viernes, agosto 26, 2016

Nicolás Águila: La niña Rusela de Rubén Martínez Villena



La niña Rusela

Por Nicolás Águila
Madrid
24 de agosto de 2016


Rubén Martínez Villena le escribía desde Rusia a su esposa Asela, el 30 de julio de 1932, con motivo del nacimiento en Cuba de su hija Rusela:

“Acaso nunca llegue a conocer a esa pequeñina ruso-cubana, a pesar de todo lo que representa un hijo en dificultades y preocupaciones... ¡me alegro tanto que tengas un bebé!”.

Villena habla de la niña Rusela como si solo fuera hija de su mujer. Quizás porque ya se hallara desahuciado de su tuberculosis incurable y sabía que no iba a disfrutar de su bebita, a la cual se refiere en la carta con un diminutivo que no es usual en Cuba: 'pequeñina'. Parece que el español se le cruzó con el ruso y le salió medio portugués.

Pero eso es lo de menos. Lo que sí llama poderosamente la atención es que considere "ruso-cubana" a una niña nacida en La Habana de padres cubanos. ¿Fanatismos de Villena? Diría que más bien lameculismo estalinista.

De Rusela a Purscia e Inrainit

Yo pensé primero que el nombre de Rusela que le pusieron a la hija de Martínez Villenas era un homenaje a la Rusia de los años treinta (cuando todavía no era un pecado ideológico llamarle Rusia a la URSS). Pero luego me di cuenta que Rusela es un acrónimo, o sea una contracción a partir de los nombres de los padres: (Ru)bén + A(sela) = Rusela. Cosa nada extraña hoy en día, pero inusual en su época.

Rusela probablemente haya sido el primer nombre inventado que se oyó en Cuba. Digo yo, que no soy ningún estudioso del tema. Pero en todo caso la pareja fue sin duda muy adelantada en eso de ponerles nombres raros a los hijos. Ya en los sesenta los acrónimos y nombres invertidos eran práctica común en la onomástica cubana, eso antes de aparecer la proliferación de nombres impronunciables de la Generación Yénica. Recuerdo a una vecina llamada Zunilda que bautizó a su hija como Adlinuz (Zunilda al revés), entre otros muchos casos. La cuestión era ponerle al niño o a la niña un nombre singular y único.

Pero la tapa al pomo se la puso Sidroc Ramos, un personajillo que llegó a ser director de la Biblioteca Nacional, con muchas ínfulas y con un nombre también de traca que suena a medicamento biliar. Sidroc se desquitó con sus dos hijas, pobrecitas, y las nombró Purscia e Inrainit (Purscia por PURSC, que era el avatar engañoso del Partido Comunista antes de volver a llamarse PCC en 1965).

En cuanto al otro nombre, Inrainit, a ningun cubano de mi época le resultaría difícil entender su origen y composición. INRA era el Instituto Nacional de la Reforma Agraria; INIT, el Instituto Nacional de la Industria Turística, dos organismos creados por el castrismo para destruir la agricultura y el turismo al mismo tiempo y a la mayor brevedad posible.

“Esos nombres de las hijas de Sidroc suenan a oportunismo de izquierda”, me dijo un día una profesora de marxismo que era buena gente. Pues para mí que es una mezcla a partes iguales de fanatismo y guanajería, creo que así le contesté. Mira que se ha comido mierda en Cuba durante estas seis décadas, caballero.