viernes, noviembre 10, 2017

Esteban Fernández: HIJOS Y NIETOS DE MIS DIFUNTOS LECTORES

HIJOS Y NIETOS DE MIS DIFUNTOS LECTORES


Por Esteban Fernández
9 de noviembre de 2017

¿Saben que es lo que más me emociona en la actualidad? Cuando me encuentro con jóvenes cubanos que me dicen: “El motivo por el cual yo lo leo a usted es porque mis padres lo leyeron fielmente hasta los últimos días de sus vidas”. Y hace exactamente una semana un muchacho se me acercó y me preguntó en la casa de una familia cubana donde estaba de visita: “¿Es usted Esteban Fernández? Y cuando le dije que “sí” me dijo: “¿Sabe cuál era mi obligación todos los jueves? Ir al Camagüey Market,  de Culver City a buscar el periódico 20 de Mayo para que mi abuelo leyera sus columnas”. Por poco lloro.

¡Le traquetea! Ya cumplí 50 años de estar escribiendo esta columna. ¿Y qué sensación me produce eso? Simplemente me siento tranquilo. Ya se acabó, desde hace rato, la época en que me preocupaba, o quería discutir, o discrepar, o polemizar con alguien.

Antiguamente cuando llevaba varios meses escribiendo me dolía cuando alguien me enviaba una carta diciéndome que no le gustaba o que estaba en desacuerdo con el tópico escogido por mí. Ya lo que me sorprende es el poco antagonismo que producen mis escritos. No sé si es que he convencido a mucha gente o simplemente me dan por incorregible.

Porque al llegar al medio siglo de estar escribiendo encuentro hasta justo escribir alguna que otra basura. O muchas basuras. Y el masoquista que piense que todo es basura y tenga la gandinga de seguir leyéndome merece una estatua en algún parque del exilio. A no ser que se trate de un agente castrista sentado en las piernas del ministro del Interior y su trabajo sea leerme y analizarme.

Antes, enseguida que leía algo con lo cual yo no estaba de acuerdo quería salirle al paso y exponer mi punto de vista contrario. Ahora lo encuentro ridículo porque mis puntos de vista ya los conoce todo el mundo. Además, la verdad, es que me importa tres pepinos lo que cada cual escriba, piense y diga. Allá ellos con su condena.

¿Se imaginan ustedes cuántas personas (cuando alguien escribe alguna barrabasada) me llaman y me piden que diga lo contrario en una de mis columnas? Y después de estar escribiendo 50 años me es muy fácil decirle a todo el que quiera darme cranque: “Chico ¿tú no lees lo que escribo? ya yo hablé sobre ese asunto, y di mi opinión cuatro veces al respecto desde el año 67” Si yo me llevara por la gente mis columnas simplemente serían para echarle con el rayo a Don Francisco y al Gordo y la Flaca.

Algunos se quejan cuando hago un montón de artículos humoristas y dicen: “Ah, ya Esteban no habla de Cuba ni de la liberación de Cuba, es un costumbrista”. Y cuando disparo cientos y cientos de artículos dedicados a nuestra causa: “Ah, Esteban insiste en la misma matraquilla”. Y me da lo mismo “Chicha que limoná” y sigo adelante.

Porque lo que muchos no entienden, y ojalá lo entendieran, es que para poder lograr escribir durante cinco décadas es necesario hablar de todo, y hablar en serio, y hablar en broma, y tocar miles de temas diferentes. Hace mucho rato que nadie leyera mis mal hilvanadas líneas si yo semana tras semanas (cientos de semanas) estuviera diciendo la misma cosa. Las dos únicas constantes son: amor a mi Patria y odio a los que la esclavizan. Y mi único objetivo es hacerlos pensar, reír unas veces y hacerlos llorar otras.

Después de 50 años tocando cientos y cientos de temas todavía no me considero escritor, ni los halagos me hacen engreírme, y ya las criticas las tomo con la misma filosofía con que Bill O’Reilly leía las cartas negativas. Lo que nadie, ni amigos, ni enemigos, ni simpatizantes, ni envidiosos, pueden negarme es la constancia y la imaginación. En California sólo hay dos cubanos que han tenido mi misma insistencia.

Y si alguien quiere que me atribuya un simple mérito le contesto: No copiar nada de ninguna parte ni de ningún libro, ni de ningún otro autor ni historiador. Todo sale de mi humilde cerebrito.

No estudié periodismo, ni tengo una placa en bronce anunciando un doctorado en la fachada de mi casa, ni jamás me las doy de “sabelotodo”, ni de literato. Simplemente emborrono cuartillas porque me encanta poder expresarme sin que nadie me interrumpa. Todo el que me mencione que simplemente diga “Estebita”, con eso me conformo, ni escritor, ni gacetillero, solamente “cubano” ¡cubano anticastrista hasta la médula!

¿Saben ustedes cuál es el elogio más bonito que he recibido en 50 años? Fue cuando estuve durante un mes enfermo hace 15 años y me vi en la necesidad de repetir unas columnas que había escrito hacía mucho rato y un lector me hizo varias cartas súper molesto, echándome con el rayo porque “él ya había leído eso antes” y hasta me envió copias de mis escritos que su abuelito tenía guardado en un baúl. Y ese fue el mejor halago: que alguien guarde mis escritos por más de 40 años, y después de muerto su nieto los encuentre y se dé cuenta de que los he repetido.

Por lo tanto, se los digo de todo corazón: ¡Gracias por leerme esté o no esté de acuerdo conmigo! Nunca usted sabe si ese “baby” en la cuna algún día encontrará un viejo y raído periódico 20 de Mayo y los leerá.