sábado, enero 23, 2016

Misiles contra quimeras en Cuba . Sebastián Arcos Cazabón sobre el misil de alta tecnología Hellfire que la tiranía de los Castro no quiere devolver a los EE.UU.


 Satélite de Corea del Norte sobrevoló el estadio del Super Bowl



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Tomado de http://www.elnuevoherald.com/

Misiles contra quimeras en Cuba

Por Sebastián Arcos Cazabón
Enero 19, 2016

Las noticias de los últimos días han sido implacables con la estrategia de normalización del presidente Barack Obama con Cuba. La información sobre el misil norteamericano “extraviado” en la isla es particularmente útil a la hora de explicar el defecto fundamental de esta política conciliadora. Según se ha filtrado –porque sobre esto sigue muda la Casa Blanca– el paradero del misil se conoce desde el verano del 2014, cuando estaban en pleno apogeo las negociaciones secretas entre Obama y Castro.

Si la Casa Blanca realmente negociaba para proteger los mejores intereses de EEUU, ¿por qué no pararon la negociación hasta que los cubanos devolvieran el misil? Si los cubanos han negociado de buena fe, ¿por qué aún no han devuelto el misil? Que el cohete siga en manos cubanas 18 meses después demuestra, sin lugar a dudas, que para Obama siempre fue más importante anotarse para su legado histórico un acuerdo con los cubanos, que la naturaleza misma del acuerdo.

Si no lo sabían antes, el episodio del misil posiblemente haya servido para que los castristas –que no llevan 57 años en el poder por tontos– se convencieran de que en esta negociación eran ellos quienes tenían la sartén por el mango, y no el poderoso imperio. Frente a un Obama ansioso de lograr un acuerdo a toda costa, quedaba claro que no había nada que hicieran o pidieran los castristas, que pudiera descarrilar la negociación. Eso explica la evolución de los acontecimientos desde entonces. Los castristas han recibido concesión tras concesión sin dar nada a cambio, más allá de soltar a un rehén enfermo y dejar ondear una vez más la bandera yanqui en el Malecón

Un año después del sorpresivo anuncio de Obama, en cada una de las categorías que se usaron para justificar la normalización, los indicadores apuntan exactamente en la dirección opuesta a las predicciones de la Administración y sus compañeros de viaje. Como misiles guiados por láser, las noticias de los últimos días han desinflado una por una las quimeras de la normalización. Hay menos reformas, menos internet, menos cuentapropistas, más refugiados y más represión. La ilusión que estalló en miles de banderitas cubanas y norteamericanas se ha enfriado en desencanto, y el cubano de a pie, convencido ya de que todo en esta vida se acaba menos la dictadura que padece, responde como siempre, huyendo.

Mientras tanto, Obama y los defensores de su política siguen habitando un mundo de quimeras, felicitándose cada vez que un delfín de la oligarquía castrista inaugura un nuevo paladar de lujo, y celebrando la foto de la última personalidad que pasó por La Habana, sorbiendo un mojito junto a un Chevy del 1958. En eso ha quedado la nueva estrategia que se anunció el año pasado con ínfulas de alta política: en un anticlímax de frivolidad digno de Instagram y Facebook. De todos los defectos de esta estrategia desatinada, la frivolidad es posiblemente el peor, porque desdeña la historia, propone soluciones simplistas a problemas complejos, y trivializa el sufrimiento de los cubanos dentro y fuera de la isla.

Como la frivolidad siempre está de moda, de moda se ha puesto ir a Cuba. “¡Quiero ver La Habana antes de que cambie!” es la frase común de los turistas despistados cuando les preguntas por qué pagan precios de extorsión por un viaje estrictamente controlado por uno de los tentáculos de GAESA. No se dan cuenta de que al viajar en estas condiciones, están garantizando que La Habana no cambie nunca.

Director asociado, Instituto de Investigaciones Cubanas, Universidad Internacional de la Florida