Oxígeno, dólares y Jano. César Reynel Aguilera sobre la claudicación incondicional del presidente de EE.UU. Barack Obama ante la dinastía de los Castro
Por César Reynel Aguilera
Enrique Patterson propone hoy un enfoque sistémico para explicar los cambios recientes en las relaciones entre la Casa Blanca y el castrismo.
Su artículo, de una lógica aplastante, propone que los intereses estadounidenses justifican, con creces, la claudicación incondicional del presidente Obama ante la dinastía de los Castro y la posposición, por un tiempo indefinido, del paso de Cuba hacia una democracia.
Según Patterson esos intereses estarían encaminados a evitar, al precio que sea necesario, un vacío de poder y la subsecuente deriva de la isla hacia la inestabilidad social, el narcotráfico, la guerra civil y la emigración masiva.
Ese enfoque sistémico parte de asumir que la inyección económica — léase los millardos de dólares— que la Casa Blanca planea inyectar en Cuba son, tienen que ser, el mejor antídoto contra una situación que para los EE UU sería, quién lo duda, un verdadero dolor de cabeza.
Por desgracia para Cuba el enfoque de Patterson, a pesar de su rigor y de su alta probabilidad, no es el único de los escenarios posibles y bien, o mal, podría generar un desenlace diametralmente opuesto al deseado.
Me explico, y para hacerlo tengo que hacer uso de otro enfoque sistémico que parte de reconocer que las sociedades y los organismos vivos son Sistemas Complejos con Capacidad de Adaptación y comparten, por tanto, características esenciales. Esas características permiten, salvando las distancias y sin abusar demasiado, establecer comparaciones que de otra forma parecerían tomadas por los pelos.
Cualquiera sabe que los seres humanos vivimos gracias al Oxígeno, que obtenemos nuestra energía a partir de la unión de ese elemento con el Hidrógeno y la utilizamos, una vez almacenada, para construir eso que llamamos vida.
El Oxígeno, sin embargo, también puede ser un elemento muy tóxico. A veces, cuando las cosas no funcionan bien, el Oxígeno puede convertirse en radicales libres, unas moléculas altamente reactivas que son capaces de dañar o destruir casi todas las estructuras y funciones de los organismos vivos. Para evitar eso las células tienen una gran cantidad de mecanismos encargados de evitar la formación de los radicales libres del Oxígeno o de facilitar, una vez que se han formado, su eliminación. El más importante de esos mecanismos es la propia infraestructura celular, todos los caminos y vías metabólicas que se encargan de transportar el Oxígeno y de minimizar, tanto como sea posible, la probabilidad de este se convierta en un elemento tóxico.
El daño de esa infraestructura celular explica, entre otras razones, una paradoja médica: cuando un tejido carece de Oxígeno durante un largo período de tiempo la administración de esa molécula, lejos de provocar el efecto positivo esperado, produce una reacción tóxica muy dañina que se conoce como “daño por re-perfusión”.
Una de las razones de ese daño es que la isquemia inicial afecta a una buena parte de la infraestructura celular encargada de minimizar la formación de los radicales libres del Oxígeno. Eso trae como consecuencia que después, cuando la oxigenación se restablece, la célula sufre un incremento drástico en la formación de radicales libres que inician, paradójicamente, una espiral descendente de toxicidad y destrucción.
Es por eso que en medicina se dice que el Oxígeno, como el dios Jano de la mitología griega, tiene dos caras, una positiva y otra negativa. Una frase que, creo, debe ser tomada como referencia a la hora de los enfoques sistémicos sobre la actual situación cubana.
Cada vez que pienso en la re-perfusión de dólares que Barack Obama quiere enviarle a los Castro no puedo dejar de pensar que el dinero, como el Oxígeno, también tiene dos caras. Si usamos esa analogía como referencia podemos decir que Cuba ha estado en isquemia por más de 50 años y ahora, como caído de un cielo azul cianótico, llega un médico con la brillante idea de administrar oxígeno masivamente.
Durante más de medio siglo de malos manejos, ineficiencias económicas, corrupción y despotismo psicopático, Cuba perdió casi todas las infraestructuras requeridas para hacer negocios de una manera adecuada y también —y más importante aún— para evitar los efectos tóxicos que el dinero siempre lleva consigo.
Los empresarios estadounidenses pueden preocuparse porque en Cuba no hay carreteras, líneas eléctricas, comunicaciones, agua corriente, alcantarillado o edificios adecuados para enfrentar un aumento drástico en los negocios y las inversiones. La Casa Blanca, por su lado, debería preocuparse por el hecho de que en Cuba no hay leyes, no hay clase media, intelectualidad, sociedad civil, democracia y —en fin— civilización, para impedir o al menos minimizar el efecto tóxico de la enorme cantidad de dinero que quiere hacerle llegar al castrismo.
Lo que Cuba sí tiene es una colección de grupos de poder —corruptos hasta el tuétano y diseminados a todo lo largo y ancho de la isla— que ahora, por primera vez en más de 50 años, se dan cuenta que lo que está en juego no son los meros miles de dólares que antes el castrismo les dejaba robar. No, ahora son millardos que, para mayores tentaciones, podrán gozar de un acceso irrestricto al sistema bancario internacional.
Si combinamos eso con “una sociedad cubana cínica y descreída”, con un aumento rampante de la delincuencia, con la represión despiadada y brutal de los opositores, y con una Historia (la de Cuba) tan violenta desde sus inicios que dio lugar a una provincia llamada Matanzas, podríamos terminar teniendo el escenario perfecto para esa guerra civil que, según el enfoque sistémico de Enrique Patterson, la Casa Blanca pretende evitar.
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