domingo, octubre 22, 2017

Alberto Roteta a propósito del 20 de octubre, día de la Cultura Cubana. Nuestra gran música desconocida por los propios cubanos. Segunda parte.


Nuestra gran música desconocida por los propios cubanos. Segunda parte.
A propósito del 20 de octubre, día de la Cultura Cubana.
Por  Dr. Alberto Roteta Dorado.
19 de octubre de 2017

Naples, Estados Unidos.-  También se ha sepultado para siempre a Gaspar Villate (1851-1891) quien se dedicó casi exclusivamente a la ópera, dejando dentro de este género obras como: Richelieu, que no se estrenó jamás, Zilia, estrenada en el Teatro Italiano de París, con un elenco estelar encabezado por el famosísimo tenor Enrico Tamberlicky, La Zarina, su ópera más lograda, estrenada en el Teatro Real de la Haya, Holanda, el 2 de Febrero de 1880, en función exclusiva para la familia real, el cuerpo diplomático, los invitados de la prensa holandesa, belga y francesa, así como  los abonados del teatro, Baltasar, estrenada en el Teatro Real de Madrid en 1885, con la intervención de los mejores artistas de la época y con grandes comentarios de la prensa de la época, no solo en España, sino en Italia, Francia y Cuba. Su producción musical se completa con varias composiciones de cámara, entre las que resalta una Misa nupcial ejecutada en la capilla del Palacio Real de Madrid por motivo del casamiento del rey Alfonso XII de España con María de las Mercedes de Orleáns, y un Ave María para voz, coro y orquesta. 

Otro de nuestros grandes músicos olvidados es el santiaguero Laureano Fuentes (1825-1898), notable violinista desde casi niño, quien obtuvo por oposición la plaza de primer violín en la Capilla de Música de la Catedral de Santiago de Cuba. Con gran influencia del clasicismo musical vienés y de la ópera italiana logra obras de verdadera inspiración romántica, aunque su estilo se aproxima más al clasicismo. Lo mejor de su producción musical está en sus múltiples obras de carácter religioso, así como en aquellas de inspiración popular. Su producción religiosa es la más importante, comprende un gran número de Himnos, Invitatorios, Salves y Lecciones, además de una Misa de difuntos, a tres voces y orquesta, un Responso, a cuatro voces y orquesta, dos Misas de Réquiem, un Líbrame Domine, para coro y orquesta, un Stabat Mater, entre otras. Compuso la ópera La hija de Jefté, estrenada en el Teatro Reina, de Santiago de Cuba en 1874. 

Procedente de Holanda, llegó a La Habana el maestro Hubert de Blanck, (1856-1932), compositor, pianista y pedagogo. Con exquisita formación musical ya a los trece años se presentaba en un concierto ante la familia real de Brucelas. Ofreció recitales en Rusia, Suecia, Alemania, Suiza, Noruega, Dinamarca, Brasil, Argentina y Estados Unidos, en este último país como solista de la Orquesta Sinfónica de Nueva York. En 1885 fundó el conservatorio de música y declamación, en el que desarrolló una notable labor como pedagogo. Su obra permanece en el olvido, sin interpretarse. Una sala teatro de la capital lleva su nombre; aunque los cubanos no sepan quien fue realmente Hubert de Blanck. Nos dejó obras para orquesta sinfónica: Canto fúnebre, Capricho cubano, Concierto para piano y orquesta, Suite Sinfónica, Obertura, entre otras. Obras de cámara: Danza infernal, Escena campestre, Trío para violín, cello y piano, numerosas obras para piano y las óperas: Hicaona, Los hijos de los peregrinos, Patria, la más conocida e interpretada, y Actea.

Nacido en Cienfuegos, el flautista, compositor y musicólogo Guillermo Tomás (1868-1933), fue uno de nuestros músicos que tuvo una mejor formación. El conservatorio de música adscrito a la Universidad de Nueva York le otorgó el grado de Doctor en música en 1911. Se presentó con su esposa, la soprano dramática Ana Aguado y el pianista Rafael Navarro en el Hardman Hall en un concierto organizado por nuestro José Martí en 1890, en Nueva York. En este país fue nombrado director de la orquesta sinfónica de la Clioniam Musical Society, de Brooklyn. Desde su regreso a Cuba en 1899 su trabajo fue desarrollado en la Habana al frente de Bandas de música de concierto. Dio a conocer en nuestro país en los primeros años del siglo veinte las obras de los más grandes compositores europeos desde Haydn y Mozart hasta Wagner, en arreglos para el formato de Banda de Conciertos. Compuso sobre todo para banda: Serenata cubana, Himno de gloria, Un viaje a una plantación cubana, Un viaje a un ingenio cubano, Gran fantasía cubana, Tres Danzas Cubanas, Danzas Íntimas, Hoja de mi breviario, entre otras.

El siglo veinte se inicia en nuestro país, desde el punto de vista musical, con una reunión social con intereses artísticos en casa de los señores Sell y Guzmán. Críticos y periodistas de la época escucharían a fines de 1900 la primera audición privada, y solo ejecutada al piano, de la ópera El Náufrago del maestro Eduardo Sánchez de Fuentes. Dicho acontecimiento tuvo además de la oportunidad del estreno de la partitura de Sánchez de Fuentes, la posibilidad de apreciar a uno de nuestros grandes pianistas: Ignacio Cervantes, quien fuera el pianista acompañante. Meses más tarde se representaba dicha ópera en el antiguo Teatro Tacón por una compañía extranjera.

Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944) fue discípulo de Ignacio Cervantes y de Carlos Anckerman, además estudió en el conservatorio Hubert de Blanck. Su catálogo es bien amplio, comprende numerosas obras vocales en los géneros: habanera, lied, canción, bolero y criolla, obras sinfónicas: Bocetos cubanos, Pequeña suite para orquesta, Rapsodia cubana, Temas del patio, la cantata Anacaona, el oratorio Navid y  las óperas: Yumurí, El Naúfrago, Dolorosa, Doreya, El caminante y Kabelia, todas estrenadas en Cuba, y Dolorosa también fue interpretada en el Teatro Balbo de Turín, Italia en 1911. Considerado junto a Guillermo Tomás el músico más representativo del primer cuarto del siglo veinte. Su mundialmente conocida habanera Tú, además de Corazón y Quiéreme así, han pasado a formar parte de las obras necesarias dentro de la música cubana de todos los tiempos. 

José Mauri, (1855-1937) es el autor de la ópera La Esclava, considerada una verdadera obra de carácter nacional, su propio autor declaró días antes de su estreno que: “dicha partitura es esencialmente cubana, de una inconfundible factura criolla basada en los ritmos de nuestras quejumbrosas melodías”.   Su estreno tuvo lugar en La Habana, en el Teatro Nacional – hoy Gran Teatro de La Habana-  los días 6 y 7 de Junio de 1921. Mauri compuso música sinfónica: Sinfonía en la mayor, Sinfonía en si bemol, Adagio para gran orquesta, obras de cámara, numerosas obras religiosas y varias zarzuelas. Este olvidado músico nuestro llegó a dirigir la Orquesta Sinfónica de Bogotá y ocupó un atril en la orquesta del Teatro Real de Madrid. 

El cubano Joaquín Nin Castellanos (1879-1949), se dedicó durante varios años al estudio y la investigación de la música antigua española. Con sus brillantes investigaciones España tuvo la dicha de poder conocer una serie de obras del siglo XVII y de principios del XIX. En este sentido realizó la edición en este país  de: Dieciséis sonatas antiguas de autores españoles, Siete cantos líricos antiguos españoles,  Siete canciones picarescas  españolas  antiguas, Diecisiete  sonatas y piezas antiguas de autores españoles y Diez piezas de José Herrando. Como pianista ofreció recitales en España, Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, Austria, Dinamarca, Holanda, Suiza, Hungría, Checoslovaquia, Argentina, Brasil, Uruguay y Cuba. Como compositor, su música no es cubana, estaba muy identificado con la cultura europea, especialmente con la música francesa y la española, de ahí que esencialmente se perciba la influencia del folklore de estas regiones, influencias adquiridas luego de sus estudios en este sentido. Su catálogo es pequeño, lo integran algunas obras para piano y otras para violín y piano, en este último formato sobresalen sus: Diálogo en el Jardín de Lindajara y Suite española.

Durante las primeras décadas del pasado siglo, lograban abrirse paso en países de Europa y Estados Unidos dos jóvenes talentos que intuitivamente supieron apropiarse de la magia de los ritmos africanos arraigados en Cuba y llevarlos al terreno del sinfonismo. Amadeo Roldán (1900-1939) –violinista y director de orquesta que representa lo más depurado de la vanguardia musical cubana de la primera mitad del siglo veinte– y Alejandro García Caturla (1906-1940) –uno de los más grandes músicos que ha dado Cuba y América, de sólida formación musical, quien llegó a ocupar plaza dentro de los violines segundos de las orquestas Sinfónicas y Filarmónica de la Habana, fue también pianista; pero ante todo compositor– iniciaron un movimiento de marcada contemporaneidad conocido como afrocubanismo. Obras como La Rumba, Bembé, Obertura Cubana, Tres Danzas Cubanas y Primera Suite, de García Caturla, y La Rebambaramba, Tres Pequeños Poemas y Rítmicas, de Roldán, alcanzaban el reconocimiento de la crítica especializada y del público.

De esta forma, desde la composición musical, aunque algunos fueron, en primer lugar, y otros en menor medida, excelentes intérpretes, cada una de estas figuras desde su perspectiva, desde su concepción estética del arte y desde su visión de la nacionalidad, contribuyó a la conformación de nuestra identidad nacional; aunque lamentablemente están muy olvidados en estos tiempos, en los que el buen gusto, el verdadero sentido de nuestra identidad y la necesidad de cultivar la inteligencia han cedido el paso al facilismo y al sensacionalismo. 

El rescate  de las citadas obras de estos compositores cubanos, desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del XX a través de su interpretación, grabación y edición constituye un reto para que la verdadera cultura cubana pueda ser apreciada en el mundo, y no se nos siga identificando con ciertas corrientes y “artistas” que, lejos de aportar a la cultura cubana, la están situando en las profundidades abismales de la mediocridad, la superficialidad y hasta la ridiculez.