Ramón Pérez-Maura: La rendición del Presidente Barack Obama ante Raúl Castro en Cuba
Por Ramón Pérez-Maura
27/03/2016
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Es cierto que Obama pudo hacer lo que ningún otro líder político ha logrado: reunirse con los disidentes. Lo que al final sólo ha valido para demostrar cuánto valoraba Raúl la foto con Barack. Pero si esos disidentes creían por un momento que el presidente norteamericano iba a hacer algo por defender su causa, su desencanto debe ser de una magnitud equivalente al adjetivo calificativo atribuido a esta visita: histórico.
La farsa en la que Obama se hizo partícipe, en la que Raúl Castro negó ante el mundo la existencia de prisioneros políticos fue acogida por Obama con un silencio indiferente. Y ello a pesar de que Ben Rhodes, su viceconsejero de Seguridad Nacional afirmaba el martes en una rueda de prensa que a lo largo de los dos últimos años ha presentado a Cuba múltiples listas de prisioneros políticos. Pero la denegación de la evidencia no iba a estropearle la fiesta a Obama. Él ya había dejado claro desde el principio que a La Habana no iba a resolver problemas. Él se llevó a la familia entera y ampliada, como quien va de vacaciones: mujer, hijas y suegra. El gesto era bien elocuente.
Al día siguiente de esa inverosímil rueda de prensa de Castro y Obama, el mayor triunfo del régimen comunista en su largas décadas en el poder, Obama recibió entre otros disidentes a Elizardo Sánchez, el filósofo que preside la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. El propio Sánchez dio a Obama una lista –otra más– con 89 presos políticos. Después de recibir la lista el presidente se fue a ver un partido de béisbol con Raúl. Pero el silencio de la Casa Blanca a la pregunta de qué pasó con la lista indica que o bien Obama no quiso molestar a Castro entregándole la lista, o Castro empleó el papel para tareas de limpieza íntima.
Antaño, cuando un dirigente político extranjero visitaba la isla –Felipe González, François Mitterrand...– no le dejarían mantener reuniones con grandes grupos de disidentes, pero al menos cada visita era acompañada de la liberación de un prisionero por el que se pedía de forma señalada. Esta vez ni eso. Esta visita ha servido para que Castro sentencie ante Obama que no hay prisioneros y Obama se calle, no vaya a ser que el tiranuelo se moleste.
Y todavía nos sorprende que frente a semejante decadencia surja el impresentable populismo de Trump.
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