lunes, abril 10, 2017

Esteban Fernandez: LA EDAD DE LA PUNZADA

LA EDAD DE LA PUNZADA

Por Esteban Fernandez
10 de abril de 2017

Los jóvenes inmaduros (cuando tienen 14,15,16,17,18 y 19 años) son los más insoportable de los seres humanos. Es la peor etapa. ¡”Ñoooo, que pesados se ponen los muchachos a esas edades!…

Lo primero que descubren es que sus padres “no los van a matar, y que de las amenazas no van a pasar”. ¡Tremendo descubrimiento! y acto seguido les entran unos deseos irrefrenables de “independizarse”. Vaya, “independizarse” quiere decir “hacer lo que les da la gana”. Y, desde luego, viviendo bajo el mismo techo de sus padres tienen que seguir, supuestamente, 25 mil reglas y 14 mil frenos.

Pronto se dan cuenta (si se lanzan a la “independencia”) que eso es un “embarque”, y que esa “independencia” trae aparejada un montón de contratiempos como tener que pagar renta, teléfono, luz, gas, comprar ropa, zapatos, y tener que TRABAJAR. Pero… hasta que no dejan de ser “teenagers” no dan sus brazos a torcer.

Descubren también que esos “amigos” que comparten la “independencia” (DE LEJOS, esa independencia les lucía muy atractiva) no los ayudan, ni da un solo centavo prieto para pagar las cuentas como antiguamente hacían “papito y mamita”.

Ya desde que cumplen los 14 años, ante cada bobada que se les ocurra ( por muy peligrosa y descabellada que ésta sea) y reciban la negativa de sus padres, les hacen la pregunta: “¿Ustedes no confían en mi?”…

Y la tontería reside en que (ajeno a la edad que tenga un individuo y aunque tenga 75 años) no importa lo mucho que uno crea en una persona, si ésta nos dice: “Me voy a tirar a un mar infectado de tiburones” hay que decir que “NO” y no es por desconfianza del ser querido sino porque resulta muy difícil confiar en los tiburones…

Y eso es precisamente lo que hacen constantemente los principiantes: pedir permiso para tirarse en las fauces de los tiburones, y aspiran a que sus padres confien en ellos, les rían las gracias, y quizás hasta compren pasta Colgate para cepillarle los colmillos a los escualos.

Otra cosita de los imberbes es que “ni ellos mismos están muy seguros de si son adultos o son niños” Y, entonces, no sabemos como tratarlos. Si los tratamos “como niños” nos regañan y nos dicen: ¡Ya yo estoy muy grande para que me hables así!”. Y si los tratamos con los rigores que un adulto merece ¡entonces se echan a llorar!…

Otro “problemita” (un “problemón” 9 meses más tarde) es que ya los adolescentes preñan y se preñan. Y los principantes no están del todo conscientes de ¿qué puede traer peores consecuencias, y que es peor, si los dolores de parto o las mordidas de un tiburón?.

Y lo peor que tienen los novatos es que acaban por completo con esa creencia firme que poseemos de que “somos defensores y practicantes del sistema democrático”. Vaya, por culpa de ellos, siempre llega el momento en que tenemos que “defecarnos en la democracia” y no nos queda más remedio que tomar “medidas dictatoriales”.

E implantamos el “toque de queda”, y la “ley marcial”, y hacemos requisas, y queremos que estén en la casa a más tardar a las 10 de la noche, y registramos gavetas, y abrimos su correspondencia, y leemos un “diario” que tenían escondido, y escuchamos sus conversaciones telefónicas sin que se den cuenta, etc. etc..

Y cuando el muchacho se pone bravo, se revira, habla de “libertades y derechos”, protesta, y se nos encara diciéndonos: “¡Papi, la verdad es que tú no respetas mi “privacidad”!” lo miramos fijamente, esbozamos una sonrisa y le decimos: “¡Alégrate y confórmate, porque estoy pensando seriamente en implantar el paredón de fusilamientos en esta casa!”