Esos poetas que bailan al compás de un dictador. Tania Díaz Castro desde Cuba: El tiempo, el mejor de los profetas, se encargará de borrar sus nombres
Esos poetas que bailan al compás de un dictador
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El tiempo, el mejor de los profetas, se encargará de borrar sus nombres
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Por Tania Díaz Castro
Septiembre 8, 2016
LA HABANA, Cuba.- Dicen que pertenecen a una extraña raza.
No es cierto.
Son como todos los hijos de los dioses.
Dicen que no están hechos sólo de carne y hueso, sino de savia misteriosa e indomable.
Tampoco es cierto.
Como todo mortal poseedor de sensibilidad, son tan sensibles como cualquier animal doméstico.
Que tienen deseos libertarios, patricios a los cuales debemos los mejores cantos por la libertad.
No todos cantan igual. Los hay, aunque pocos, que bailan al compás de un dictador.
Que aman más que otros al amor, a la lejana y ya nada misteriosa luna de los amantes clandestinos, conquistada en 1969.
Los he conocido embelesados por sí mismos ante el espejo, deslumbrados ante una extraña sensación de grandeza, durante cualquier altura.
Dicen que en cadenas no pueden vivir.
Pero yo que he conocido a tantos, que los he visto escapar como pájaros ante los tiros del cazador, en busca de los mejores árboles para el cobijo, que los he visto sufrir en una celda oscura y vacía, casi desnudos, porque piensan distinto, me pregunto cómo puede suceder que algunos otros se convirtieran en puntas afiladas de estrellas apagadas, aplaudiendo al cruel, al dueño de tantas prisiones, al mentiroso, al que bebe de su dulce poder, como si no tuviéramos aún de cerca las voces de nuestro Zenea, de nuestro Plácido y sobre todo, de nuestro José Martí.
¿Mencionarlos para qué?
El tiempo, el mejor de los profetas, se encargará de borrar sus nombres, cuando nadie pueda defenderlos, ni caudillo, ni prensa de caudillo.
En estos tiempos, cuando la libertad se nos hace cada vez más urgente, hay poetas, señores, que se arriman a las brasas de una dictadura, aunque en los grandes festines de gobierno, a puertas cerradas del pueblo, digan entre murmullos que se avecina el fin.
Una vieja amiga, célebre como poeta en su ciudad natal, habrá dejado de bailar, ya cansada, a los pies del dictador. O de aquel otro, con sus ingenuos pavorreales, hoy pavoneándose por los salones de Palacio, junto a su “iluminado”.
Harán una fila, breve, bochornosa, luego del último pacto con Lucifer, y no habrá mano generosa de la historia que los perdone; ni siquiera cuando recojan, sumisos, el despojo del que se fue al fin, entre las aguas sucias de una ciudad destruida por sus “manos invictas”.
Junto a otros antiguos nombres que entonaron también sus liras ante crueles dinastías y feroces dictaduras, sus nombres abochornarán a la Historia.
Hoy, viene a mi mente ese amigo que, sin pena alguna, un día me confesó que hacer poesía es una pérdida ridícula de tiempo en este mundo moderno, donde la tecnología nos ofrece tantas y nuevas maravillas cada día, si no perdemos el poco tiempo que tenemos para la vida, en repetir esa misma cantaleta de siempre, inspirados en falsas y fugaces estrellas del cielo.
Tiene razón mi amigo.
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