COMO ERA DE ESPERARSE. Ernesto Díaz Rodríguez sobre la visita del Papa Francisco a Cuba
COMO ERA DE ESPERARSE
Por Ernesto Díaz Rodríguez
Secretario General de Alpha 66
Como era de esperarse luego de su confabulación con el presidente Barack Obama en apoyo a las unilaterales concesiones hechas por la actual administración norteamericana al tirano Raúl Castro, la visita del Papa Francisco a Cuba dejó en muchos de los cubanos que ansiamos la libertad de nuestra Patria oprimida un amargo sabor en la garganta. Doloroso fue ver entre las manos redentoras del Santo Padre, la mano ensangrentada del más despiadado asesino que ha padecido pueblo alguno en la larga historia de violencia y opresión de América Latina. Fue un acto de sumisión a un verdugo repugnante que por la vileza de sus acciones se ha ganado un lugar de honor en el purgatorio. Y una gran humillación, sin conciencia ni respeto alguno, para las víctimas de la tiranía, de manera especial para la honrosa legión de héroes que en nuestro país, abrazados con amor a los destinos de su pueblo y a la voluntad de Dios, con el grito de “Viva Cristo Rey” se enfrentaron a las balas asesinas con que miserablemente se les arrancaba la vida.
Al querer con su visita a Fidel Castro dejar clara constancia de su encumbrada admiración por el ya desconchado caudillo de la Sierra Maestra, probablemente sin que esa fuera su intención, hizo el Santo Padre causa común con los esclavizadores del pueblo de Cuba. Se apartó de los sentimientos del pueblo oprimido; de la urgencia de paz y comprensión. Y negó la esperanza que ofrece la justa solidaridad, que aunque en muchos casos se reduce a un apoyo simplemente simbólico alimenta los corazones y da fuerzas renovadoras al espíritu.
No. No estamos satisfechos ni hay justificación capaz de endulzar el acíbar de las frustraciones que ha dejado la visita del Papa Francisco a la Isla cautiva. Porque aunque el cubano es un surtidor de nobleza y de generosidad, sabe bien distinguir entre las bondades y la misericordia de un Dios amoroso y justiciero y los intereses del representante de una institución que no siempre es capaz de empinarse a la altura de las circunstancias, como hemos podido apreciar en los días actuales. No, lamentablemente ha caído el telón de esta triste comedia y en las graderías, lejanas al círculo de la plaza sitiada a donde sólo tuvieron acceso los incondicionales y la envilecida policía política, el pueblo de Cuba no ha encontrado razones para aplaudir ni para sonreír.
Vergonzosa ha sido la actitud del Santo Padre. Vergonzosa la amabilidad del representante universal de la iglesia católica con quienes representan en nuestro país las fuerzas del mal. Si ante tan reprochable actitud quisiéramos aún ser generosos y entender como prioritaria la agenda de intereses con que llegó a tierras cubanas el Papa Francisco, tendríamos que engañarnos a nosotros mismos y culpar su insensibilidad con la tragedia cubana, a una supuesta falta de memoria histórica relacionada con los crímenes de la tiranía. Desde luego, después de escuchar en sus propias palabras que no había ido a Cuba a hablar del pasado, no queda mucho espacio para las interrogantes. No hay ninguna razón para creer que esa falta de interés por hacer una revisión de los acontecimientos de los años pasados cuando el régimen dictatorial de los Castro proclamó en su constitución ser un Estado Ateo y activó todos sus mecanismos de represión con el fin de atomizar a la iglesia católica, fue debido a su exceso de trabajo religioso, porque en este largo peregrinaje a nuestra América ha dejado constancia de su buena salud espiritual y su dinamismo físico. Se trató, simplemente, de una errada conclusión sobre la actitud política que debía tomarse en función de unos pocos mendrugos de tolerancia, en el desarrollo de lo que ha logrado sobrevivir en nuestro país a la represión gubernamental desatada, entre otras instituciones religiosas, contra la iglesia católica. Probablemente a la hora de tomar estas controversiales decisiones hizo el Papa la valoración de que el pasado de esta era castrista, crucificado nuestro pueblo infeliz en la horrenda cruz del ateo y perverso comunismo, no era un tema adecuado a tratar si se intentaba confraternizar y otorgarle un perdón, matizado de falsedades y de hipocresía, a los crímenes de la tiranía.
Doloroso debiera de ser para los católicos de nuestro país (y de todo el mundo) que coincidiendo con su visita a Cuba se cumpliera el 54 aniversario de la injustificada expulsión de la Isla de más de un centenar de representantes de la iglesia católica, entre ellos el Monseñor Eduardo Boza Masvidal, y que Su Santidad el Papa Francisco no haya dedicado un comentario de pesar por tan deplorable acto represivo. Doloroso para las abnegadas Damas de Blanco y el resto de los representantes de la oposición, que luchan por la felicidad, el progreso y la paz de la familia cubana, por la negativa del Santo Padre a recibirlos y escuchar sus reclamos de libertad, al cese de los encarcelamientos arbitrarios, de las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos.
Antes de concluir no podía dejar de felicitarlo con sincera humildad por su valerosa iniciativa, aunque pudo haberlo hecho en Cuba también, de pedir durante su visita a los Estados Unidos de América el cese de la aplicación de la pena de muerte. Por haber pedido, aunque pudo haberlo hecho en Cuba también, tolerancia y respeto para los que no comparten los mismos criterios religiosos y políticos; voluntad y buena intención para una más justa repartición de bienes entre pobres y ricos, aunque pudo haberlo hecho en Cuba también, donde todas las riquezas y los privilegios están en manos de los Castro y sus familiares, de los encumbrados en los altos cargos de la nomenclatura gobernante, de los generales que controlan la industria y la economía. Gracias, finalmente gracias, por sus justos reclamos en la hermosa patria de Abraham Lincoln, cuna de la libertad y de la democracia, de encontrar soluciones que permitan la reunificación de la dispersada familia de indocumentados, aunque pudo haberlo hecho también en mi país, donde casi dos millones de cubanos viven errantes por el mudo, obligados a abandonar a su Patria infeliz y a sus seres queridos, como única alternativa de escapar a la persecución, a la vida sin rumbo ni destino y a las miserias impuestas por la tiranía comunista de Cuba.
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