Civilización y barbarie: otra vuelta de tuerca (II)
*******
Continuación de la sección “De lo real maravilloso… venezolano” de ese texto en dos partes, que aquí concluye
*******
Por Alejandro González Acosta
Ciudad de México
05/08/2017
El tal Francisco Moctezuma llevaba ese apellido como muchos habitantes en México, pues al ser vencido el señorío azteca, generalmente escogieron el que desearon, no sólo autóctono, sino hispano: numerosos indígenas entonces se apropiaron (por bautizo o por declaración propia) de apellidos de la aristocracia española, como Álvarez de Toledo, Castilla, Aragón, de la Cerda, Manrique de Lara, Ponce de León, incluso Cortés y Alvarado, entre muchos más, y a veces también como homenaje de pleitesía o compadrazgo… pero sin que fueran miembros legítimos del linaje, ni mucho menos. Otros decidieron llamarse Moctezuma, sin ser descendientes legítimos ni aún sanguíneos del personaje. Hoy, documentados debidamente, sí hay descendientes del tlatoani por línea de varón, asunto que ha trabajado estupendamente mi buen amigo Don Javier Gómez de Olea y Bustinza[1], Director de la Real Academia Matritense de Genealogía y Heráldica (RAMHG); y de los descendientes por línea femenina de Isabel Tecuichpoh Moctezuma, me he ocupado yo[2], y con muchos de ellos mantengo actualmente contacto y amistad.
A ese Francisco “Moctezuma” espurio, ya en Venezuela, le añadieron (o se otorgó él mismo) el “de” nobiliario, pero en México nunca lo usó porque no podía: no era un hidalgo. Un aspecto poco conocido —o intencionalmente olvidado— es que España aceptó, respetó y mantuvo las dignidades nobiliarias indígenas, sustituyendo el vasallaje de los antiguos señores por el de los monarcas hispanos y sus representantes directos, los virreyes. En las Leyes Nuevas de Indias, los reyes españoles cuidaron de proteger a los súbditos de todos sus reinos (México, Perú y los otros dominios en América), y les reconocieron y concedieron la condición de “reinos de ultramar”, con semejantes derechos y deberes que los peninsulares. Pero entre estos, introdujeron como novedad la creación —no imitada por ningún otro imperio— de crear los Cabildos de Españoles y de Indios: eran entidades de justicia paralelas y con igual valor jurídico, que sólo diferían en su campo de acción y aplicaban sentencias entre semejantes.
Este Francisco Moctezuma (sin “de”, a secas) en realidad era un indígena —o mestizo— vecino de Tepeji de la Seda, sin ningún parentesco con el tlatoani, quien se caracterizó por maltratar extraordinariamente a sus sirvientes, compatriotas y vecinos, con gran crueldad; a tal extremo, que fue expulsado del pueblo y desterrado, según constaté en el expediente conservado en el AGN: así llegó a Coro y se afincó allí. Ese es el antepasado documentado de la familia Hunda. Hasta ahí sí existe una secuencia probatoria, pero esta se rompe por la declaración unipersonal y sin sustento de Maisanta, quien tuvo dos hijos naturales con la ya mencionada Claudina Infante; uno de ellos, Rafael Infante. De esta suerte, Hugo Chávez se declaró descendiente al mismo tiempo de Maisanta (su ídolo infantil) y de Eloy Hunda, según él, heredero de Moctezuma II. En realidad, Claudina Infante era una mujer que, como muchas infelices más, seguía a las tropas en las interminables guerras civiles venezolanas, y estaba ofrecida “a todo servicio” de los militares.
Maisanta (así llamado porque utilizaba con frecuencia la frase “Madre Santa”, pero que sólo atinaba a pronunciar torpemente “Mai Santa”), fue uno de tantos caudillos rurales de la violenta historia venezolana, pero sí está documentado que El último hombre de a caballo, como se le llama ahora, fue un bandolero que se afilió a distintos partidos políticos o facciones según sus conveniencias, y solía cambiar de bando de acuerdo con las coyunturas, hasta que fue finalmente apresado y murió en prisión, encadenado y al parecer “envenenado con vidrio molido” puesto en su comida, pero esto no está probado. Lo que sí está documentado es que desde la cárcel envió numerosas peticiones de clemencia a su vencedor, reconociendo y arrepintiéndose de sus muchos delitos y crímenes, prometiéndole fidelidad absoluta si lo perdonaba. Nunca ocurrió: Juan Vicente Gómez fue mucho más atinado que Rafael Caldera…
En resumen, Hugo Chávez decía ser descendiente de Maisanta y de Eloy Hunda a la vez; pero esta familia Hunda (o Unda) sí eran descendientes documentados del tal Francisco Moctezuma (sin el “de”), expulsado de Tepeji de la Seda por el cruel maltrato contra sus compatriotas indígenas, y luego avecindado en Coro, mas este no tenía nada que ver con el monarca azteca, de quien usurpó el apellido, en lo cual no fue ciertamente el único. De hecho, entre los auténticos descendientes probados de Moctezuma II actuales, ninguno exhibe tal apellido, pues el linaje ha pasado por línea femenina a la actualidad. Los únicos que, mediante privilegio real, conservan por tradición el apellido en primer lugar dentro de su nombre —de acuerdo con los requisitos del mayorazgo— son los Duques de Moctezuma de Tultengo, residentes en España.
Aparte de la vanidad y la soberbia, adquiere proporciones gigantescas la ignorancia de Chávez, lo cual es perfectamente entendible y perdonable, pues a fin de cuentas era un militar con un origen muy humilde, pero no así sus asesores, supuestamente ilustrados: era imposible que ni aunque fuera “descendiente” de Moctezuma II Xoyocotzin tuviera la plenitud de los derechos dinásticos —que fueron negociados en su momento con su legítima línea de varón— sino, peor aún, que el mal llamado “imperio mexicano” (en realidad era una Triple Alianza de ciudades, con una serie de pueblos tributarios) NUNCA se expandió más al Norte del Bajío, y sólo controló zonas muy específicas del actual México. Algunos guerreros llegaron más al sur, pero jamás establecieron un dominio permanente y estable. Los belicosos tarascos y purépechas de Michoacán, por ejemplo, nunca se sometieron a los aztecas y sus aliados, y los orgullosos tlaxcaltecas tampoco.
Sus asesores debieron aclararle a Chávez que cuando la soberanía de México alcanzó por el norte hasta la Bahía de San Francisco de California —por las misiones de los religiosos evangelizadores— sólo fue durante el virreinato, como Nueva España, nunca como parte del supuesto “imperio azteca”. Por otro lado, tampoco existió una corona real azteca, pues ni aún el mal llamado “Penacho de Moctezuma” lo fue[3]: el tlatoani portaba como símbolo de su autoridad religiosa, un tocado como banda triangular de oro adornado con turquesas (chalchihuite) llamado xiuhuitzolli, que representaba la eternidad del tiempo.
Entre sus sueños de gloria egocéntrica y megalomaníaca, Chávez acarició convertirse según esto en “Emperador de México” y por tanto en el legítimo monarca de todas las etnias latinoamericanas, desplazando incluso a un Evo Morales y reclamar a Estados Unidos la “devolución” de los territorios en su momento cedidos por el México ya independiente después de la desastrosa guerra de 1847, y ratificados por Don Benito Juárez después.
Guillermo Tovar resumió todo este affaire en una frase irónica, aludiendo al disparate de la pretensión de Chávez: es “genealogía-ficción”. Finalmente, los emisarios regresaron a Venezuela y desconozco cómo habrán informado al “tlatoani” carioca el resultado de sus gestiones. Pero después se publicó en Venezuela este asunto por la Sociedad Genealógica “El León de la Cordillera” (ya mencionada), con una encendida polémica que hasta obtuvo una precisa evaluación de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía.[4]
Guillermo y yo sentimos la íntima satisfacción de comprobar que, al menos por esta vez, los menospreciados estudios genealógicos y heráldicos sirvieron para prestarle un servicio práctico a México, evitando quizá un enfrentamiento internacional con un sujeto especialmente dañino y peligroso.
[1] Es sumamente valioso su ensayo: “La Casa de Moctezuma: la descendencia primogénita del emperador Moctezuma II de Méjico”, Revista de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas. Nº 38, San José de Costa Rica, Imprenta Nacional, Noviembre del 2000. Pp. 186-257. Se trata de un estudio que no dudo en calificar como definitivo sobre el tema.
[2] Un primer acercamiento mío al tema es: “Los herederos de Moctezuma”, Boletín Millares Carlo. Instituto Agustín Millares Carlo, Las Palmas de Gran Canaria, Nº 20, 2001. Pp. 151-158.
[3] Sobre este asunto he publicado un artículo: “El penacho del México antiguo”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, México, UNAM, Vol. XVIII, Nºs 1 y 2, 1er. y 2do. Semestres de 2013. Pp. 219-223.
[4] Editorial: “La genealogía al servicio de la política”. Boletín de la RAMHG, Año XVII, Nº 62, 1er. trimestre de 2007.
Alejandro González Acosta es Miembro de Número de la Academia Mexicana de Estudios Heráldicos y Genealógicos y Miembro Correspondiente en México de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.
© cubaencuentro.com
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home