Pedro Corzo sobre Cuba: El terror, elemento de control
En un segundo momento conviene analizar las consecuencias que provoca en los seres humanos una continua y prolongada exposición a las políticas del sistema totalitario. Lo llamaremos con el nombre de "síndrome de la indefensión aprendida" o de "desesperanza inducida". Como punto de partida, tenemos los experimentos realizados por un sicólogo norteamericano llamado Martin Seligman. El doctor Seligman investigó el comportamiento de dos grupos de perros, un grupo sometido a una situación molesta y altamente angustiosa para los animales, sin posibilidad de salida: los animales sometidos a este experimento, hicieran lo que hicieran, recibían unas descargas eléctricas y no podían salir de las jaulas en las que estaban encerrados. El otro grupo, sometido a una situación similar, podía en cambio, accionando mecanismos, salir del lugar de tortura. Cosa que acababan logrando, después de los consiguientes tanteos.
Cuando se sometía a los animales de ambos grupos a una nueva situación con posibilidad de salida para ambos grupos, los del primero se resignaban a su suerte, sin ni siquiera intentar encontrar una salida a su situación, aunque ésta estaba a su alcance. Los del segundo grupo, en cambio, lograban encontrar la nueva puerta de escape de su lugar de tortura.
Las investigaciones del Profesor Seligman han sido aplicadas a la sicología humana, y a la sico-sociología. Y los resultados han sido muy fecundos al aplicarlos a la realidad totalitaria. Esta se presenta como una situación sin salida, que asumida como tal, se convierte en un caso paradigmático de indefensión. De igual modo, la propaganda generada por el régimen va encaminada a convencernos de que es imposible el cambio, o de que el cambio acabará en caos: esto es, que no hay salida posible para la actual situación.
Una frase de la periodista Soledad Cruz expresa apodícticamente estas ideas: "Esto no hay quien lo tumbe, pero tampoco quien lo arregle". Y esta idea se remacha echando mano de los viejos proverbios, como aquél que reza "más vale malo conocido que bueno por conocer" y otros por el estilo. El más perfecto estado de indefensión es aquél que conlleva la renuncia al intento mismo del cambio. En función de crear esta actitud se emplean todas las bazas: el terror, el temor al fracaso, el desaliento, la desconfianza de uno mismo y de los demás, todas las formas de división y sospecha. Su más extrema expresión se da cuando nos logran convencer "de que la gente no vale la pena", que no merecen nuestro sacrificio. Es así como la omnipotencia del Estado se alimenta de la impotencia de sus ciudadanos.
Pero estas ideas, actitudes y situaciones que configuran un estado de indefensión, sólo funcionan si son asumidas por aquéllos que las padecen. Cuando el síndrome de indefensión aparece en los seres humanos, está sustentado por ideas, actitudes, y experiencias repetidas. Mientras más incondicionadas nos parecen, mientras más impersonal y asépticamente se nos imponen, más peligrosas son.
Como vimos en el caso de los animales sometidos a una prolongada situación de indefensión, aunque también las circunstancias, mantendrán la inacción como respuesta. La indefensión actúa como un disuasivo para la imaginación y la creatividad de sus víctimas. Al cambio de situación no le sigue un cambio de hábito, sino el mantenimiento de los mismos mecanismos de respuesta que ya se habían asumido. El síndrome de indefensión aprendida es el mecanismo clave para explicar la apatía de la gente bajo un régimen totalitario o postotalitario. El sistema mismo ha funcionado como un gigantesco mecanismo generador de indefensión: el control de las distintas esferas de la vida (político-administrativa, económica, socio-cultural); de la información y de los centros de formación ideológica o educativa; de los mecanismos de vigilancia, presión y represión, se encamina a transmitirnos la sensación de que nada se escapa al omnímodo poder del Estado y sus representantes. Todo ello, tiene como fin imponernos el síndrome de indefensión.
Joan Manuel Serrat dice en Pueblo Blanco: "Despierta, gente tierna, que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer. Deja tu mula, tu hembra y tu arreo, sigue el camino del pueblo hebreo. Busca otra luna; quizás mañana sonría la fortuna; y si te toca llorar, es mejor frente al mar. Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y abandonando lomas dejar mi pueblo atrás, te juro por lo que fui que me iría de aquí; pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio".
El terror, elemento de control
Por Pedro Corzo
19 de enero de 2016
En el paraíso no hay asesinatos
El niño 44
Las traumáticas experiencias de quienes han vivido bajo un régimen policíaco son imborrables, pero lo doloroso de esas vivencias se acentúa cuando la represión se escuda en fundamentalismos religiosos o en propuestas ideológicas que implican que el mal de unos pocos es el beneficio de todos, incluidas las propias víctimas de la represión.
Cada sociedad reprimida sufre su propia escala de terror. Los instrumentos y métodos represivos dependen de las características del régimen, de la personalidad del caudillo que tomas las decisiones, del sistema de ideas y propuestas tras el cual se cobija, de la identidad del país y hasta de la educación, formación e instrucción del represor.
Los resultados de las represiones que más impactan son los asesinatos judiciales o extrajudiciales, las encarcelaciones y el destierro. Son sucesos que atemorizan a todas las personas, pero en particular, a quienes reniegan del gobierno.
Sin embargo, la represión más dañina, la que tiene fatales consecuencias a largo plazo, inclusive para las generaciones por venir, no implica muerte ni prisión, porque se cimienta en difundir en la sociedad la sensación de estar vigilados y la certeza de que el Gran Hermano, el estado, es una entidad omnisciente y omnipresente que en principio considera que cualquier transgresión a las normas impuestas, es un crimen que debe ser severamente castigado.
Paradójicamente ese tipo de poder se esfuerza por presentar una sociedad perfecta en la que no hay asesinatos pasionales ni accidentes de tránsito. Una sociedad en la que la delincuencia no existe y los crímenes aberrantes han desaparecido.
Por ejemplo, en Cuba, se esfumaron de los medios las llamadas paginas rojas y hasta programas radiales o secciones de prensa en los que se exponían graves conflictos familiares. El país gracias al castrismo era un paraíso, donde todos se amaban, nadie mataba ni robaba.
El afán de mostrar una sociedad nueva condujo en Cuba a la persecución y encarcelación de los homosexuales, prostitutas y proxenetas, y a qué durante la llamada ofensiva revolucionaria de 1968, los bares fueran cerrados, porque según Fidel Castro, quienes asistían a esos lugares eran “antisociales y no le interesaban al pueblo trabajador”.
La constante demostración de poder, y la represión de baja o mediana intensidad en la que participan todos los organismos del estado, incluidas las asociaciones colaterales que haya constituido el régimen como parte esencial de sus mecanismos de control, conduce al individuo a la sumisión y a su posterior masificación.
El objetivo fundamental es que la persona haga consciencia que lo que no está expresamente autorizado está prohibido, un concepto que se apropia de los propios funcionarios del régimen, incluidos los que integran los cuerpos de seguridad, que son los que mejor conocen los extremos a los que son capaces las autoridades para continuar en el poder.
Esta situación hace que la sociedad en su conjunto se sienta reprimida, al punto de que cuando está suficientemente domesticada, es capaz de aceptar responsabilidad de faltas que no ha cometido.
El individuo y la sociedad transformada en masa se quedan sin opciones, el poder determina la conducta de uno y de todos. Se traiciona por inseguridad, por temor a lo que pueda ocurrir.
El miedo se difunde, la incertidumbre hace presa de todos, y el sujeto atemorizado criminaliza sus pensamientos y el de los otros, si considera que pueden afectar su seguridad. El miedo, que es proporcional a la riqueza de imaginación de cada sujeto, conduce a la inacción, la delación y al servilismo, y a concluir que lo importante es sobrevivir, sin que importen las concesiones y complicidades.
Esa represión en términos absolutos logra la degradación del individuo y el envilecimiento de la sociedad, lo que hace que los valores y principios que caracterizaron el país en cuestión, sean muy difíciles de restablecer cuando las condiciones sean propicias.
Por otra parte las experiencias han demostrado que el enriquecimiento económico de una persona y el desarrollo de un país demandan grandes esfuerzos, talento y voluntad, sin embargo se ha podido apreciar que para empobrecer a las personas o países solo se requiere el atrevimiento de hacerlo.
Es improbable cuantificar los daños morales y espirituales que padecen los que han vivido bajo un régimen dictatorial sustentado en una ideología o religión, tampoco los sacrificios que el individuo y la sociedad deberán realizar para recuperarse de vivencias dolorosas que dejan huellas imborrables.
Pero aún más quimérico es buscar y responsabilizar a los que deben pagar por los sueños y las vidas rotas de quienes han sufrido el poder de los iluminados, de hombres miserables que se creyeron dioses en capacidad de cambiar la condición humana.
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Pedro Corzo (*)
pedroc1943@msn.com @PedroCorzo43
* Periodista y Director del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo
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