Esteban Fernández: LA QUARTER
18 de septiembre de 2017
Ya ustedes saben que mantengo latente mi odio contra los castristas. Pero hoy les quiero decir que al mismo tiempo soy una persona eternamente agradecida. No olvido lo malo ni lo bueno.
A principio del año 1962 “la caña se puso a tres trozos” en mi casa, la comida escaseaba terriblemente y mi madre habló con su sobrina Julita Quintero Gómez y su esposo Julio García Marcos “el chileno” para que mi hermano y yo fuéramos todas las tardes a comer a la casa de ellos.
Ahí estuvimos casi un mes comiendo opíparamente. ¿Saben cuántas veces -y delante de todos los güineros en los actos públicos- yo le di las gracias “al Chileno”? Bueno, tantas veces que Julito hizo un aparte conmigo para pedirme encarecidamente que no hiciera más patente que “él me había matado el hambre durante un mes en Cuba”. No le hice caso y seguí pregonando mi agradecimiento.
Milton Sorí es prácticamente famoso por las mil veces que yo he escrito y dicho que gracias a él yo estoy en los Estados Unidos.
Todas las personas en mi entorno saben que el 16 de septiembre de 1962 el tío de Milton llamado Rolando Marín metió la mano en su bolsillo y me regaló UN DÓLAR, el cual he agradecido toda mi vida.
Hasta la saciedad he dicho que en agosto del 62 una señora desconocida -elevadorista en un hotel de Miami Beach- me dio otro dólar motivada por la facha yo no tenía en ese instante.
Cuando me estaba comiendo un cable en Miami intentamos formar una organización con los antiguos miembros de las Unidades Cubanas de Fort Jackson. Ahí conocí a un joven de apellido Morales -me dijo que era de la familia de los antiguos propietarios del Circo Moralitos- quien parece que me vio cara de hambre y me dijo: “¿Ya comiste?” Le dije que “No” y me llevó a La Esquina de Tejas que estaba al lado de Alpha 66. Y gracias a él me comí la mejor palomilla que había visto en el exilio. A ese Moralitos le agradezco ese gesto. Solo lo conocí por unos días, jamás lo he visto de nuevo. Pero Moralitos y el bisté fueron inolvidables.
Que un inteligente amigo llamado Luis Beato Oteiza al leer mis primeros escritos me dijera: “Eres el analfabeto que mejor escribe en el mundo” y se ocupara de revisarme y corregirme mis primeras 20 columnas periodísticas lo agradeceré siempre.
Que mi amigo Pedro Gaviña me recogiera diariamente en su cacharro en el “Palomar Hotel” de la Western y Santa Mónica en Los Ángeles para ir a trabajar a la Essick Manufacturer -cuando yo no tenía carro ni sabía manejar- lo agradezco muchísimo.
Que mi compadre Jorge Riopedre intentara vehemente traer a mis padres y hermano por Camarioca nunca lo olvido.
Y el principal agradecimiento es para un muchacho con problemas mentales que compraba su pase de “handicap” para montar en los ómnibus de la MTA en la Casa de Cambios donde yo laboraba. Durante varias Navidades consecutivas me dijo: “No tengo nada que regalarle sólo esto” y me daba una moneda de 25 centavos. Casi me hacía llorar.
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