viernes, octubre 16, 2015

Omara Portuondo la diva de Buena Vista Social Club que visitó la Casa Blanca respaldó el fusilamiento en Cuba de tres personas que no mataron ni derramaron una gota de sangre en sus acciones para salir de Cuba


 La Casa Blanca celebró el mes de la hispanidad con la presencia de la cantante cubana Omara Portuondo y la Orquesta Buena Vista Social Club

Published on Oct 16, 2015

La Casa Blanca celebró la Fiesta de la Hispanidad en la que participó como invitad especial el “Buena Vista Social Club “con la cantante Omara Portuondo. Gricel González informa.


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Tomado de http://www.martinoticias.com

 Firmante del respaldo a los fusilamientos de 2003 será recibida en la Casa Blanca

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Omara Portuondo, la diva de Buena Vista Social Club firmó el documento "Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos", escrito a propósito de la ola de protesta que provocó el fusilamiento de tres jóvenes negros en abril de 2003.
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Por Luis Felipe Rojas
 Martinoticias.com
octubre 14, 2015


Algunos de los intelectuales firmantes del "Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos", 2003.

El jueves 15 de octubre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, recibirá en la Casa Blanca al remanente de Buena Vista Social Club, el último hito musical cubano del siglo XX.

Buena Vista… cuenta entre sus músicos con la voz de la cantante Omara Portuondo, firmante de aquel documento "Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos", escrito a propósito de la ola de protesta que provocó el fusilamiento de tres jóvenes negros en abril de 2003.


 (Los fusilados:  Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Sevilla García y a Jorge L. Martínez Isaac)

El mensaje intentaba lavar el rostro del régimen cubano, por haber juzgado de manera sumaria a Enrique Copello Castillo, Bárbaro Sevilla García y a Jorge L. Martínez Isaac. Ninguno de los tres contó con el debido proceso, una garantía procesal ni el derecho de sus familiares a gestionar una defensa justa.

Días antes de la trágica decisión eran juzgados también bajo la Ley 88, también conocida como "Ley Mordaza", varias decenas de disidentes y opositores a Fidel Castro. La Causa de los 75 fue conocida en el mundo como la Primavera Negra de 2003.

Junto a Portuondo, que ahora fungirá como diva en la Casa Blanca, firmaron el documento principal 25 intelectuales más, entre ellos músicos, escritores, cineastas y funcionarios de la cultura oficial.

Semanas después del "llamamiento", a las delegaciones provinciales de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Asociación Hermanos Saíz (AHS) extendieron hojas de firmas para que los intelectuales de provincia rubricaran el apoyo a los fusilamientos. A la convocatoria se unieron los integrantes de las principales instituciones culturales y universidades de toda la isla.

En las semanas siguientes, el diario oficial Granma publicó periódicamente unos tabloides en los que aparecían los miles de firmantes a lo largo del país.

Hace unas horas publiqué un breve post en mi cuenta personal de Facebook y, ante la oleada de comentarios a favor y en contra, sólo tengo esta respuesta: Esos firmantes son coautores de la censura en Cuba, defensores de que a cientos de mis compatriotas les hayan impedido volver a publicar, exponer sus obras de arte y cantar en el país que los vio nacer.

El hecho de que uno solo de ellos sea recibido hoy con alfombra roja en el país símbolo de la democracia contemporánea, no los exime de la culpa.

A continuación los nombres de los principales autores del llamamiento y el texto íntegro del mismo:

"Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos"

En los últimos días, hemos visto con sorpresa y dolor que al pie de manifiestos calumniosos contra Cuba se han mezclado consabidas firmas de la maquinaria de propaganda anticubana con los nombres entrañables de algunos amigos. Al propio tiempo, se han difundido declaraciones de otros, no menos entrañables para Cuba y los cubanos, que creemos nacidas de la distancia, la desinformación y los traumas de experiencias socialistas fallidas.

Lamentablemente, y aunque esa no era la intención de estos amigos, son textos que están siendo utilizados en la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de los Estados Unidos contra Cuba.

Nuestro pequeño país está hoy más amenazado que nunca antes por la superpotencia que pretende imponer una dictadura fascista a escala planetaria. Para defenderse, Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba. No se le debe juzgar por esas medidas arrancándolas de su contexto.

Resulta elocuente que la única manifestación en el mundo que apoyó el reciente genocidio haya tenido lugar en Miami, bajo la consigna Irak ahora, Cuba después, a lo que se suman amenazas explícitas de miembros de la cúpula fascista gobernante en los Estados Unidos.

Son momentos de nuevas pruebas para la Revolución cubana y para la humanidad toda, y no basta combatir las agresiones cuando son inminentes o están ya en marcha.

Hoy, 19 de abril de 2003, a cuarenta y dos años de la derrota en Playa Girón de la invasión mercenaria, no nos estamos dirigiendo a los que han hecho del tema de Cuba un negocio o una obsesión, sino a amigos que de buena fe puedan estar confundidos y que tantas veces nos han brindado su solidaridad.
Omara Portuondo, Alicia Alonso, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, Julio García Espinosa (+), Leo Brouwer, Fina García Marruz, Abelardo Estorino (+), Harold Gramatges (+), Roberto Fabelo, Alfredo Guevara (+), Pablo Armando Fernández, Eusebio Leal, Octavio Cortázar (+), José Loyola, Carlos Martí, Raquel Revuelta (+), Nancy Morejón, Silvio Rodríguez, Senel Paz, Humberto Solás (+), Amaury Pérez, Marta Valdés, Graziella Pogolotti, Chucho Valdés, César Portillo de la Luz (+), Cintio Vitier (+).

(+): Fallecidos.

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 Madre del fusilado  Lorenzo Enrique Copello Castillo declara.



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Emigrar al patíbulo















(Lorenzo Enrique Copello, fusilado el 11 de abril de 2003)  

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Un testimonio de las últimas horas de Lorenzo Enrique Copello, el último fusilado del castrismo.
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Por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO
(escrito desde la cárcel)

Convivir en un calabozo con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena, que comienza a pertenecernos, a dolernos.

Cuando abrieron la puerta de la celda tapiada y vi por primera vez a Lorenzo Enrique Copello Castillo, no imaginé que lo fusilarían en una semana, tras uno de esos juicios sumarísimos de la primavera de 2003.

Lorenzo era un negro de treinta y tantos años, de buen aspecto, que caminaba cojo por la golpiza que le propinaron cuando lo arrestaron en el Puerto del Mariel, al oeste de La Habana. Los zapatos negros y sin cordones tenían marcas de salitre, y sus ojos reflejaban la extenuación de los náufragos, de esos que aún huelen a mar.

Nos saludó con una sonrisa doble: la de sus labios y la de sus ojos. Se acostó, y al instante dormía con la inmovilidad de los difuntos.

Mis compañeros de celda —el chino, un joven acusado de vender drogas, y un muchacho condenado por asesinato e involucrado en un tráfico de emigrantes— nos sentimos desilusionados. Nos sabíamos de memoria nuestras respectivas historias o leyendas y esperábamos del recién llegado una de estreno. En los calabozos de Villa Marista, sede nacional de la Seguridad del Estado, no hay espacio para caminar; y la única opción, entre interrogatorio e interrogatorio, es conversar sobre cualquier tema, para no pensar.

Por la mañana, descubrimos que Lorenzo era un criollazo. Nos relató, como quien cuenta una película, que a medianoche abordó con varios amigos y amigas la lancha Baraguá, una de esas que cruzan con pasajeros la bahía habanera. El grupo de piratas debutantes llevaba oculto en sus mochilas recipientes con combustible; y, además, contaban con un arsenal de desconsuelo: un revólver y un cuchillo. Lorenzo apoyaba su narración con mímica teatral. "Llegué hasta la cabina y disparé dos veces. Una contra la proa y otra al mar. Entonces grité: '¡Esto se jodió, nos vamos pa' Miami!'".

Al principio todo resultó a pedir de sueños. Entre los pasajeros habían dos extranjeras —magníficas piezas de cambio— acompañadas por un par de Rastafaris. En total, tenían una treintena de rehenes. La Bahía de La Habana quedaba atrás, y la embarcación se adentraba en el anchísimo Estrecho de la Florida.

Lorenzo cerró los ojos para disfrutar mejor de sus palabras. "Oigan, ya nos veíamos en las costas de Cayo Hueso enseñando unos carteles que habíamos hecho con frases contra el comunismo, para que los americanos nos dieran asilo político". Lorenzo sonrió, como un chiquillo que recuerda una travesura. Al abrir los ojos, despertó de su aventura onírica. Su expresión se transformó en la de un adulto en peligro.
Nos contó, siempre auxiliándose con su gestualidad criolla, cómo el mar —un mar histérico— cambió de humor repentinamente. Imaginé las olas como cascadas continuas, la lancha a la deriva, a merced de ascensos y descensos bruscos y constantes. Vi en el rostro del negro el terror que sintieron aquellos cachorros de mar —secuestradores y rehenes— al saber que en esa situación de espanto se había agotado el combustible, incluido el de reserva.

Un guardacostas cubano se aproximó. A través de un megáfono uno de los guardafronteras los conminó a entregarse. "Pero nosotros, de eso nada. Respondí a gritos que teníamos a dos extranjeras. Que nos dieran combustible o la cosa iba a terminar mal".

Llegaron a un acuerdo. El guardacostas remolcaría a la Baraguá hasta el Puerto del Mariel. Allí le proporcionarían lo necesario para llegar a Estados Unidos, a cambio de que no lastimaran a los rehenes.
Lorenzo intentó esgrimir una sonrisa de consuelo, pero, errático, emitió un suspiro triste. "Era una trampa. Muy cerca del muelle, un hombre rana del Ministerio del Interior le hizo una seña a las extranjeras para que se lanzaran al agua. Una de ellas se tiró. Traté de impedir que la otra hiciera lo mismo, pero un pasajero —después supe que era un militar vestido de civil— me empujó, caí al mar y perdí el arma. Varios hombres ranas me atraparon. En el agua comenzaron a golpearme. Continuaron en el muelle. Mis compañeros también estaban dominados".

"La cosa fue grande. Vino hasta Fidel. Nos dijo que si nos hubiéramos ido, dentro de unos años hubiéramos querido regresar".

Lorenzo movió la cabeza seguro de su negativa. "¡Qué va! Yo hubiera hecho como mi padre, que se pasó la mitad de la vida preso; pero en el 80, cuando lo del Mariel, se fue a Estados Unidos, se cambió el nombre, estudió y se hizo ingeniero. Sí, yo iba a hacer lo mismo. Después reclamaría a Muñe, mi mujer actual; y a Rorro, mi hija, que es del primer matrimonio".

Muñe —apócope de muñeca— vendía pizzas en su casa. Lorenzo la describía como una Venus de Milo, pero con brazos, cálida y cándida. Al hablar de Muñe la expresión del negro se asemejaba a la de un amante primerizo.

Pero ella, como Rorro, desconocía que Lorenzo vivía dos existencias paralelas, y que con esa doble vida recorría su laberinto personal. Él era una moneda que giraba por el aire a cara o cruz, a mal o bien.

Lorenzo trabajaba días alternos como custodio de una policlínica del municipio de Centro Habana. Allí su actitud era ejemplar, nos aseguró. Mas sus días libres eran libertinos. Se dedicaba al proxenetismo y a la estafa. Esta la ejercía a veces a través de juegos de azar; otras, como "guía" de turistas inexpertos.

"Una vez —nos relató entusiasmado— viajé a Pinar del Río con un francés. ÁQué vida! El lo pagaba todo: un apartamento que alquiló, bebida de la buena y a las mejores jineteras. Allá conoció a una temba y se quedó con ella. No sé qué le vio. El francés era un buen hombre. Yo siempre me porté bien con él. Aunque era muy confiado, jamás me aproveché de eso". Nos miró con picardía y añadió: "¡Pero a otros…!".
En una ocasión Lorenzo me dijo: "Ricardo, qué lástima que te dio por la política. Con tu pinta y facilidad de palabras, serías un estafador de primera".

También nos hablaba de Rorro. Una linda adolescente que sabía valerse por sí misma. "Es como yo, pero honrada". El sobrenombre surgió cuando era una bebé, pues la madre y Lorenzo le cantaban para dormirla: "A rorro mi niña, a rorro mi amor". La muchacha estudiaba la enseñanza media en Miramar, un reparto de la antigua —y actual— clase alta. "Papi, allá los autos son cómicos, la gente se viste cómico, las casas son cómicas. En fin, Miramar es una comedia".

El día que a Lorenzo le entregaron la petición fiscal, le dijo al guardia que servía la comida: "Échame más, ¡qué soy un pena de muerte!". Y se rió. Pero un rato después nos miró serio y comentó en voz baja, casi consigo: "quién lo hubiera dicho, ¡yo deseando una sanción de 30 años!".

Lorenzo regresó del juicio muy optimista. "Mi abogado dijo que cómo se iba a pedir sangre, si no se derramó una gota de sangre". Y repetía a cada rato estas palabras, con el fervor que un moribundo invoca a Dios.

También nos comentó: "Ustedes no me van a creer, pero sentí más miedo cuando en el juicio vi el vídeo de la lancha subiendo y bajando en aquel mar furioso, que cuando yo estaba allí mismito, jugándome la vida".

Esa noche nos llevaron a una oficina. A los cuatro por separado. Cuando llegó mi turno, un capitán me explicó que aunque a Lorenzo le pedían la pena de muerte, eso no significaba que lo fusilarían. "Pero —puntualizó el oficial— algunos condenados a la pena capital se desesperan y se suicidan por gusto, pues la sanción no es ratificada por el Tribunal Supremo o por el Consejo de Estado".

Con este argumento solicitó mi cooperación para impedir —dado el caso— que Lorenzo atentara contra su vida. Accedí. Después me enteré que a mis otros dos compañeros de celda le pidieron lo mismo. Nunca supe que le dijeron a Lorenzo.

Desde entonces la ventanilla de la puerta tapiada la mantuvieron abierta; y afuera, un policía permaneció de guardia.

Al otro día por la tarde vinieron a buscar a Lorenzo. Regresó muy contento. "La Seguridad del Estado trajo en un auto a Rorro, a la mamá de ella y a mi madre. Me dijeron que el director del policlínico le iba a escribir al Consejo de Estado hablándole de mi buena actitud laboral". Al rato vinieron de nuevo por él.
Ya a solas , el Chino, el otro muchacho y yo comentamos que esa visita era la despedida final. La policía política —y la otra— no acostumbra a traer a nuestros familiares para que nos visiten. Estábamos equivocados. No era la última despedida, sino la penúltima.

Lorenzo retornó feliz. Dos oficiales fueron a buscar a Muñe y había tenido una visita con ella. A discreción, mis compañeros de celda y yo nos miramos consternados. Comprendimos que Lorenzo sería ejecutado próximamente.

Aquella tarde la comida fue diferente a la habitual: medio pollo, arroz con moros, ensalada, vianda, postre y refresco. Lorenzo sospechó. "¿Medio pollo para cada uno?". El guardián lo tranquilizó argumentando que habían traído tantos pollos que no cabían en las neveras, y a todos los detenidos les estaban sirviendo la misma ración. Lorenzo le creyó —o simuló creerle—: era su última cena.

Horas después, Lorenzo sintió un dolor en el pecho. Avisé al guardia. Se lo llevaron inmediatamente a la posta médica. Regresó al rato. Nos aseguró que se sentía mejor después que lo inyectaron. Estaba soñoliento. Obviamente lo drogaron. Transcurridos unos minutos, dormía otra vez con la inmovilidad de los difuntos. Recordé la noche que lo conocí. Apenas —y a penas— había pasado una semana.

Sería medianoche cuando abrieron la puerta. En el pasillo vi a seis guardias. Uno entró y despertó a Lorenzo. Se levantó aturdido. Se calzó con torpeza sus zapatos sin cordones. Me miró como preguntándome: "¿Qué ocurre?". Se lo expliqué con una mirada. Le di una palmada en el hombro, y lo vi partir a la muerte.
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ALGUNOS COMENTARIOS DEJADOS

Omara Portuondo se puede creer diva y darse aires de serlo, y los que gustan de ella pueden comprarla como tal, pero diva no es y nunca lo será. Esa palabra se ha trivializado tanto por usarse indebidamente que ya significa muy poco, y ahora denota más bien una suerte de actitud en vez de una insigne gran señora del canto. En una Cuba libre y normal, Portuondo nunca hubiera llegado a ser figura de primera categoría porque la competencia hubiera sido demasiado recia, o sea, se trata de un caso de pez grande en laguna chiquita. Y dicho sea de paso, ese tocado de Mamá Inés malamente la favorece, aunque no dudo le haga gracia a la gerontocracia blanca castrista, lo cual pudiera ser su propósito. Sobra decir que haber firmado esa eternamente infame carta del 2003 la retrata de cuerpo entero, y la fotografía es tan horrorosa como despreciable. Solamente por ser de la raza de los inocentes fusilados debió haber evitado firmarla, lo cual era posible, pues Pablo Milanés no la firmó.
Nausea

1 Comments:

At 2:53 a. m., Anonymous Nausea said...

Omara Portuondo se puede creer diva y darse aires de serlo, y los que gustan de ella pueden comprarla como tal, pero diva no es y nunca lo será. Esa palabra se ha trivializado tanto por usarse indebidamente que ya significa muy poco, y ahora denota más bien una suerte de actitud en vez de una insigne gran señora del canto. En una Cuba libre y normal, Portuondo nunca hubiera llegado a ser figura de primera categoría porque la competencia hubiera sido demasiado recia, o sea, se trata de un caso de pez grande en laguna chiquita. Y dicho sea de paso, ese tocado de Mamá Inés malamente la favorece, aunque no dudo le haga gracia a la gerontocracia blanca castrista, lo cual pudiera ser su propósito.

Sobra decir que haber firmado esa eternamente infame carta del 2003 la retrata de cuerpo entero, y la fotografía es tan horrorosa como despreciable. Solamente por ser de la raza de los inocentes fusilados debió haber evitado firmarla, lo cual era posible, pues Pablo Milanés no la firmó. El problema es que mientras más globo inflado, más compromiso con el que lo infla, y a pesar de que ella ha intentado ningunear a Celia Cruz, en el fondo sabe que no es gran cosa y definitivamente sabe que se debe al castrismo. En fin, otro esbirro más.

 

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