jueves, marzo 22, 2018

Esteban Fernández: UN TRÁGICO DÍA DE LAS MADRES

UN TRÁGICO DÍA DE LAS MADRES

 
Por Esteban Fernández
22 de marzo de 2018

Les he contado anécdotas bonitas y agradables. Hay una de la cual nunca hablo, solamente 15 o 20 personas que estaban presentes la conocen. Me la trae a la mente Alvin Ross con un comentario diciendo que “A mí Changó me protege”.

Era la etapa gloriosa de “La Juventud Cubana de Los Ángeles” fajándonos cuerpo a cuerpo contra los izquierdistas y fidelistas del patio.

Se fue subiendo el tono a las acciones y comenzamos a entrenarnos militarmente en el Mojabe Desert. Un desierto relativamente distante de Los Ángeles.

Un sábado me llama un miembro de la “Juventud” y me dice: “Chico, hay un norteamericano que creo escribe en una importante revista y quiere tomarnos fotos y películas de nosotros entrenándonos”. Le dije: “Okay, perfecto, nos reunimos en el local del RECE de la calle Pico y Alvarado y de ahí nos vamos en varios carros para Mojave Desert.

Nunca olvidaré que por primera vez en nuestro matrimonio -mi hoy ex esposa- Rina se opuso a algo relacionado con Cuba con estas simples palabras: “No, no vayas, en primer lugar, mañana es el Día de las Madres, y además tengo un mal presentimiento”. Me reí y no le hice caso. Le dije: “Yo regresaré temprano, no te preocupes” .

En varios autos fuimos como 15 jóvenes, allí ya estaba el americano -ellos son más puntuales que nosotros- con un montón de cámaras. Nos estrechó las manos.

Me reí porque comenzamos a darle vueltas a su alrededor tratando de parecer más de los que éramos y eso me recordó que algo parecido fue lo que le hizo Fidel Castro a Herbert Matthews en la Sierra.

Uno de nosotros, Enriquito Cayado, estaba ayudándolo con una de sus cámaras, le pasábamos por delante, no teníamos supuestamente balas en los rifles. Así estuvimos casi una hora.

Yo tenía un antiguo Garand M1, de pronto le dije a uno de mis compañeros que tenía un bello y nuevo M14: “Préstamelo por unos minutos, para aparecer en las fotos y en la película con un arma superior”. Me lo dio.

Yo venía corriendo hacia el americano y al encuentro de mi amigo, me tiré al suelo de bruces frente a ellos, rastrillé el potente M14, apreté el gatillo -del arma supuestamente sin balas- y lancé no una sino dos balas que le atravesaron una mano y el hombro a Enrique Cayado. Todavía hoy puedo cerrar los ojos y ver el sangrerío y el caos total que se formó. Dicen que “el diablo carga las armas”.

La gran suerte fue que Enrique se portó como un valiente en toda la extensión de la palabra, él fue el que calmó a todo el mundo, decía: “Estamos en el fin del mundo, si ustedes no se calman me muero”. Lo montaron en uno de los carros y lo llevaron al caserio más cercano, de allí un helicóptero lo llevó al hospital. Enriquito sostuvo que había sido un accidente de cacería, y jamás mencionó mi nombre, los médicos salvaron su vida y su brazo.

El americano aterrado puso las fotos en primera página de la revista, acusándonos de “salvajes” -“wild cubans”- y de “practicar tirándonos unos a los otros”.

Cuando llegué a la casa todavía pálido y demacrado no tuve que decir nada, Rina simplemente me dijo: “¡Yo sabía que algo malo iba a pasar!”

Fue un día terrible para mí, y un millón de veces peor para el buen amigo Enrique Cayado.