viernes, enero 13, 2017

Esteban Fernández: CINCO SANTOS


CINCO SANTOS

Por Esteban Fernández
12 de enero de 2017

Algo muy interesante, por lo menos interesante para mí, es que yo soy el presbiteriano más extraño del mundo, aunque eso no me preocupa porque dos grandes presbiterianos: la difunta Raquel Achón quien fuera la abnegada esposa del Reverendo David Achón y el más distinguido de los presbiterianos en el exilio, el Reverendo Martín Añorga, coincidieron en darme el mejor elogio que he recibido en mi vida: “Cuando tú escribes se posa el Espíritu Santo en tú hombro”. Y eso me ha tranquilizado mucho.

Pero les cuento en que consiste lo raro de mi presbiterianismo: A la hora de comenzar el colegio mi padre decidió (sí, esa era una época en que los papás decidían las cosas) que yo iría al Kate Plumer Bryan Memorial conocido en mi pueblo como el “Colegio americano” o el “Colegio presbiteriano”.

En mi pueblo había muchísimos buenos colegios, inclusive los públicos eran magníficos, pero mi padre consideraba que el presbiteriano era el mejor. Y la creencia de mi viejo no se basaba en que se impartía la mejor educación sino en que era mixto y él siempre deseaba que yo me encontrara y enamorara lo antes posible de una muchachita.

Mi madre, como buena y devota católica, deseaba que yo fuera al Colegio Salesiano que era también tremendísimo buen centro de enseñanzas. Pero era solamente de varones y en eso se basó mi padre para tener la última palabra en el asunto.

(Esteban Fernández cuando niño)

Ahora bien, mi madre Ana María -quien siempre disimuladamente se las sabía agenciar para salirse con la suya- puso una extraña cláusula y dijo “Está bien, que Estebita y Carlos Enrique no vayan al Colegio de los curas, que vayan al Colegio presbiteriano, pero con la condición de que tienen que adorar a mis cuatro santos preferidos: Santa Bárbara, la Caridad del Cobre, San Lázaro y San Julián Patrono de Güines.

Y así fue, gracias a Dios en el Colegio americano ni el director Raúl P. Guitart ni los profesores nunca se sintieron ofendidos cuando yo orgullosamente les profesaba mi devoción por los que yo llamaba “Mis tres Santos cubanos y mi Santo güinero”. En la Iglesia presbiteriana tampoco el pastor David Achón se inmutaba cuando me aparecía con una cadena al cuello con la Virgen o con un escapulario, ni cuando yo le decía que “Yo era presbiteriano a mi manera…”

(Santa Bárbara)

Sinceramente les tengo que confesar que cuando único me rebelaba un poco con mi madre y sus firmes creencias era cuando ella decidía hacerle una promesa a un Santo pero utilizándome a mí. Recuerdo que un día le prometió a San Lázaro que si no me daba uno de mis fuertes y acostumbrados catarros durante el invierno -y así fue- yo me pondría unas camisas de cuadritos blancos y anaranjados durante dos semanas consecutivas. Inclusive tenía que ir al Kate Plumer Bryan Memorial con mis camisas de la promesa (mi madre les llamaba “ginga”) a pesar de que allí había que ir de completo uniforme.

Por lo tanto, mis estimados amigos creo haberles explicado con lujos de detalles que soy un presbiteriano muy singular que adora a Changó, a Babalú Ayé, a Yemayá, que les pide favores, y encima de eso desde hace poco una buena amiga me ha mostrado e informado de lo milagroso que es San Antonio de Padua (en Cuba lo llamábamos “Eleguá”) y también lo voy a incorporar a mi santoral sagrado.