Tania Quintero: De la utopía de Ubre Blanca al horror de "Cabeza de caballo"
Por Tania Quintero
Abril 04, 2018
En 1959, Cuba tenía 6 millones de habitantes y 6 millones de cabezas de ganado, una por habitante. Cada cubano consumía al año un promedio de 76 libras de carne de res, por lo que la isla ocupaba el tercer lugar en ese acápite en el hemisferio occidental. En el 2000, con 11 millones de habitantes, solo habían 2,5 millones de cabezas de ganado.
Entre 1961 y 1965 fui maestra de antiguas criadas (domésticas les llamaron después de 1959). En La Habana vivían miles de antiguas criadas y para su superación fueron abiertas varias escuelas nocturnas en distintos municipios de la capital. Di clases en tres: en el antiguo colegio La Luz, en 25 y M, Vedado; en otro que quedaba en Neptuno y San Francisco, detrás de la iglesia El Carmen, y en una escuela situada en La Cuevita, barrio marginal de San Miguel del Padrón.
Muchas de las clases las tuve que dedicar a uno de los temas más populares entonces: los 'experimentos' de Fidel Castro en la ganadería. Como si de recetas de cocina se tratara, comentábamos sobre los cruces de Holstein con Cebú o de las yerbas y pastoreos intensivos aconsejados por André Voisin.
El científico francés se hizo muy amigo del comandante y a cada rato viajaba a la isla. Cuentan que el 21 de diciembre de 1964 lo esperaban en la Universidad de La Habana para ofrecer una conferencia y quien se apareció fue Castro, con la noticia de que Voisin había fallecido de un infarto.
En 1985, cuando murió Ubre Blanca, la vaca superstar del barbudo, hacía dos décadas que yo había cambiado el magisterio por el periodismo. Y como la mayoría de los cubanos, ya había perdido la esperanza de que todas las mañanas volveríamos a desayunar café con leche y pan con mantequilla y por lo menos una vez a la semana, comeríamos carne de res, en forma de bistec, asada, con papas o en picadillo, croquetas o albóndigas.
Pero el tiempo pasó. Y la carne de res siguió desaparecida. Ni los poseedores de pesos convertibles pueden darse el lujo de comer carne de res a menudo, por su alto costo en las tiendas recaudadoras de divisas. "Si no hay pan, se come casabe", dice un refrán criollo. Ante la escasez de ganado vacuno y lo arriesgado que resultaba matar un toro o una vaca y luego vender la carne, se pusieron de moda los matarifes de caballos.
En Cuba hay personas que prefieren la carne de caballo a la de res. Dicen que es más alimenticia y digerible para niños, enfermos y ancianos. Nunca la he probado y a mis 75 años no la pienso probar.
En 1998, cuando desde La Habana reportaba como periodista independiente de Cuba Press, escribí una crónica titulada Cabeza de caballo. En ella relataba que un amigo que vivía en Santiago de las Vegas nos contó que un fin de semana, por el calor había dejado abierta la puerta de la sala y de pronto, mientras veía 'la película del sábado', le llamó la atención el ir y venir apresurado de personas hacia el placer que quedaba frente a su vivienda.
Salió al portal y a un vecino le preguntó si sabía qué estaba pasando. "Es que tiraron los restos de un caballo que mataron y en cuanto la gente se enteró, se fue con cuchillos y jabas, a ver si quedaba algo de carne".
Ni corto ni perezoso, mi amigo entró como un bólido a la casa, se dirigió a la cocina, cogió el primer cuchillo que vio y le pidió a su mujer un nailon grande. Por el apuro, ella le dio el del pan, que a esa hora ya estaba vacío.
Cruzó la calle y llegó al placer. "Pero me puse fatal, lo único que quedaba era la cabeza del caballo, que murió con los ojos abiertos. Nunca voy a olvidar aquella mirada, la de un pobre animal implorando clemencia".
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