domingo, noviembre 08, 2015

Polémica: Francisco J. Müller Vs Carlos Alberto Montaner sobre la Doctrina Social de la Iglesia y el Papa Francisco

Tomado de http://www.elblogdemontaner.com

Muller Vs Montaner
04 November 2015

El artículo de Carlos Alberto Montaner titulado LOS CINCO ERRORES DEL PAPA FRANCISCO ha motivado algunas refutaciones de defensores de la Doctrina Social de la Iglesia. Entre ellas, una especialmente incisiva de Francisco Javier Müller, Director de la Fundación Félix Varela. Siguen el ensayo de Müller y la respuesta de Montaner.

LOS ERRORES DE CARLOS A. MONTANER SOBRE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (DSI)

por Francisco J. Müller
(Fundación Padre Varela)
Oct.17, 2015
Muller

En un reciente artículo de Montaner que parece estar destinado a desacreditar al Papa Francisco, acusándolo, junto con la DSI, de “ignorancia, demagogia y buenismo”, además de proponer el Papa “declaraciones vacías” y hasta “contradictorias” entre sí, el autor señala CINCO errores del Papa que en el fondo son, según dice, cinco errores de la DSI. Agradecemos que Montaner transfiera su crítica no a la persona del Papa, sino a las “ideas económicas” del Papa basadas, como dice, en la DSI.  (Gracias, Montaner, por no caer en argumentos ab hominen).

Pero aquí mismo empiezan los equívocos: la DSI no es una doctrina económica ni mucho menos, sino una doctrina MORAL sobre la sociedad y los problemas que la aquejaron, y aun aquejan, desde el siglo 19 hasta el presente. Problemas donde la cuestión de la pobreza  no es vista desde el punto de vista exclusivamente económico que utiliza Montaner, sino sobretodo y primariamente desde el punto de vista MORAL.  Para comprender el origen de la crítica habría, pues, que conocer bien la DSI, (que lamentablemente ni siquiera muchos católicos la conocen; mucho menos Montaner), y las ideas “liberal capitalistas” de Montaner que según él mismo le recomienda al Papa, se pueden leer en la “Teoría de la Elección Pública”. (www.ebour.com.ar/derecho/12-Public%20Choice.pdf

Según esta teoría el hombre es un ser esencialmente egoísta que solo busca su interés individual. (A esto llaman “individualismo metodológico”). Es la vieja teoría de Adam Smith de que si cada uno busca su interés individual la sociedad mejorará necesariamente en su conjunto. Esta idea, desde luego, ha sido desmentida por toda la historia de los últimos dos siglos donde cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Hoy día, año 2015, el 2% de la gente más rica del mundo posee el 48% de todo el dinero del mundo. Por no hablar de los 34,600 niños que cada día mueren de hambre en el tercer mundo y los cientos de miles de personas que tienen que caminar varias millas para conseguir un simple cubo de agua potable.

Para aminorar estas extremas y escandalosas desigualdades, que claman contra la ley natural, (pues todo ha sido creado para todos), la Iglesia levanta su voz de denuncia profética, siguiendo la tradición bíblica, donde, por ejemplo, el apóstol Santiago nos dice que “el salario no pagado a los obreros es un pecado que clama contra el cielo” (Stgo. 5/4).

O sea, se trata de “pecado”, de responsabilidad moral, de la dimensión racional y espiritual del hombre que, por supuesto, los economistas basados en los modelos puramente cientificistas, (donde se incluyen los marxistas), ignoran totalmente.

Pero  la Iglesia, al contrario, defiende y promueve el valor supremo del “bien común”, cosa que Montaner ataca sarcásticamente llamándole un “camelo”, (una engañifa atractiva). ¿Por qué lo ataca?. Porque ve al “bien común” como algo esencialmente imposible, peligroso, divisivo, y puramente material.

Lo ve imposible porque cree que nadie puede buscar el bien del otro ni mucho menos del todo social. El individuo solo busca su interés egoísta, como dijimos antes. O sea, Montaner es un pesimista radical.

Peligroso porque se presta a que la intervención del Estado, (al que la Iglesia adjudica el deber de “tutelar” el bien común) se vuelva un “abuso de los mandamases”.  Obviamente si el Estado se vuelve ladrón, lo que hay que atacar es a los “mandamases” no al concepto de “bien común”. Es como quien quiere privar a todo el mundo de la libertad, porque si la damos, los ladrones y criminales pueden abusar de ella. ¿Dónde está tu lógica, Carlos Alberto?

Finalmente ve al “bien común” como algo básicamente material y divisivo. Me explico.

Un bien material, una manzana por ejemplo, es “divisiva”, en el sentido de que si yo me como un pedazo, ya otra persona no se puede comer ese pedazo. Montaner enumera muchos ejemplos de esta “divisividad o exclusividad”: si se usa el dinero para un aeropuerto, dice, ya ese dinero no se puede usar para construir un hospital o una escuela; si se construye un templo ya no hay dinero para un orfanato. Y los “bienes y servicios que se les ofrecen a unos siempre se les niega a otros”. ¿A qué se debe esta exclusividad? ¿A la limitación del dinero? No necesariamente. Pudiera haber dinero para el templo Y PARA el orfanato. O para el aeropuerto Y PARA el hospital.  ¿Pero por qué insiste en que hay conflicto entre los distintos proyectos? ¿Por qué rechaza que pudiera haber dinero para todo y para todos?  ¡Ah! Aquí está la clave: para probar que el Bien Común es un “camelo”. Para eso invoca a modo de dogma infalible que:

“las necesidades de la sociedad tienden al infinito, mientras los recursos disponibles son limitados” (O sea, el bien materialmente entendido jamás podrá ser “común”)

Pero… ¡Felicidades, Carlos Alberto! Eso mismo es lo que dice el Papa Francisco en el #106 de Laudato Si.  Dice el Papa que (injustificadamente) “se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado”.  Y así se cae en “la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta”, y al “presupuesto falso de que ‘existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables”

¡Qué maravilla! Tanto el Papa como Montaner están de acuerdo en que hay una aspiración social al “crecimiento infinito” (el Papa) y a “necesidades que tienden al infinito” (Montaner). También ambos están de acuerdo en que “los recursos disponibles son limitados”(Montaner) y de que no “existe una cantidad ilimitada de energía (ni) de recursos utilizables”(el Papa).

Si ambos afirman lo mismo ¿dónde está la diferencia?

¿Por qué Montaner ataca la idea del “bien común” en cambio el Papa, frente a la misma realidad, la defiende en los #156 y 157 de Laudato Si?

Por una sencilla razón: para Montaner el “bien común” es simplemente algo material, mercantil, comprable, y por tanto inherentemente divisivo. Para el Papa el “bien común” es primariamente algo espiritual; un bien moral que exige una responsabilidad moral. Por eso Montaner adopta una posición pesimista frente al egoísmo irremediable del individuo. No hay remedio. No puede haber bien común.

Pero el Papa dice que “la esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida”. Y apelando a la conciencia moral de la humanidad propone y pide una “conversión ecológica” y “un nuevo estilo de vida”.

Este nuevo estilo se caracteriza por: la sobriedad, la lucha contra el consumismo y la lucha contra la desigualdad extrema.  Montaner ataca frontalmente las tres propuestas.

No conoce el valor de la abnegación, que ha sido siempre la fuente de todo lo que el hombre generoso y creativo ha hecho sobre la tierra. No conoce, desde luego, la invitación de Cristo a “tomar la cruz cada día” y seguirlo.  Confunde el consumismo con el consumo. Por supuesto que el consumo es necesario. Es el consumismo lo que desquicia al ser humano y a su economía, comprando “lo que no necesita; con el dinero que no tiene; siguiendo anuncios en los que no cree para impresionar a gente a las que no ama” (definición que Dave Ramsey dio del capitalismo desenfrenado)

Volviendo al ejemplo de la manzana quisiera explicar aquí, con un símil, la diferencia radical entre la actitud cristiana y la actitud materialista (sea marxista o sea capitalista).

El cristianismo enseña a los hombres que son hermanos, y lo son no en el sentido de la revolución francesa (egalité, liberté e fraternité) cosa que como sabemos terminó en violencia y en el advenimiento de un Emperador (¡). Le enseña que son hermanos porque tienen un mismo Padre, o sea, un común origen y un común destino.

Predicando esta hermandad pudiera lograr (quizás) que dos hombres o tres compartieran una manzana (libremente, sin imposiciones). En cambio el materialismo marxista obliga a los hombres a comer la manzana juntos, creyendo que así se van a sentir hermanos. ¿Vemos la diferencia? En el cristianismo la causa es Dios; la consecuencia es la fraternidad, concordia y paz entre los hombres, compartiendo solidariamente los bienes materiales. El comunismo en cambio, quiere poner la causa en la manzana, en la producción material, creyendo que al “repartir a todos por igual” (porque todos los estómagos son iguales), los hombres se harán hermanos. Quieren actuar en la subestructura económica para lograr cambios en la superestructura mental.  Esto no funciona. Si los hombres fueran hormigas, abejas o trabajadores robóticos como las piezas de una fábrica, quizás funcionara. Pero esto va CONTRA LA NATURALEZA ESPIRITUAL, Y POR TANTO, LIBRE, DEL HOMBRE. ¿Por qué se han de sentir hermanos, si no hay un Padre común que habita ”más allá del domo estrellado del cielo” (como dice la Oda a la Alegría de Beethoven).

Y ¿qué hace el capitalismo liberal? Proclama la libertad sin límites, sin responsabilidad moral, ni solidaridad con el prójimo,  sometiendo a la sociedad al ciego rejuego de las “leyes” económicas, y a la pura consecución del bien MATERIAL. Detesta toda regulación del Estado, porque cree que el INDIVIDUO está por arriba del Estado, y su ego inflado por el propio interés, por el afán de dinero, riquezas, confort y poder no puede soportar que nadie le diga nada, ni mucho menos le interesa la suerte del contrario, del competidor, del pobre, del desvalido. Esto es lo que Juan Pablo II llamó “capitalismo sin alma” y “capitalismo salvaje”. Pero hay un capitalismo bueno, SÍ, moralmente neutro, regulable: pura técnica de producción eficiente. Pero el capitalismo LIBERAL, el que cree en el puro rejuego de las LEYES económicas y del mercado, como si se tratara de una racionalidad científica intocable, ese, en el fondo también MATA la verdadera libertad del hombre, que no está en tener una mansión en Miami y un resort en las Bahamas y un yate para ir de un lugar a otro sino en hacer el bien, y sentir que “hay más felicidad en el dar que el recibir” (Hechos,20/35).  Porque la primera víctima desgraciada del consumismo no es el pobre al que el rico le saca el dinero, sino el propio consumista, pues como dice el Papa Francisco,  “mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” (Laudato Si, #204)

Montaner comienza su artículo con la pregunta retórica, ¿cuál es la función social de poseer un cuadro pintado por Santiago Botero? Y más adelante, ¿Cuál la función social de poseer un cuadro de Picasso, un Mercedes Benz o un Rolex Presidente?

Como no espera respuesta, porque el propósito es desacreditar el principio de la función social de la propiedad privada, nos vemos obligados a combatir su retórica respondiéndole. Volvamos a la manzana. Comérsela es el acto más egoísta que hay, en el sentido de que cientos de personas trabajaron para mí: el que la cultivó, el que la recogió, el que la transportó, el mercado que la vendió y hasta el dependiente que la puso en mi mesa. O sea, todos trabajan para mí. Y yo ¿Qué hago? Pues con esa energía que adquiero al comer puedo a su vez trabajar, prestar un servicio a la sociedad. Y así ese bien material, de suyo divisivo RETORNA a la sociedad, con la condición de que yo, efectivamente, sea útil a la sociedad. Luego el bien común, aun el material, si hay generosidad y responsabilidad y sentido del deber por el medio, beneficia a todos. En cuanto a los bienes no materiales: como un poema, una música, un cuadro, una novela, un libro, hay que decir que por naturaleza son unitivos, no divisivos. Cuando yo le enseño un poema a alguien yo no lo pierdo; el otro lo adquiere y yo no lo pierdo; lo mismo pasa con la música, el arte, la literatura y supremamente con la fe religiosa. Eso son los verdaderos bienes propios del hombre: el saber, la cultura, el arte, la religión y la MORAL. Concebir el bien común solo como algo económico, comprable, cambiable, rentable, etc es degradar al ser humano al nivel de las bestias. Y para terminar: el bien común supremo es la  virtud, la vida honesta del ciudadano, la paz, la moral, la amistad cívica, y cristianamente hablando, el amor y la caridad divina. Es decir, “la civilización del amor” que tanto anhelaba el Papa Juan Pablo II.  ¿De qué vale tener la mejor producción industrial del mundo, hacer chips electrónicos, aviones y medicinas, si la población se emborracha o se dedica al frenesí de la pornografía, y de la drogadicción?

No mi querido Montaner: el bien común no es un camelo ni una palabra hueca. Es el bien de todos los hombres y de todo el hombre (Pablo VI). Son los derechos humanos. Es aquello que José Martí mencionó al final de su discurso de los Pinos Nuevos:

“Pongamos en la bandera nueva el lema del amor triunfante:

con todos y para el bien de todos.”

Dices que, por suerte, el Católico no tiene que creer en la Doctrina Social de la Iglesia para salvarse, ¿cierto?  Pues lee en el Evangelio de Mateo capítulo 25/35. ¿Quiénes se salvan? Aquellos a quienes Cristo les dice:   “Venid benditos de mi Padre. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber”, etc.  Si eso no es doctrina social dicha por el mismo Jesucristo no se qué lo será.

¿Te atreverás a hablar de los errores de Cristo?

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EL LIBERALISMO Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

por Carlos Alberto Montaner

A Francisco J. Müller le parece equivocado lo que he escrito sobre los errores del papa Francisco y la Doctrina Social de la Iglesia. Mi columna se titulaba Los cinco errores del papa Francisco.

Comencemos por el final de su artículo. Me pregunta Müller: “¿Te atreverás a hablar de los errores de Cristo? “.

Ese es un desacreditado argumento de autoridad propio de los mecanismos intelectuales de la escolástica. Las cosas son ciertas o falsas por la propia naturaleza de lo que se afirma, no por quién las afirma.

Realmente, no puedo hablar de los errores de Cristo. Me habría encantado examinar sus palabras, pero Jesús no dejó nada escrito que se pueda apoyar o refutar.

Lo que sabemos de él, al margen de las menciones menores que hacen algunos historiadores como Josefo, es lo que nos cuentan los cuatro evangelios canónicos, escritos varias décadas después de su muerte por unos autores que no lo conocieron personalmente, escogidos entre docenas de documentos cristianos en el Concilio de Nicea, tres siglos después de la desaparición de Jesús, convocado por Constantino, un emperador entonces pagano –se bautizó, si lo hizo, en el lecho de muerte–, decidido a poner fin a los intensos debates teológicos que entonces plagaban al cristianismo.

En definitiva, no se sabe a ciencia cierta lo que realmente dijo o hizo aquel judío bondadoso ajusticiado por los romanos que fue, para algunos, el Mesías. En todo caso, lo que señalan los evangelistas, lo que afirman algunos santos católicos o los llamados Padres de la Iglesia, son sólo opiniones o informaciones curiosas, al menos para mí, que no he sido tocado por la fe, una virtud teologal que perdí en la niñez o que acaso nunca tuve.

Lo que quiero decir es que si el muy estimado señor Müller cree en los milagros, en el cielo, en los demonios y los ángeles, en el purgatorio, en el limbo (que borraron de un plumazo), en la veracidad de los evangelios o en la supuesta palabra de Dios que ellos contienen, es algo a lo que tiene todo el derecho del mundo, pero no lo posee a convertir esos textos en verdades reveladas de alcance universal y obligatorio acatamiento.

Al fin y al cabo, sólo el 15% de los habitantes de este planeta coinciden en declarar sagrados e incontrovertibles el Nuevo y el Viejo Testamento. El resto tiene otros libros sagrados o no cuentan con ninguno. A estas alturas de la historia los argumentos de autoridad carecen de validez.

La DSI como propuesta económica, sino moral

Afirma Müller que la DSI “no es una doctrina económica ni mucho menos, sino una doctrina moral sobre la sociedad y los problemas que la aquejaron y aun aquejan, desde el siglo XIX hasta el presente”.

Excelente. Celebro que la DSI coincida con el liberalismo en este particular.

El liberalismo, esencialmente, es una visión moral de los seres humanos, centrada en la libertad como valor primordial, y en la tolerancia como virtud para tratar a todas las personas. David Hume y John Locke parten de la filosofía y del derecho, no de la economía, para sentar las bases del pensamiento liberal moderno.

A Locke, víctima de las guerras de religión europeas, le parecía fundamental proteger a los individuos de la tiranía del Estado y, muy especialmente, de los atropellos perpetrados en nombre de las creencias religiosas por quienes se atribuían la relación directa con Dios.

De esa preocupación moral por proteger la integridad de los individuos surgieron la definición de los derechos humanos, la necesidad de fragmentar la autoridad en poderes que se equilibraban, y la propuesta de Estados laicos en los que los gobiernos no debían entrometerse en la zona íntima de las creencias religiosas. Fueron estas ideas, y las de un gobierno limitado sujeto a las normas constitucionales, las que le dieron forma y sentido a Estados Unidos a partir de 1776 y luego a todos las repúblicas y monarquías parlamentarias.

Adam Smith, padre del liberalismo económico, precisamente en ese año, un siglo después de Locke, trata de explicar la riqueza de las naciones como una consecuencia de la especialización y la competencia. Defiende al mercado frente al mercantilismo, y propone la libertad de comercio frente al proteccionismo, esencialmente por razones morales: aumentan la riqueza de la sociedad. No debe olvidarse que Smith, antes que economista, era profesor de filosofía y el libro que lo hizo famoso y respetado en su tiempo fue Teoría de los sentimientos morales.

Pero si bien el liberalismo es una propuesta esencialmente moral, la DSI difícilmente puede serlo y voy a explicar por qué.

El liberalismo es un conjunto abierto de ideas y proposiciones que van aportando los individuos espontánea y libremente tras examinar diversas parcelas de la convivencia.

A Hume, Locke, Smith, Mises, Hayek, Friedman, North, Buchanan, Becker, y a las otras docenas de pensadores que han enriquecido el pensamiento liberal desde el derecho, la historia, la economía y la sociología, entre otras disciplinas, nadie les ha dicho lo que deben creer o cómo tienen que comportarse para ser liberales. Sus convicciones son el producto del examen de la realidad y no de una visión dogmática impuesta. Más aún: las polémicas y las contradicciones son bienvenidas. La verdad, o lo que más se aproxime a ella, surge de la discusión, no del acatamiento ciego.

Repito la conclusión, aunque parezca una tautología: el liberalismo es un producto de la libertad.

La DSI, en cambio, es el producto de las autoridades de la Iglesia Católica. Es lo que dicen los papas, lo que interpretan los cardenales y obispos, lo que afirman los Padres de la Iglesia. Eso no la hace necesariamente falsa, pero sí la limita de una manera clarísima, algo que afirmo sin una pizca de anticlericalismo.

Hay un grave elemento dogmático en una doctrina fundada en la tradición autoritaria de una institución convencida de que posee la verdad absoluta, al extremo de no haber vacilado en recurrir a las torturas y al asesinato de miles de personas que ponían en duda sus opiniones, como ocurrió durante muchos siglos con la Inquisición.

En España, el último de estos crímenes no ocurrió en los tiempos remotos de la Edad Media, sino en 1826, cuarenta años después de la revolución liberal de Estados Unidos, cuando Fernando VII condenaba a muerte a todos los liberales que habían puesto en entredicho su poder absoluto, y entre ellos al buen padre Félix Varela, quien debió huir de la Península y nunca más pudo regresar a Cuba por haber apoyado la Constitución liberal de 1812.

La víctima fue un valenciano llamado Cayetano Ripoll, un honrado maestro liberal,  que no creía en los dogmas de la Iglesia Católica porque era un deísta persuadido de que existía un Dios, pero suponía que no estaba dedicado a vigilar la conducta de los hombres. Y no creía en la Santísima Trinidad, entre otras razones, porque no la entendía y, por lo tanto, no les transmitía a sus discípulos estas nociones teológicas.

La Junta de la Fe de la Diócesis de Valencia, heredera de la Inquisición, alertada por unas denuncias anónimas, lo hizo torturar, lo ahorcó, colocó su cadáver en un barril, le prendió fuego y luego echó los restos al río.

¿Cómo extrañarse de que algunos católicos, luego refrendados por el Vaticano, se atrevieran a afirmar en el siglo XIX que el liberalismo era pecado. Les parecía una irreverencia intolerable que se defendiera la idea de estados laicos, de la libertad de conciencia, del derecho a disolver los matrimonios cuando una parte de la pareja, o ambas, no querían seguir casadas. Es decir, algunas de las propuestas sociales del liberalismo que, finalmente, y siempre con la oposición de la Iglesia Católica, terminaron imponiéndose.

¿Cómo puede ser moralmente justificable o intelectualmente competente una doctrina, la DSI, creada por una institución que prohíbe libros, los quema y solicita que se les ignore y no se les lea, so pena de cometer pecado venial, como establece el Derecho Canónico?

El Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia Católica fue un departamento clave de Roma  comenzado por Pío IV en 1564 y abolido por Pablo VI en 1966, casi un siglo después de la promulgación de Rerum Novarum, la encíclica que da inicio a la DSI.

En esa infame lista están las obras de algunos de los mayores pensadores directa o indirectamente vinculados al liberalismo: Hume, Spinoza (especialmente su Ética), Kant, Montesquieu, Benthan, John Stuart Mill. También están, dicho sea de paso, Víctor Hugo, Balzac y Flaubert. Son, literalmente, miles de obras, muchas de ellas absolutamente imprescindibles para entender eso que llamamos Occidente.

¿Cómo tomar en serio las propuestas de una institución que en pleno siglo XX le prohíbe al jesuita Teilhard de Chardin publicar sus reflexiones de científico honrado que trataba de aunar la ciencia y la fe, como en el pasado prohibió la reedición de la obra de Copérnico porque contradecía las erróneas opiniones sobre el cosmos de Aristóteles, asumidas por la Iglesia como verdades indiscutibles?

Un liberal católico, el economista Alberto Benegas Lynch, lo dice con toda contundencia: sin libertad no hay juicio moral válido. Y en la Iglesia, agrego, hasta ahora no ha habido libertad para pensar por cuenta propia. La institución no lo permite.

El bien común

Centra el amigo Müller la defensa de la DSI en la existencia de un “bien común” que la Iglesia se siente compelida a defender como eje de su doctrina moral.

Yo le recomendé al papa Francisco que se empapara de la Teoría del Public Choice formulada, entre otros, por James Buchanan y Gordon Tullock –por lo que recibieron el Premio Nobel–, antes de continuar insistiendo en un visible error intelectual, y Müller lo descartó porque cree que recurro a una visión economicista cuando la Iglesia lo ve desde una perspectiva moral.

Se equivoca. La Escuela de Virginia o de la Elección Pública, es, fundamentalmente, el examen de medidas económicas que conducen a una injusta asignación de bienes. ¿Se quiere algo más ético que denunciar este agravio?

Esa corriente de pensamiento forma parte de lo que hoy se llama Behavioral Economics y estudia las relaciones entre la conducta de los políticos y la economía.

¿No le parece a Müller profundamente inmoral la actitud de los “buscadores de rentas” que se aprovechan del trabajo ajeno sin hacer aporte alguno?

¿No cree que, por razones éticas, se debe tratar de evitarse la labor de los lobbies que inclinan la mano del Estado comprando a los políticos?

¿No es verdad que la mayor parte de las decisiones de los políticos las hacen en beneficio de su clientela electoral?

¿No le parece profundamente moral, como proponen Buchanan y Tullock que se les coloquen candados a las constituciones para evitar estas injusticias?

Esa es la esencia del Public Choice. El reconocimiento de que la elusiva noción del “bien común” se ha utilizado como una engañifa demagógica. Un camelo.


1 Comments:

At 2:35 p. m., Anonymous Anónimo said...

Quisiera tener una estadistica sobre la gente que lee y la que entiende el tema tratado pero me aventuro a decir que un "minisimo" por ciento, vengo del Pueblo y considero ser una muestra de la media; por que no emplazamos al Papa, hipoteticamente hablando, que propone exactamente como proyecto de vida si contara con poderes absolutos sobre y desde cada parlamento, gobierno o toda entidad de poder en el planeta? Tambien me gustaria saber que propondrian los eminentes Muller y Montaner, entre otros. Mis respetos. Ricardo Rodriguez Bosch

 

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