Chistes de negros
Por Luis Cino Àlvarez
abril 13, 2016
Arroyo Naranjo, La Habana, Luis Cino (PD) En la marea retranquera por contrarrestar las ideas expresadas por Obama en el Gran Teatro “Alicia Alonso”, al periodista Elías Argudín, del semanario Tribuna de La Habana, no se le ocurrió algo mejor para mostrar a sus jefes –sobre todo al Gran Jefe, el retirado- cuán agraviado se sentía por el discurso del presidente norteamericano que titular su artículo “Negro, ¿tú eres sueco?”.
Unos días después, ante la avalancha de quejas por su más que chistecito, pujo racista, Argudín se vio obligado a disculparse. Con mal disimulado reconcomio, dijo que le alegraba que fueran tantos los que estaban en la batalla por la igualdad racial, aunque volvió a reiterar su agravio por “la incitación a la rebeldía” hecha por Obama.
El episodio, más que evidenciar la abyección de la prensa oficialista y la soberbia de los sectores inmovilistas del régimen, asuntos harto sabidos y que ya aburren por lo reiterados, puso de manifiesto el racismo que aún perdura en la sociedad cubana.
No es comparable al que había en Alabama hace 60 años o en la Sudáfrica del apartheid, no será institucionalizado, se tratará de problema cultural, o lo que sea, pero existe y se resiste a desaparecer.
Hasta Fidel y Raúl Castro y otros altos dirigentes del régimen se han visto obligados a admitir la persistencia del racismo, más de medio siglo después de haberlo barrido bajo de la alfombra y de
darlo por terminado como por arte de magia.
Me refiero a aquella época, allá por los inicios de los 60, cuando decían que era inconcebible que un negro no simpatizara con la revolución, luego que los había bajado de los árboles, ¿se acuerdan?
El anunciado fin del racismo es otro logro que no fue. Sucede que no basta solo un plumazo o un trozo de un discurso para abolir la discriminación racial, que suele vestir más disfraces que los que uno es capaz de imaginar.
En los censos de población, las personas que no tienen pronunciados rasgos negroides, prefieren olvidarse de sus abuelos y declararse blancos. El abigarrado mestizaje cubano crea una amplia categoría intermedia de personas que no son blancas ni negras. Pero “pasan por blancos” y se esfuerzan por parecerlo. Su identidad racial neutralizada promueve la discriminación, al mismo tiempo que niega su existencia.
A los cubanos blancos y a los que lo parecen, si no quiere hacerlos sentir incómodos, ni les hable del racismo. A despecho de las comisiones que abogan por la igualdad racial con permiso oficial, la mayoría se negará a aceptar la existencia del problema racial. No faltará quien invoque a Martí y diga que hablar de “eso” solo trae divisiones inoportunas e innecesarias.
Así, el asunto, lejos de solucionarse, se complica más. Y seguimos en un círculo vicioso que augura males futuros.
Históricamente, los negros han sido relegados, les han negado oportunidades. Las estrategias de supervivencia de los más desafortunados han sido interpretadas como pruebas adicionales de su pretendida inferioridad y crearon el axioma de su supuesta propensión a delinquir. Por ende, los negros son mayoría en las cárceles.
El hecho de que el propio Elías Argudín sea negro, más que Obama incluso, dice mucho acerca de la persistencia de las trampas del racismo, que de tan sutil e invisibilizado, suele ser empleado por sus víctimas, que no se perciben como tales y hacen gustosos el papel de bufones.
De tan presente y cotidiano, el racismo se ha trivializado, a tal punto que no lo detectamos. O preferimos, por comodidad, por costumbre, no detectarlo.
Cualquier cubano conoce y emplea profusamente –que es lo que hizo Argudín, cual si fuese lo más natural del mundo- cualquiera de las decenas de chistes de negros que se sabe, todos ellos basados en la mala fama que les han dado, al estilo de “si no lo hace a la entrada, lo hace a la salida”, “para negros, los zapatos”, “negocios con negros son negros negocios”, etc.
Recuerdo ahora, de la famosa película Fresa y Chocolate, un bocadillo dicho por el protagonista: “¿Racista, yo? Niño! Yo sé muy bien lo que vale un negro. Pero no son para tomar té. Es una lástima. Das un pestañazo y zas, desapareció el negro y la porcelana de Cebres”.
Qué decir de los mitos y estereotipos sobre las negras y los negros. Y que nadie me hable de las numerosas parejas interraciales en Cuba, porque si se va al fondo del asunto, además de la mitología sobre su presuntamente tórrida y desmesurada sexualidad, se encontrará con todo eso de las piolas y piolos, los negreros, las blancas sucias, los que refinan petróleo, los que quieren adelantar la raza, etc., etc.
Esos prejuicios y estereotipos están arraigados en el imaginario colectivo. Afloran hasta cuando se quieren evitar. Como sucede en la TV. Hasta hace unos años, los negros solo eran utilizados para papeles de esclavos o delincuentes. Ahora hay galanes negros. Como en Latidos compartidos, la telenovela que pasan actualmente por Cuba Visión. Pero ha sido peor el remedio que la enfermedad, porque el galán, el fornido Michael Junior, a pesar de su éxito con las mujeres, resulta patético.
Si se tiene en cuenta todo eso, es comprensible que para Elías Argudín, sus jefecillos y jefazos resulte chocante, que el presidente de la nación más poderosa del planeta sea negro y para colmo, venga a mentar la soga en casa del ahorcado. Tal vez si Obama fuese rubio y de ojos azules, no se hubieran ofendido tanto. O lo disimularan más…
Foto: Tribuna de La Habana
luicino2012@gmail.com; Luis Cino
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