Miguel Sales Figueroa: ¿Por qué cayó Cuba en el socialismo?
¿Por qué cayó Cuba en el socialismo?
Por Miguel Sales
Málaga
14 de Marzo de 2018
Para vislumbrar cómo podría Cuba salir del socialismo tal vez sea conveniente entender primero cómo llegó a caer en ese sistema. Las generaciones nacidas tras el golpe de Estado que Batista encabezó en 1952 —quizá el 90% de la población adulta de hoy—, no vivieron el último periodo republicano y casi todo lo que conocen del asunto lo han recibido de los órganos de propaganda y adoctrinamiento del Gobierno actual.
El revolucionarismo que hizo posible la fulgurante ascensión y el triunfo final de Fidel Castro en el decenio de 1950 se nutría, en superficie, de dos ideas estrechamente vinculadas entre sí: la necesidad de remplazar al Gobierno ilegítimo y corrupto de Fulgencio Batista y la de restablecer la Constitución de 1940. Libertad, honradez y respeto al Estado de derecho parecían ser las consignas que empujaban a la insurrección.
Arriba he escrito "en superficie" porque esas ideas figuraron de manera explícita y preferente en todos los documentos suscritos por las fuerzas opositoras de la época, desde el Pacto de Montreal (1953) hasta el de Caracas (1958). Pero había un conjunto de creencias, a veces soterradas y menos evidentes, que operaban en la sociedad cubana desde mucho antes y que contribuyeron decisivamente a legitimar la lucha revolucionaria y, más tarde, a consolidar el poder del nuevo caudillo.
Quizá la más curiosa de esas creencias fue la convicción de que Cuba estaba predestinada a alcanzar un destino grandioso, sin proporción alguna con las condiciones reales del país. La geografía tuvo bastante que ver con el origen de esta superstición, porque durante siglos La Habana fue punto de reunión de las flotas españolas y tuvo gran importancia estratégica ("Llave del Nuevo Mundo, Antemural de las Indias Occidentales", la llamó en 1761 su primer historiador, José Martín Félix de Arrate). Luego el rápido enriquecimiento propiciado por la exportación de azúcar y café reforzó la impresión de que la Providencia reservaba a la Isla un porvenir excepcional.
En contraste con la decadencia de la metrópoli —la primera mitad del siglo XIX fue tal vez la etapa más caótica de la historia de España— la colonia se desarrolló de manera espectacular. Cuba dispuso de servicio de vapor marítimo, ferrocarril y telégrafo años antes de que esos inventos llegaran a la Península. Pero el progreso socioeconómico no desembocó, como muchos criollos anhelaban, ni en la independencia ni en la anexión a otro país del continente.
La larga incubación de la creencia en un destino excepcional culminó hacia mediados de siglo. Tras el fracaso de los esfuerzos anexionistas del trienio de 1848 a 1851, las elites criollas tuvieron que resignarse a seguir subordinadas a la Corona española, aunque se consideraban muy superiores a quienes les gobernaban. Para aliviar la amargura del sometimiento y la impotencia, se inventaron un mito compensatorio. Ese mito alcanzó su formulación más acabada en el Manifiesto de la Junta Cubana de Nueva York de 1855, que explicaba el origen, la evolución y las causas de la derrota de la revolución anexionista.
En sus párrafos finales, este notable documento proclamaba "la significación e importancia [de Cuba] en los destinos del universo" y su posibilidad de alcanzar "una prosperidad sin igual… y una grandeza indestructible, basadas en el equilibrio y regulación de los más valiosos intereses del mundo moderno". La Isla tenía una misión internacional grandiosa e imprecisa, que se haría realidad mediante la lucha revolucionaria. Este mito compensatorio surgió armado y perfecto, como Minerva del cráneo de Júpiter, cuando las circunstancias dieron al traste con el primer intento separar a Cuba de España.
Uno de los puntos flacos de esta cosmovisión era que la realización de un destino glorioso requería la acción de un "pueblo elegido" y era difícil imaginar que una sociedad compuesta de criollos blancos y mestizos, funcionarios peninsulares, algunos siervos chinos y casi un 50% de esclavos y libertos pudiera ser el agente providencial de este suceso. De hecho, la idea de una nacionalidad cubana distinta y separada de la española sólo cuajará en una parte significativa de la población después de varias décadas de lucha insurreccional. Lo que equivale a decir que el nacionalismo cubano surgió con retraso y lo hizo bajo el signo de la revolución.
El otro aspecto esencial de la creencia en el destino nacional grandioso solo realizable mediante la violencia política también tuvo que ver con EEUU. La influencia de este país en Cuba precedió a la formación de la conciencia de nacionalidad y la condicionó de múltiples y obvias maneras. Hasta en la idea misma de la excelsa predestinación formulada por los patriotas anexionistas resuena el eco del "destino manifiesto" que John L. O'Sullivan había proclamado para la Unión diez años antes, en la revista United States Magazine and Democratic Review.
En todos los esfuerzos revolucionarios que se desarrollaron en la Isla a lo largo del siglo XIX EEUU desempeñó una función de primer orden, ya fuera por acción o por omisión. Los insurrectos cubanos, minoritarios y mal armados, buscaron siempre la intervención de Washington en el conflicto, conscientes de que sería el único modo de librarse de España. Pero tanto la neutralidad estadounidense en 1850 y 1868 como su injerencia en 1898, que permitió finalmente la independencia, fueron motivos de crítica y frustración para las elites separatistas.
Cuando en 1902 se proclamó la nueva República, EEUU ya se había convertido en el deux ex machina de la historia insular con el que los cubanos mantendrían una conflictiva relación de odio-amor. La Enmienda Platt impuesta a la Constitución y el aumento de la inversión extranjera al amparo de la ocupación estadounidense sustentaron la acusación nacionalista de que Washington no había entrado en la guerra para ayudar desinteresadamente a los demócratas cubanos, sino para consolidar su dominio neocolonial sobre la Isla.
Los fracasos de 1855 y 1878, y la semivictoria de 1898, la muerte de los principales dirigentes independentistas y el papel que EEUU había desempeñado en cada una de esas etapas contribuyeron a forjar el mito de "la revolución inconclusa", que vino a completar la creencia en el destino nacional glorioso. Pero una revolución inconclusa con vocación planetaria no podía ser obra de un prosaico caudillo local. Necesitaba un mesías que encabezara la magna epopeya. A lo largo de la República, ese carisma mesiánico recayó sucesivamente sobre José Miguel Gómez, Mario García Menocal, Gerardo Machado, Fulgencio Batista, Ramón Grau San Martín, Eduardo Chibás y, por último, en Fidel Castro.
Situación previa y segunda intervención, artículos publicados en la revista Vitral en sus números 48 y 50 respectivamente cuando yo estaba todavía en Cuba. La revista Vitral puede leerse en http://www.vitral.org )
PRIMERA CAUSA:
"Mantendrá el Gobierno las relaciones más cordiales en el orden diplomático y de los negocios, con las naciones amigas entre nosotros dignamente representadas, y sobre todo cultivará los grandes y vitales intereses que en franca y afectuosa correspondencia nos ligan a los Estados Unidos, no ya solo en consideración a las ventajas que deriva de ellos nuestra economía, sino por los incomparables servicios que el pueblo y el Gobierno americanos han prestado a la causa de la justicia, de la civilización y de nuestra nacional soberanía.
( Manuel Sanguily )
Y no os sorprenda esta sincera manifestación de quien siempre ha vivido inquieto y receloso en el temor de los grandes y los fuertes. Dos veces -una, por la ceguedad de nuestra vieja y orgullosa Metrópoli; otra por la ceguedad de enconos fratricidas-, vinieron aquí los americanos traídos por su fortuna o llamados por nuestras discordias, y siempre se retiraron de nuestro territorio, haciéndonos el doble beneficio de construir dos veces la república, y dejándonos en el corazón atribulado, desengaños y escarmientos; más en ambas ocasiones, motivos superiores de admiración y de gratitud por esa magnánima conducta que jamás en la historia habían observado los pueblos fuertes y triunfantes con los débiles, conturbados y decaídos" (Ibarra, 312)
He escogido esas palabras de Manuel Sanguily en el teatro Polyteama, y no las de otro cualquier patriota o ciudadano, por la posición vertical que siempre mantuvo Sanguily en su quehacer político:
Sanguily se opuso en un primer momento, como ya expresamos, a la imposición de la Enmienda Platt. Posteriormente, y ya en la República como miembro del Senado cubano, se opuso a la venta de tierras cubanas a capital norteamericano. En ese cargo de Secretario de Estado del Gobierno de José Miguel Gómez, se opuso de palabra y de hecho a la injerencia norteamericana en Méjico cuando el derrocamiento del presidente Francisco I. Madero y su sustitución por Victoriano Huerta, actitud que suscitó desavenencias con el gobierno norteamericano. Sanguily fue en su momento, él más fuerte y decidido opositor en el Senado cubano a la aprobación en 1903 del Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos (TRC). La verticalidad de Sanguily llegó hasta el punto de acusar públicamente de corrupto al gobierno de José Miguel Gómez (1909-1913), pese a pertenecer a su gabinete como Secretario de Estado.
El fundamento de la preocupación norteamericana por nuestra estabilidad republicana iba desde los más excelsos y enaltecedores sentimientos humanos de solidaridad, hasta la más fría y calculada preocupación por sus inversiones económicas y su seguridad nacional. En ese amplio espectro, es donde debemos situar los móviles que tuvieron las numerosas personalidades norteamericanas que intervinieron en la confección, aprobación y aplicación de la Enmienda Platt.
“ La administración de Magoon fue dispendiosa y corruptora, pero cuenta en su haber la tarea de preparar la restauración de la República, que culminó al traspasar el Poder al general José Miguel Gómez, limpiamente electo, el 28 de enero de 1909.” (Pichardo, 293)
Segunda intervención norteamericana
Estrada Palma presentó al Congreso su renuncia el 28 de septiembre del año 1906 y fue secundado, previa conjura, por el Vicepresidente Méndez Capote y por los secretarios de su gabinete. Por su parte, para hacer insoluble la solución dentro del marco republicano cubano, los miembros estradistas del Congreso determinaron ese mismo día, en horas de la noche, que no iban asistir más al salón de reuniones y con esta acción eliminaron (por falta de quórum) la posibilidad de que el Congreso eligiera un presidente interino. Las instituciones gubernamentales colapsaron con ellas, y por ellas, la primera república.
El Secretario Taft y el Presidente Roosevelt coincidieron en que el gobierno interventor en Cuba debía de estar en manos de civiles. Después de varias consultas, se seleccionó a la persona que en ese momento era gobernador civil de la zona del Canal de Panamá, el abogado norteamericano Charles E. Magoon, el cual gobernaría entre el 13 de octubre de 1906 hasta el 28 de enero de 1909; fecha en que asumió la Presidencia de Cuba, José Miguel Gómez quien fuera Mayor General del Ejército Libertador y miembro del Estado mayor de Serafín Sánchez y con antecedentes de lucha por la independencia cubana que se remontan a la Guerra de los Diez Años.
( Gobernador Charles Maggon )
El procedimiento utilizado por Magoon para limar las fricciones entre los políticos cubanos de distintas tendencias, fue otorgarles cargos públicos y prebendas de una manera tan poco discreta que no nos equivocaríamos si la calificáramos de escandalosa. Su gobierno se caracterizó por la ¨ botella ¨ ( no inventó la ¨ botella ¨, pues ella existía desde los tiempos de la colonia), el soborno, la duplicación - de 5 000 a 10 000- de los números de la Guardia Rural, los «gastos alegres», etc. Los dineros ahorrados por la administración de Estrada Palma (la entonces respetable cifra de 24 millones) se dilapidaron. Ese ahorro no sólo se esfumó: el gobierno de Magoon le dejó a Cuba una deuda de $ 50 millones. Los dineros, los cargos públicos y las prebendas fueron repartidos por Magoon entre todos, pero los liberales al ser el partido político más perjudicado por las acciones del anterior gobierno, según determinó la Comisión de la Paz, recibió más que los otros factores. El objetivo fundamental del Gobernador norteamericano Magoon, era evitar la explosión de una revuelta popular y eso lo logró a fuerza de dineros, cargos y prebendas.
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