Alberto Roteta Dorado.: Che Guevara, a propósito de su enigmática e inexplicable universalidad.
Naples. Estados Unidos.- Una vez que se conoció oficialmente acerca de su captura y de su muerte, el régimen comunista de Cuba, tal vez para atenuar un tanto las fuertes sospechas sobre las diferencias con Fidel Castro, o peor aún, la necesidad de varios de sus altos mandatarios de hacerlo desaparecer, organizó una velada para honrar su memoria. Nicolás Guillén, quien lo había conocido directamente y hasta aceptó una invitación a La Cabaña, con su voz grave, esta vez entrecortada por la emoción, declamó sus versos dedicados a su figura: “No por callado eres silencio. Y no porque te quemen, porque te disimulen bajo tierra, porque te escondan en cementerios, bosques, páramos, van a impedir que te encontremos”.
El poeta comunista cubano se anticipaba, cual profética visión, en lo que se convertiría en uno de los más contradictorios mitos de la historia contemporánea. Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967), lamentablemente ha pasado a la posteridad a partir de una sobredimensión de su figura y una hiperexaltación de su vida, de la que han pretendido mostrar solo una parte, en la que hay más de mito que de realidad, de ahí que sea objeto de una adoración por parte de las multitudes que, aun conociendo de sus crímenes, justifican su tenebroso accionar para continuar envolviéndolo en una atmósfera acomodada a conveniencia.
De ahí que, no por callado es silencio, y contrariamente a la idea del silencio definitivo a partir de su muerte, en realidad adquirió una universalidad que jamás tuvo durante su vida terrenal. Si fusiló o no, no les importa. Si se refirió al odio entre los hombres, a la sed de sangre y al placer al matar, no es para ellos importante. Han preferido ocultar su lado negativo – que es prácticamente la totalidad de su ser– para a cambio, seguir amándole por encima de todas las cosas, y convertirlo en un hombre quasi santo, cual sagrado talismán de los aventureros, de los rebeldes y los comunistas, y de aquellos que, como él, están sedientos de sangre humana.
La desenfrenada admiración de las multitudes que comenzaron a descubrirle, justamente a partir de su muerte, hecho que tuvo lugar el 9 de octubre 1967, con la que su imagen alcanzaba dimensiones más allá de lo concebible, no encuentra justificación por más que tratemos de desentrañar el misterio del enigmático hecho.
Habría que cuestionarse cómo fue posible convertir en héroe a un ser que vivía entre los abismos de la perversidad, el odio, el rencor y la maldad. Resulta paradójico que el hombre que prefirió sustituir la idea del amor, la compasión y la tolerancia – predicada por los grandes redentores de la humanidad– por el odio y la maldad entre los hombres, sea objeto de una admiración que se aproxima a la que se experimenta por aquellas simbólicas figuras que, con razón, han sido proclamados hijos de Dios, y por lo tanto, Divinos como Él.
Cuando analizamos detenidamente y con profundidad este aspecto de la tormentosa vida del Che Guevara llega un momento en que nuestro intelecto se enfrenta con el amplio muro divisorio que se estable entre lo real y lo ilusorio, entre lo que puede ser explicado, comprobado y demostrado, y aquello que por lo contrario, no logra tener explicación para quedar entonces envuelto en un misterio que lo hace aun más increíble.
Sencillamente no hay una explicación lógica, o al menos, con un mínimo de coherencia, para llegar a comprender como tanto ignorantes como hombres de ciencia, iletrados como grandes intelectuales, antisociales que líderes mundiales, hayan podido seguirle durante medio siglo. Tal vez aquella exaltación hacia su figura, una vez que se supo de su captura y su sorpresiva muerte – y no caída en combate como se pretende – contribuyó a engrandecer su imagen guerrillera; pero esto per se no logra convencerme de lo que considero sigue siendo un enigma.
El hecho de silenciar, hasta donde fue posible, sus cientos de asesinatos, ya sean por fusilamientos masivos en la Fortaleza de la Cabaña, o de manera injustificada a campesinos inocentes en las maniguas cubanas, pudo frenar un tanto, como para que se pudiera conocer ante el mundo el verdadero rostro del asesino argentino; pero aun cuando les presentan la verdad a aquellos que le aman – que no siempre son ignorantes y comunistas– justifican sus acciones y hasta logran vislumbrar un heroísmo donde deberían encontrar a un criminal. ¿Cómo lo logran? Tampoco tengo la respuesta. ¿Fanatismo? ¿Efectos del estatismo mental inducido? Cualquier cosa puede ser. Y es que en torno a estas interrogantes no queda otra opción que continuar especulando, tratando de descubrir el origen de lo que es en sí un misterio.
Pero al parecer este culto al Che pudiera experimentar reveses en este cincuentenario de su muerte. En Argentina, su verdadera patria, no lo quieren. La Fundación Internacional Bases para eliminar los monumentos y homenajes al Che, ha desarrollado una extraordinaria campaña con el propósito de eliminar todo remanente que pueda evocar la imagen del vil guerrillero. En este sentido han centralizado su atención en una significativa estatua en su ciudad natal, una placa conmemorativa en su casa de nacimiento, un mural junto a un espacio cultural en la Plaza de la Cooperación, entre otros. De igual forma, se han pronunciado en contra del anuncio de una estampilla conmemorativa por parte del gobierno nacional, y el nombramiento en su honor del aula magna de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario.
Varias figuras importantes del mundo de la política internacional se han pronunciado recientemente contra el Che Guevara, sobresaliendo las afirmaciones que hiciera Ismail Kahraman, presidente del Parlamento turco, quien no solo criticó el uso de prendas de vestir con su imagen, sino que lo calificó de asesino y bandido.
No obstante, en Bolivia, el país donde –por suerte para América, y de manera general para la humanidad de todo el mundo– fue capturado y ejecutado, Evo Morales, su ignorante y robotizado presidente, le rinde honores en este cincuentenario y ha convocado a personalidades políticas y dirigentes de varios países de Latinoamérica; pero como contrapartida a lo que algunos consideran un verdadero sacrilegio, los legisladores de Unidad Demócrata en Santa Cruz anunciaron actos de homenaje en memoria de los soldados que perdieron sus vidas combatiendo contra la guerrilla del Che.
En Cuba, la tierra que lo acogió, en la que cometió la mayoría de sus crímenes, y donde se supone estén sus restos mortales – sobre lo que siempre ha existido una gran polémica, toda vez que el régimen guardó silencio sobre los resultados de posibles pruebas de ADN realizadas a raíz de la exhumación del cuerpo que creyeron fuera del Che en 1997– se han invertido grandes recursos para la restauración del grandioso mausoleo, en la ciudad de Santa Clara –donde se dice están sus cenizas–, mientras gran parte del país quedó devastado por los efectos de un gigantesco huracán; pero la dictadura castrista, que sabe de sus implicaciones en la captura y muerte del guerrillero, intenta borrar una imagen de culpabilidad que le ha acompañado ya por medio siglo, acudiendo a una complicidad con la que incentiva el misterioso mito al que me he referido, y aquel desmedido culto a alguien que, lejos de ser “puro como un niño o como un hombre puro” –como también diría Guillén– fue uno de los más terribles asesinos de la historia.
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