Esteban Fernández: MARY MURRAY Y SUS QUILOS PRIETOS
Por Esteban Fernández
12 de noviembre de 2015
Les sigo contando anécdotas porque -por los correos que recibo- parece que les agradan a mis lectores. Y yo sé el motivo por el cual a ustedes les gusta: simple y llanamente porque en ninguna me pinto como un héroe ni como el “bueno de la película”. Simplemente son recuerdos -y todos los tenemos- de un muchacho inocente que su vida fue truncada por los acontecimientos en nuestro país.
Ahora les cuento que hace -más o menos- 10 años estoy trabajando en el “Canoga Quick Check” y está demás decirles que los viernes eran los días más atareados cambiando cheques. Y ese era el preciso día en que se me presentaba a las cinco de la tarde una ancianita norteamericana con tipo de limosnera y en un pañuelo traía un montón de quilos prietos que simplemente quería que yo se los cambiara por uno o dos dólares.
¡Tremendo embarque! la línea de clientes llegándome hasta la calle Victory y yo contando ‘uno a uno’ 200 centavos! Ñooo, hasta la coronilla me tenía la vieja con sus quilos prietos.
Por primera vez hablé con la señora y fue para preguntarle su nombre y decirle que no viniera más los viernes, que pasara entre semana, que mirara para adentro y si no veía a nadie entrara con sus quilos. Me contestó que “se llamaba Mary Murray, que estaba de acuerdo conmigo, que mi acento le parecía familiar y que ¿de dónde yo era?” Le dije “Soy Cubano” Y ella al despedirse me dijo: “Oh, lo que imaginaba, yo fui muy amiga de Machito”. Y se fue.
Una semana más tarde, creo que un martes, regresó y como yo estaba completamente desocupado le pude prestar unos minutos de atención. Comencé a hablarle en ingles pero me interrumpió y me dijo en español: “Oye, yo soy americana pero hablo un poco de español, acuérdate que te dije que era amiga de Machito y es más -porque no creas que siempre fui vieja y fea- yo creo que le gustaba bastante a Machito”.
Me reí y le contesté por pena: “No, Mary, tú sigues siendo una señora atractiva, pero te voy a decir la verdad el único Machito que recuerdo es Machito el de los Tres Villalobos en una serie radial en Cuba”
Entonces por primera y única vez la vi molesta y me incriminó: “¡Entonces es mentira que tú eres cubano porque Machito fue uno de los mejores cantantes que ha dado tú país!”
Y recostó el bastón contra la pared y comenzó a bailar -y cantar al mismo tiempo- una tremenda rumba. Y me decía: “Mira muchacho pa’que aprendas esto es Palo Monte MAYOMBE” Y en inglés me dijo: “Look and learn”. Me quedé frío.
Sinceramente les digo que ese día la viejita se ganó completamente mis simpatías y ya ni le contaba sus quilos prietos, solamente le preguntaba “¿Cuánto dinero traes?”. Y me decía: “Son dos dólares ya yo los conté tres veces”. Llegué al extremo de decirle: “Mary, no hace falta que me traigas los centavos, cada vez que lo necesites ven a buscar un par de dólares”.
Y poco a poco, para mi delicia, ella me fue contando su vida: “De joven vivía en New York, muy cerca del Palladium, donde ya era conocida por todos y entraba allí -según ella- cada vez que lo deseaba”
Era la época dorada de la música cubana en New York, por el Palladium desfilaron todos los grandes cantantes nuestros. Y entonces cuando ella llegaba a la Casa de Cambios -si habían clientes- le decia: “Espérate, Mary, no te vayas, cuando estemos solos háblame de Machito”
Y eso no era todo, me decía que conoció a Celia Cruz, a Abelardo Barroso, al cieguito maravilloso Arsenio Rodríguez y se le iluminaba el rostro cuando le preguntaba por el puertorriqueño Tito Puente. La primera vez que le pregunté se sonrió con picardía y me dijo: “Lindo, muy lindo ese boricua y ¡cómo tocaba los timbales, nadie mejor que él!” Me dijo: “Para que veas que no te miento ¿Sabes cómo se llamaba Machito? se llamaba Frank Grillo”
No sabía yo si mentía, si decía la verdad o simplemente exageraba, pero lo interesante era que conocía todos los nombres, vidas y milagros de nuestros antiguos artistas en La Gran Manzana durante los años 40.
La última vez que me visitó me lució muy cansada y le pregunté: “¿Qué te pasa Mary, no te sientes bien hoy?” Y me dijo: “No, creo que estoy con fiebre, pero no vengo a buscar nada, vengo -como si yo fuera su mejor audiencia y su fan favorito- a bailarte una pieza ¿Cuál quieres?”
Preocupado le pregunté “¿Quieres que llame al 911?” “No, chico, no es para tanto ¿Qué te bailo”? Y sin saber que responder le dije: “Bueno, cántame El Cuarto de Tula que le cogió Candela”. Y ahí comenzó a rumbear e iba reculando hasta tropezar con la puerta y salió de allí de espaldas mientras con la mano me decía “adiós”. Más nunca volví a ver a Mary Murray. Y hoy en día cuando escucho “El Cuarto de Tula” me da tremenda tristeza.
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