viernes, abril 14, 2017

Waldo Acebo Meireles: El futuro de la enseñanza de la Historia en Cuba


El futuro de la enseñanza de la Historia en Cuba

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Para aquellos que en el futuro enfrenten la intricada tarea de reformar la enseñanza de la Historia en Cuba
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Por Waldo Acebo Meireles
Miami
13/04/2017
Pintar nuestro Mundo como es; anatomizar el
cuerpo social Cubano en todos sus miembros de
uno ú otro Departamento buscando fácilmente el
correctivo posible en los defectos…
Esteban Pichardo, 1866

En el análisis de la situación actual de Cuba, a veces perdemos de vista de que en algún momento la pesadilla actual terminará y que debemos estar preparados por lo menos teórica e intelectualmente para la tarea que nos vendrá encima, ante la cual quedará empequeñecida la limpieza de los establos de Augías por Hércules.

Qué estructura política adoptaremos; cómo sanear y redistribuir la propiedad agrícola e industrial; mantendremos de manera modificadas las débiles formas cooperativistas existentes o las eliminaremos de plano; nos atendremos a la división política actual o regresaremos a la existente en 1959, o crearemos una nueva ajustada a las nuevas realidades y demandas; intentaremos mantener las fórmulas de seguridad social o debemos modificarlas; mantendremos la gratuidad de la educación y la salud o buscaremos soluciones que incluyan cierto nivel de servicios gratuitos y otros compensados monetariamente; en fin hay un sin número de aspectos los cuales hay que tratar de enfrentar, desde ya, en la búsqueda de las mejores propuestas y soluciones.

Entre los problemas que tendrá que enfrentar la nueva Cuba está el de la educación, asunto que no se limita a su universalidad y gratuidad, sino que incluye, de forma protagónica, el contenido de esa educación y sus formas de enseñanza. Aquí pretendemos analizar un elemento de esa vasta problemática, el de la enseñanza de la Historia y en particular el de la Historia Patria.

Que la enseñanza de la Historia y especialmente la de Cuba es un desastre no requiere mucho análisis, es el descubrimiento del agua tibia. Sin embargo, de vez en cuando a alguien se le ocurre comprobarlo[1] para encontrar que los profesores de Historia en la enseñanza media, a nivel nacional, [en los años 90] en una gran y vergonzosa proporción eran incapaces de mencionar tres historiadores cubanos; u ordenar cronológicamente diferentes hitos históricos, entre otras cuestiones elementales. No quiero ni imaginarme como será hoy en día.

Resultados como estos no sólo hablan muy mal de la enseñanza de la Historia, en las aulas de primaria y de segunda enseñanza de todo el país, sino de la formación de esos maestros y profesores, es decir que dejan al desnudo los serios problemas que enfrentará en un futuro la enseñanza de la Historia desde la primaria hasta, necesariamente, la Universidad.

Sin pretender historiar el devenir de la enseñanza de la Historia quisiéramos destacar algunas etapas básicas y nuestra valoración:
  •     Primeros años del siglo XX la Historia de Cuba se trataba como anécdotas sin mucha o ninguna correlación o coherencia y de forma casual. Como es de suponer en el XIX no se trataba, salvo quizás algún arriesgado maestro que tocaba algún aspecto en su clase. Los intentos de la Sociedad Económica de Amigos del País no rindieron fruto en cuanto a la enseñanza de la historia de la Isla.
  •     La enseñanza de la historia ya fue incluida en los planes elaborados por maestros cubanos y que fuesen puestos en vigor por la Circular 5 del gobierno de intervención. A partir de los años 20 se sistematizó la enseñanza de la Historia en la primaria y el nivel secundario, la influencia de profesores, como Ramiro Guerra, quienes tomaron cursos de veranos en Harvard, fue en la práctica significativa y trazó caminos, por otra parte, R. Guerra dejó una obra histórica de incalculable valor.
  •     Hasta finales de la década del 50 la enseñanza de la Historia no rebasó el nivel anecdótico, carente de serios análisis factuales y en general de una búsqueda de determinaciones causales. El carácter memorístico de la enseñanza de la Historia, por decir lo menos, era medieval y a contrapelo de las ideas de la escuela moderna, y del pensamiento pedagógico cubano existente en esa época.
Sin embargo, esas debilidades eran, salvadas por maestros y profesores que ‘ad libitum’ incorporaban sus experiencias y aplicaban voluntades renovadoras en sus clases. Feliz época aquella en que los programas aún no eran “un documento estatal de obligatorio cumplimiento”. Ello le permitía a Hortensia Pichardo aplicar técnicas investigativas en sus clases en el Instituto de la Víbora, o a Portuondo, en el mismo centro de estudios, no limitarse a sus brillantes narraciones sino propiciar intercambios de opiniones sobre personajes y acontecimientos. Líneas del tiempo, mapas de historia, documentos, y otros elementos esenciales, eran utilizados por ese entonces en sus clases por aquellos maestros y profesores inmersos en la avanzada de la cultura pedagógica cubana,[2] existía un potencial teórico en camino de materializarse en una enseñanza moderna de la Historia.

Pero como decía el inefable Carlos Puebla: “llegó el comandante y mandó a parar”. El período post 59 comenzó desde el punto de vista del aborde de la Historia de Cuba con un gran desatino: El Manual de Orientación Cívica. Este engendro, redactado a la carrera, incluía un bodrio con ínfulas de rescribir la Historia de Cuba engendrado por alguien de quien prefiero ni acordarme[3].

A alguno se le ocurrió utilizar dicho manual en las escuelas, pero al parecer triunfó alguien más cuerdo y se comenzó a emplear un par de tomitos de Sergio Aguirre, y otro par de tomitos que no mencionaban su autor.[4] Además en la enseñanza media se utilizaba el libro de Portuondo pero con los capítulos de la etapa republicana cercenados. A Portuondo al parecer no le quedó otro remedio que aceptar la mutilación a cambio de una relativamente amplia distribución de su excelente texto, de cualquier forma, no tenía otra opción.

En los años 70 se produjo el proceso que se llamó ‘perfeccionamiento’, como una de las derivaciones del Congreso de Educación, al que luego se le añadió Cultura, que tan nefastas consecuencias trajo para ambas, la Educación y la Cultura.

El ‘perfeccionamiento’ logró acabar con lo poco que quedaba de la tradición pedagógica nacional, eliminándose de la enseñanza primaria los contenidos de Historia de Cuba, sustituyéndolos por los de Historia Universal, las pocas voces que se levantaron en contra de esa decisión promovida por los brillantes criterios de los asesores soviéticos[5] que nada o bien poco sabían de Cuba, fueron desoídas, por no decir aplastadas.

Los libros de Historia de Cuba fueron redactados por un grupo de maestros y profesores en el cual no todos tenían un real aval y experiencia en la enseñanza, menos aún eran investigadores, y sin ninguna práctica en el difícil arte, o ciencia, de redactar textos para la enseñanza, y, finalmente, con un total desconocimiento de las tradiciones pedagógicas que se habían forjados y desarrollados en Cuba, ni de los adelantos y descubrimientos que en el campo de la didáctica se discutían ampliamente en el mundo occidental. De esas ideas solo llegaban débiles ecos bastantes desvirtuados e incompletos, sin descontar que en ocasiones ya llegaban con la valoración de ser manifestaciones del pensamiento burgués, por tanto, vetadas de antemano.

Los resultados de esa explosiva combinación de seleccionar novicios, ignorar las experiencias pedagógicas del pasado e incluso las múltiples que se producían en las aulas con maestros y profesores dispuesto a innovar, generó textos poco atractivos y de limitado valor didáctico, produciéndose además notables diferencias entre los temas tratados por aquellos redactores con algunas habilidades y los que carecían casi totalmente de las mismas.

Los borradores de esos textos eran sometidos a la aprobación del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en su sección de Educación, en realidad esos funcionarios eran incapaces de opinar nada, salvo señalar que tal o más cual episodio o personaje debería ser tratado con mayor o menor número de líneas.[6] También eran ‘sometidos’ a la valoración de la Facultad de Historia de la Universidad de La Habana y al Instituto de Historia, nada de real importancia salía de esas supuesta revisiones. En mi opinión no le dedicaban mucho tiempo a esa ‘tarea extra’[7] y sin lugar a dudas poco atractivas y que no significaban ningún reconocimiento para estos encumbrados especialistas.

En el ‘Segundo Perfeccionamiento’, el proceso se repitió casi al dedillo, salvo que ya casi no existía la presencia soviética, estamos hablando de la época de los prolegómenos y desarrollo de la ‘perestroika’. Resultó un respiro el poder tratar con alguna libertad, aunque no toda la deseada, el Pacto Molotov-Ribbentrop, llevar a mapas la ‘reconquista’ soviética hasta la ‘línea Curzon’ y otros asuntillos de igual envergadura.

Pero eso era con relación a la Historia Universal, con la Historia de Cuba las cosas, no mejoraron; múltiples esfuerzos se hicieron para poder tan siquiera mencionar la participación de las organizaciones masónicas en los procesos conspirativos y en la Guerra de Independencia, los que en el Instituto de Historia tenían acceso a esta información, no publicada aún en esos momentos, eran reacios a compartirla.[8] De la presencia abakuá, en estas luchas, para que hablar.

Los textos o capítulos de Historia de Cuba padecieron de los mismos excesos y defectos que en el intento anterior. Entre ellos los más notables fueron el de borrar de un plumazo los avances alcanzados durante la república, potenciar de manera hiperbólica los ‘logros y éxitos’ de los comunistas del patio, claro está sin mención alguna de sus yerros y desvergüenzas, considerados temas tabúes.

A estos males se le sumó desde el ‘primer perfeccionamiento’ la introducción de las llamadas ‘leyes y regularidades’ de inexcusable tratamiento lo cual obligaba a hacer malabares para adecuar los fenómenos históricos, y no solo los nacionales, a esos esquemas impuestos.[9] Eran teorías rígidas derivadas de las adecuaciones ‘marxistas-leninistas’ del devenir histórico, más bien europeo, que en nada o en bien poco podían aplicarse al resto del mundo.

En resumen: el primer ‘perfeccionamiento’ acabó con los vestigios que aún quedaban de la escuela pedagógica cubana, y mató en la cuna las incipientes discusiones acerca del ‘behavorismo’ y otras corrientes del pensamiento, como el constructivismo, o las teorías de Piaget. Quizás su mayor aporte, en el campo de la psicología del aprendizaje, fue la introducción a Lev Vygorky y la teoría de las ‘zonas de desarrollo próximo’, que recientemente empezaron a ser valoradas por el pensamiento pedagógico occidental, así como las interesantes formulaciones teóricas de Galperin y Leontiev.

En el segundo perfeccionamiento se inició, modestamente, una reconsideración de la olvidada pedagogía criolla con el retomar[10] del tratamiento de las historias locales y regionales dentro de los programas de Historia de Cuba. Otro elemento de interés fue el intento de definición de los sistemas de habilidades propios a la aprehensión de los conocimientos históricos. Ambos aspectos vinieron a sumarse a la sempiterna discusión acerca de la prioridad del “cómo” o del “qué” en la enseñanza de la historia.

La incorporación de la vinculación de temas locales a los de la historia nacional entreabrió una pequeña rendija para que aquellos maestros y profesores mejor dotados abordaran diversas temáticas de una forma más fresca y atractiva para el alumno, intentando generar así un amor al terruño, por otra parte, las peculiaridades que en los planos locales asumía temáticas nacionales, les permitía al maestro dar una visión menos dogmática y encasillada de ciertos fenómenos y acontecimientos.[11]

Cierto es que no todos, ni mucho menos, de los maestros y profesores supieron o pudieron aprovechar este recurso, pero fuimos testigos de serios esfuerzos e incluso en ocasiones atrevidos y controvertidos logros en esta dirección, que conformaban una esperanza de lograr una enseñanza de la historia más atractiva y dinámica. Con la introducción de los maestros emergentes estos limitados logros desaparecieron, no podría ser de otra forma.

La situación de la preparación de los maestros y profesores de historia no estaba, ni está, alejada de estos males, tomemos en cuenta que en la bibliografía que utilizaban, y aún utilizan, no hay una sola referencia a los didactas y pedagogos de la etapa republicana[12] y si decenas a los soviéticos y alemanes, y a los documentos del partido. Que podemos esperar de un centro universitario que establece los siguientes requisitos como los dos primeros para la formación de los profesores:
  •     “Sólida preparación política e ideológica basado en los principios de la ideología de la Revolución Cubana: Martiana, Marxista y Fidelista”
  •     “Portadores de los valores humanos y revolucionarios que requiere nuestra sociedad.”
Sin comentarios.[13]

En las escuelas la enseñanza de la historia no ha mejorado en nada, en realidad con la obligada utilización de los llamados maestros emergentes por áreas las cosas andan mucho peor que en los 90, se siguen utilizando los mismos textos únicamente se han omitidos por decisión ‘orwelliana’, el nombre de algún que otro autor.[14]

La situación no puede, sí, si puede, ponerse mucho peor, se me ocurren algunas cosas que la pueden empeorar aún más,[15] por tanto lo que quedará para el futuro de la enseñanza de la Historia, está en consonancia con ese futuro para el resto de las estructuras de la sociedad, la economía, etc.

Algunas simples ideas que propongo para el futuro de la enseñanza de la Historia:
  •     Los programas de Historia no deben ser un ‘documento estatal de obligatorio cumplimiento’, sino una guía de contenidos y formas que el maestro o profesor adecuará a su circunstancia, a sus alumnos.
  •     Los textos deberán ser escritos por aquellos historiadores que no tengan a mal, como R. Guerra y Portuondo en su momento, el dedicarse a esta humilde, pero tan delicada y difícil tarea. Si se integran en equipo y si en esos equipos se incluyen especialista de la enseñanza, eso quedará a la decisión de cada cual. Pero los textos jamás deberán tener carácter ‘oficial’ y único, el maestro será el que decida cual, de los que se escriban, empleará en sus clases.
  •     La Historia de Cuba deberá mantenerse en la enseñanza primaria, así como en la secundaria, la Historia Universal se tratará en esta última con un marcado interés en los procesos culturales y del pensamiento dentro de la historia. Mantener la vinculación de los hechos locales con los nacionales y aprovechar las experiencias que se han desarrollado en estos años.
  •     Incorporar elementos del devenir de la vida cotidiana junto a los de evolución del pensamiento y la cultura temas todos estos nunca abordados y que le dan plenitud a un estudio de una historia que no sólo se limite a hechos y fechas, guerras y personalidades.
  •     Potenciar los procesos de avances científicos y tecnológicos como los reales impulsores del desarrollo de la humanidad.
  •     No borrar de un plumazo toda la etapa posterior al 59, ella es parte de nuestra historia e influirá en la misma por muchos años.
  •     Renovar todo el entramado de preparación y formación de los profesores de Historia. Fomentar formas y vías para la superación permanente de los profesores.
A aquellos que enfrenten esta intricada tarea de reformar la enseñanza de la Historia en Cuba, les deseo suerte, la van a necesitar, pero estamos convencidos de que dentro de los maestros y profesores cubanos existen muchos que serán capaces de poner nuevamente sobre sus piernas el pensamiento pedagógico nacional.

[1] La última vez, que yo sepa, fue cuando el “gallego” Fernández fue pasado momentáneamente al ‘plan pijama’ y lo sustituyó el posteriormente defenestrado Luis Ignacio Gómez, al que ‘cariñosamente’ apodaron ‘Tacón’, en realidad no por sus poses de Capitán General, sino por unos botines que usaba al principio de su mandato, calzado que eventualmente mejoró en grado sumo.
[2] La pedagogía cubana antes del 59 era puntera en el continente, los libros de Leví Marrero, los de Rosell, y los de Baldor, y Mario González, por mencionar unos pocos se vendían y utilizaban en prácticamente toda la América hispana. Al parecer todavía algunos de ellos aún son utilizados, por lo menos en México vi una aritmética de Baldor a la venta.
[3] Uno de los grandes resultados de ese ‘manual’ fue que gracias a sus pretensiones anti-burguesas Carlos Manuel de Céspedes fue destituido como una efigie patriótica que asomaba su presencia en el billete de 10 pesos. Eso se ‘rectificó’ en 1968 con los ‘100 Años de Lucha’, pero Céspedes jamás recobró su posición en la numismática patria.
[4] Fue una profesora universitaria quien escribió esos dos tomos, pero mi pésima memoria no me ayuda a desentrañar su nombre, sin embargo, recuerdo que en sus últimos años padeció de una seria dolencia mental que la llevaba a decir que lo quería eran libros para comérselos, literalmente. Triste.
[5] En aras de la verdad dentro de esos asesores había varios de notable inteligencia y experiencia, no eran ‘bolos’ propiamente dicho, pero trasplantaron algo que en la URSS podría funcionar y tener sentido, pero en Cuba no lo tenía en lo absoluto.
[6] Ese era el criterio que se empleaba, cuanto espacio se le dedicaba a este u otro tema o personaje. Solo recuerdo un análisis relativamente más profundo en referencia al tema del cristianismo y sus orígenes.
[7] Aquí anoto que en el ‘segundo perfeccionamiento’ algunos capítulos de la Historia Universal fueron entregado a las embajadas de los ‘paises amigos’, las mayores protestas e inconformidades se produjeron por parte de los polacos, en algunos aspectos tenían razón.
[8] Esta situación puede ser entendida dentro del marco de los celos profesionales y cierta tendencia entre los académicos cubanos de no citar a sus colegas.
[9] Era divertido ver a un especialista soviético tratando de adecuar esos esquemas cuando algún malévolo lo ponía enfrente de un tema que se sabía que no iba a poderse encuadrar en esas teorías.
[10] Digo retomar ya que esa ideas ya habían sido expuesta por Ramiro Guerra, Miguel A. Cano y el olvidado, maestro pinareño Pedro García Valdés; Aguayo también abordó este asunto y la practica de la enseñanza de la historia local tuvo alguna aplicación en los años 40 pero no dejó resultados mensurables en el campo de la investigación pedagogía aunque si numerosas historias locales o regionales, muchas de ellas escritas por maestros primarios.
[11] La introducción de las historias locales, del cual yo fui uno de los promotores, fue aprobado sin percatarse de las consecuencias que podría tener desde el punto de vista de los férreos puntos de vista de los programa y textos oficiales, así como el efecto centrífugo que originaba en una sociedad tan fuertemente centralizada.
[12] Quizás la única excepción sea el librillo de mi autoría que aborda la enseñanza de la historia local, en el que sí aparecen reflejados y mencionados nuestros pedagogos y ni un solo documento del partido o cita al ‘máximo líder” Para mi sorpresa aún es utilizado y mencionado en trabajos investigativos.
[13] Copiamos textualmente los dos primeros requisitos que se establecen, con fecha marzo del 2008, y modificado el 25 de Mayo de 2009 para el profesor de humanidades, incluye Historia.
[14] Entre los ‘desaparecidos’ se encuentran mis emigrados colegas y amigos Antonio Arancibia Rodríguez y Yolanda Jiménez González, y yo mismo.
[15] Recientemente en un llamado ‘Taller Nacional de enseñanza de la Historia de Cuba’ se establecieron los siguientes lineamientos para la enseñanza:
  •     El carácter histórico de la actitud, intenciones y acciones de los círculos de poder de los Estados
  •     Unidos para apoderarse de Cuba, y como contraparte la posición antinjerencista y antimperialista del pueblo cubano y sus figuras más representativas.
  •     La continuidad histórica de la Revolución Cubana desde 1868 hasta nuestros días.
  •     La importancia de la unidad a lo largo de las luchas del pueblo cubano por la independencia y la revolución social.
  •     El socialismo como necesidad histórica y el papel desarrollado por el liderazgo revolucionario, en particular del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.