qué fue lo que pasó y cómo se ve la religión en Cuba?

La iglesia ha tenido que plegarse al castrismo, pero en otra época la Iglesia resistía y estaba muy mal visto entrar en ella. En los primeros años en que tantas monjas fueron acusadas y los sacerdotes tuvieron que irse del país, salía con mi madre de la iglesia y había gente esperando a que salieran personas para apedrearles.

¿Ciudadanos?

Sí, lo que ahora se llama brigadas de respuesta rápida. Nos tiraron piedras y fue una sensación de desamparo tremenda. Al mismo tiempo también fue un aprendizaje. Uno aprende mucho de los países totalitarios, sobre todo de los peligros con la no aceptación del otro. De alguna manera fue una escuela para mí. Aprender de un espectáculo deprimente, lo que nosotros creíamos que era la vida y la vida no es la intolerancia.

¿Ha vuelto a entrar a una iglesia?

Siempre que puedo porque me calma mucho y además me encantan los retablos. Por ejemplo, en la iglesia de Saint Sulpice (París, donde vive en la actualidad) hay dos retablos de Delacroix que me gustan mucho.

Cuenta que se le derrumbo la casa y vivió dos años en un albergue y en un cine, ¿cómo fue la experiencia?

Nuestra casa estaba en muy mal estado y no llegaron a tiempo para ayudarnos. No había otra posibilidad donde vivir y fuimos a ese albergue. Había dos pisos, uno para mujeres y niños y otro para hombres, pero por la noche todo cambiaba. Había mujeres que subían donde los hombres, hombres que se iban al piso de las mujeres… había espectáculos muy fuertes. Al mismo tiempo no había agua en ese lugar, entonces mi abuela tuvo que hablar con la taquillera de un cine que había cerca para que nos permitiera lavarnos en los lavabos.

También fue una experiencia enriquecedora porque vi mucho cine, soviético y de Corea del Norte, bueno por lo menos veíamos algo… -dice sonriendo-. Aunque también veíamos cine francés, eso nos salvaba…. (risas).

¿Qué recuerdo se lleva de esos años?

Tristes. Veía el dolor y la angustia, pero desde los ojos de una niña era vivir también una aventura. En la escuela estábamos mal vistos porque éramos los que no teníamos casa. De alguna manera ese tiempo me formó también literariamente. Me dio una sensibilidad para descubrir que en todas partes siempre hay alguien que te puede tender la mano y ayudarte -cuenta sin perder la sonrisa-.

En tu nueva vida de París, ¿has podido encontrar personajes como los de La Habana?

Sí, París es una ciudad de locos deliciosos. (risas) Son locos muy literarios que aportan a la vida poesía y una visión de la realidad completamente diferente de lo que vemos a diario. Hay gente diferente que lo puede pasar bien, incluso cuando está viviendo mal.

Escribe en su libro: “Vivir en la Habana es también huir de refilón de la muerte”

Cuando vives en La Habana estás todo el tiempo al filo de la muerte, cualquier cosa te puede matar. Se puede derrumbar tu casa y te puede matar, por ejemplo. Antes del castrismo  también era una ciudad de peligros, pero mucho más aterradora ahora, sobre todo para los niños que viven mucho en la calle.

Vieja superstición habanera: “Si colocas un espejo a las 12 y cuentas 300 estrellas, descubrirás cómo serás dentro de varios años y surgirá la calle por donde vas a llegar indeteniblemente”.  ¿Esto es verdad?

Es verdad, la gente dice que funciona. Yo nunca he llegado a las 300 estrellas. Me he puesto a contarlas y nunca he terminado. Creo más bien que es un cuento para quedarse dormido. (Risas)

'Los sábados de la plaza', explica que son una serie de artesanos que vendían todos los sábados en la Plaza de la Catedral, pero vino Castro y los quitó.

Se crearon en los años 80 con Castro, lo que pasa es que vio que la gente ganaba dinero y lo prohibió. No puede permitir que la gente gane dinero. Eso da independencia y a Castro no le gusta. Para Castro es un peligro que la gente se enriquezca. Por eso desaparecieron. Se cargó muchas cosas más, sobre todo la alegría del habanero. 

También escribe, 'sin pelos en la lengua': “Tanto el comunismo como el castrismo resultan pura envidia y mero fracaso. La mezcla de los dos era la peor de las plagas”.

La frase es un referente a lo que ha pasado en Cuba. La mezcla entre comunismo y fascismo que creó Castro ha terminado con el ser cubano.

¿Qué solución hay?

Que se vayan los Castro del poder. Si tuvieran la lucidez de irse y entregaran el poder de manera generosa.... lo que hace falta es pluripartidismo. Ellos no lo harán y a la ONU tampoco está muy por la labor de exigírselo. Creo que hay muchos intereses económicos como estamos viendo en los últimos tiempos.

¿Por qué se exilió a París?

Por un problema político. Cuando se publicó uno de mis libros comencé a realizar declaraciones a la prensa y vino un señor de la embajada castrista en París para decirme que no podía seguir haciendo esas declaraciones. Me amenazó con no dejarme entrar de nuevo en Cuba. Yo seguí haciéndolas e inmediatamente me llegó la información de que estaba en una lista negra y que ya no me iban a dejar entrar más en Cuba. Dejé a mi mamá y a mi tía allí. Finalmente, seis años más tarde conseguí sacar a mi madre, pero fue muy difícil.

Se lo pregunta en el libro y me gustaría que respondiera: ¿Cómo sería posible un capitalismo normal en una isla donde hay más cárceles que playas?

Sería posible porque existió, pero habría que eliminar todas esas cárceles y convertirlas en escuelas, hospitales y en beneficio de la gente.