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Leonor Ferreira, la abuela del exilio cubano en Miami, teme que haya castrismo «para mucho tiempo»
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Con 101 años, está considerada la primera presa política de la isla y estuvo encarcelada con Machado, Batista y Castro
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Por Manuel Trillo
@manueltrilloCorresponsal
Miami
19/12/2015
Leonor Ferreira teme que aún haya castrismo «para mucho tiempo» en Cuba. A sus 101 años, la voz de quien está considerada la primera presa política de la isla brota con excepcional firmeza de su cuerpo menudo. Desde que a los 14 años fue encarcelada por primera vez por tratar de quemar en La Habana un popular comercio estadounidense conocido como «Ten Cents», sus periodos a la sombra fueron frecuentes. Tras sufrir prisión bajo el régimen de Gerardo Machado, lo haría después por rebelarse también contra las dictaduras de Fulgencio Batista, a pesar de que era su amigo y vecino, y de Fidel Castro, a quien hoy sigue oponiéndose con la misma energía que cuando se hizo con las riendas del país. Tras más de un siglo de vida agitada, hoy sigue siendo toda una referencia para el exilio cubano en Miami.
«No tenemos la organización que teníamos en otra época», reflexiona para ABC en los salones del Big Five Club, lugar de encuentro habitual de quienes huyeron al sur de Florida tras la revolución comunista. «Todos son viejos y yo ya no veo el sacrificio de antes», señala. Ferreira reconoce que «es muy difícil mantener tantos años» el espíritu de las primeras décadas. «Hay que ser anormal, como yo», explica, «pero no hay muchos anormales, gracias a Dios», añade con sentido del humor. Además, asegura que el
régimen castrista tiene dinero y el apoyo de Barack Obama, del que dice que «no sirve».
(Leonor Ferreira durante su encuentro con ABC - M. TRILLO)
Como muchos otros cubanos que llevan desde 1959 aguardando la caída de la dictadura comunista, Leonor Ferreira ve con escepticismo el acercamiento al régimen de los Castro que el actual presidente estadounidense anunció hace ahora un año.
Cuando Fidel se hizo con el poder, ella ocupaba un puesto destacado en el Ministerio de Trabajo cubano. Cinco décadas y media después, recuerda cómo entonces se puso frente a él, rompió unos papeles y le gritó: «¡Yo no trabajo con un miserable comunista!». «Y de ahí, presa a cada momento», añade.
En 1961 participó con una alta responsabilidad en el fallido intento de invasión norteamericana en bahía de Cochinos y unos meses más tarde, en una peripecia de película, se exilió a través de la Embajada de Brasil en La Habana, librándose por poco de ser fusilada. Cuando la perseguían para llevarla al paredón, el embajador, Vasco Leitao da Cunha, pasó con un coche y se metió en él de cabeza por una ventanilla para impedir que la apresaran.
No tuvo tanta suerte su amigo de la infancia Eufemio Fernández, que años antes había propinado una célebre bofetada a Fidel Castro y que fue ajusticiado en esa época. «No lo perdonaré nunca», asegura Leonor Ferreira, todavía con rabia, mientras muestra la pulsera que le regaló aquel compañero de batallas y que sigue luciendo como tributo.
Se encaró con el Che Guevara
Estando refugiada con otras asiladas en la Embajada brasileña, la combativa rebelde rememora cómo apareció allí el Che Guevara. Ella estaba junto a una joven con una niña de meses en brazos a cuyo marido habían fusilado hacía poco y, pese a que les habían pedido que guardaran silencio durante la visita, espetó a grandes voces: «¡Asesino, asesino, morirás como murió Cabrera!», en referencia al ejecutado.
«No tengo miedo a nada», afirma con convicción al evocar la inusual audacia con la que se ha comportado en un mundo dominado por hombres. Su azarosa vida, llena de vicisitudes que trascienden la lucha política, ha sido recientemente recogida en un libro, «Leonor Ferreira. Un siglo de rebeldía y pasión», escrito por Ena Curnow en colaboración con Pablo Chao (Editorial Alexandria, accesible en Amazon).
Casada dos veces, se divorció de su primer marido tras enterarse de que había tenido un niño con otra mujer. Cuando él se resistió a acabar con el matrimonio, le convenció revólver en mano: «Fírmame el divorcio… ¡O me matas o te mato yo!», le advirtió.
Leonor Ferreira se graduó en Medicina en 1946 y realizó numerosos viajes para la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como experta en la puesta en marcha de guarderías infantiles, además de en desarrollar programas sobre prostitución, delincuencia femenina y educación.
Habla con la mayor familiaridad de personajes que la mayoría de la gente solo conoce por libros de Historia. Anastasio Somoza le encargó formar a su hijo Luis para que fuera presidente y, a la muerte de este, su hermano «Tachito» le pidió que se quedara en Nicaragua para atajar la insurgencia comunista en ciernes. Pero le respondió: «Vine con don Luis y con don Luis me voy».
Solo hay dos cosas en su vida de las que Leonor Ferreira, con la perspectiva del tiempo, dice arrepentirse: haberse enfrentado a Batista, al que tenía un gran aprecio, y haberse marchado de Nicaragua cuando se le pidió que se quedara, ya que cree que podría haber evitado los problemas que sucedieron luego.
Por lo demás, se muestra satisfecha. «Hice todo lo que había que hacer, menos matar y poner bombas, que me lo prohibió mi madre», asegura. Pero, sobre todo, concluye: «Siempre he hecho lo que he querido».
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La primera presa política en la historia de la República
Nunca la cárcel ha sido tan dura como ahora en Cuba
Leonor Ferreira habla por experiencia propia. “El presidio de antes no era comparable en nada con el de hoy en las cárceles cubanas”. Ella se refiere a los abusos y castigos propinados por las hordas castristas a presos y disidentes políticos. Y a las largas condenas impuestas por los llamados tribunales revolucionarios, en procesos amañados, sin derecho a una defensa justa. Leonor estuvo presa infinidad de veces desde los años 30 y hasta los 50, antes de que Fidel Castro se apoderara por la fuerza del mando de la Isla. Ella fue la primera presa política de Cuba y durante toda su vida luchó por lo que consideró justo para su Patria.
Por Ena Curnow
Diario Las Américas/ Leonor era casi una niña la primera vez que estuvo presa. La detuvieron cuando intentaba regar fósforo vivo en el Ten Cents de Galiano y San Miguel. Y la enviaron directamente al Castillo del Príncipe, la vieja fortaleza española convertida en cárcel. Estudiaba el bachillerato y tenía sólo 14 años. Su figura menuda y sus largas trenzas la hacían parecer aún menor. La estampa inocente de Leonor escondía una resolución absoluta. Ella como miles de jóvenes participaba en el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE), una de las mayores fuerzas que intentaba sacar del poder a Gerardo Machado, luego de la Prórroga de Poderes de 1930 que violentaba el orden establecido y permitía que el General permaneciera cuatro años más en la presidencia.
No se sabe si para bien o para mal, Leonor era hija del jefe de la Policía Secreta de Machado. Cuando Desiderio Ferreira se enteró de que estaba en las revueltas, públicamente la repudió. En una nota publicada en el Heraldo dijo: “Leonor Ferreira Borja hasta este momento era mi hija. Desde hoy ya ha dejado de serlo”.
A Desiderio lo acusaban de haber matado al dirigente obrero comunista Alfredo López pero su hija lo niega, y dice que el autor fue Arturo Betancourt, el cual vivía enfrente de ella, pues su padre estaba en ese momento en Lisboa, cumpliendo una misión diplomática. Comoquiera, los “revolucionarios” decidieron eliminarlo y tirotearon a Desiderio, quien en estado grave fue conducido al hospital y allí murió. Leonor, graduada ese mismo día de Medicina en la Universidad de La Habana, se hizo cargo del traslado del cadáver para el cementerio, donde una multitud de personas lo esperaban para rendirle honores de héroe.
La anécdota de Leonor sobre el entierro del militar parece un cuento de ficción. “Me insultaban y decían traidora. Lucilo de la Peña, un personaje de la alta sociedad habanera, que despedía el duelo, me llamó “asesina de su padre”. Pero yo me mantuve firme y no me fui de allí”. Hoy, con 94 años de edad, Leonor reconoce no haber sido leal con su padre, el “más tierno y cariñoso del mundo”.
“Cuando entré al Príncipe me ericé de pies a cabeza. Las historias eran espeluznantes. Alguien me dijo que seguro me enviarían a las galeras de los criminales para que me violaran. Eso se contaba entonces. Pero yo iba haciéndome la que no tenía miedo. Uno de los presos (de los llamados “mayores” porque custodiaban a los demás) le dijo a otro: “¡Mira esa niña! ¿Qué hace aquí a estas horas?”. Eran las 3 de la madrugada. El aludido le contestó: “Esa niña debe ser presa política. Fíjate en el gesto y la sonrisa”.
Cuando aquello, como durante todos los años de República, cualquiera podía interceder por un preso. Hoy ni soñar con eso, señala Leonor. Así, el jefe de la cárcel que había sido compañero de su padre, vino a decirle que los carceleros siempre sonarían las rejas para avisarle de su presencia. En aquella cárcel sólo había hombres. Leonor era la única mujer. “Te puse a Guadalupe para que te cuide”, agregó. Leonor creyó que se trataría de una mujer, pero resultó ser un hombre grande y fuerte, asesino de su esposa y de su amante, al sorprenderlos juntos. “Pero se portó muy bien conmigo”. El le trajo un cartucho con cepillo de dientes, una toallita, jabón…
“A los dos meses me concedieron visita y todos los muchachos del Directorio fueron, incluyendo a Carlos Prío, quien al verme exclamó: Y por este gusarapo me han hecho subir las escaleras del Príncipe, las cuales, por cierto, son empinadísimas. Después Prío siempre me siguió llamado gusarapo”.
Por esos días la llevaron a juicio. Un médico la reconoció para saber si era cierto, como ella decía, que tenía 18 años. Comprobaron que sólo tenía 14. El juez anuló la causa. No era posible que una joven casi una niña pudiera haber intervenido en un hecho tan terrible como querer volar el Ten Cents con fósforo vivo.
Mientras todo eso sucedía, una tarde el teniente Díaz Galup le dijo: “Leonor, me da lástima contigo. No ves sol, no ves la luz. Y ya llevas dos meses aquí… Cuando estén almorzando los presos, te voy a sacar con disimulo para ir a la azotea. Mañana te voy a venir a buscar y sube detrás de mí las escaleras para que no te vean”. Y así lo hizo. Cuando Leonor llegó allí, empezó a correr y a dar gritos de alegría, diciendo sin parar, mirando los árboles en la distancia: “Ay, Dios mío si veo verde… ¡Veo verde!”.
Se hizo famosa por la frase y después cada vez que estaba en la cárcel de Guanabacoa, las presas comunes le sembraban, en laticas vacías, flores y plantas. “Y así en todas las cárceles nunca dejé de ver verde”.
Leonor estuvo presa dos veces más en el Príncipe, en ambas ocasiones con su madre, quien para entonces ya exigía permanecer con su hija, y en una de esas oportunidades con la doctora Ofelia Domínguez, abogada de mucho prestigio. También muchas veces más en la propia cárcel de mujeres de Guanabacoa, junto a las igualmente presas políticas Pilar Jorge de Tella, María Aurora y Nenita Quintana, y en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. Por una vez más estuvo presa durante el gobierno de Fulgencio Batista, quien irónicamente había sido amigo suyo y de toda su familia, pues eran vecinos de la esquina de Toyo, en la época en que él era sólo Sargento. Leonor, que era miembro del Partido Auténtico para esa época, piensa que si no cumplió los 31 años que le pedían por una causa de conspiración contra el gobierno fue gracias a su intervención. “El decía que no quería ni estudiantes ni mujeres en las cárceles”.
Batista muchas veces la aconsejó que se estuviera tranquila, que no hiciera sufrir más a su madre, pero ella no lo oyó. “El siempre me decía que los que nos habíamos portado mal éramos nosotros”
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