Los epígonos del castrismo (Parte II)
Por Miguel Sales Figueroa
Málaga
9 de agosto de 2018
Socialismo con fecha de caducidad
La carrera de Díaz-Canel hacia la cima del poder político en Cuba podría culminar en 2021, una vez que Raúl Castro se jubile definitivamente –a los 90 años- y deje el cargo de Primer Secretario del PCC y jefe de facto de las Fuerzas Armadas (aunque, según la Constitución vigente, esa función corresponde al Presidente del Consejo de Estado). Al clausurar la sesión de investidura del nuevo mandatario, Castro afirmó que todo estaba preparado a fin de que, “cuando yo falte, [Díaz Canel] pueda asumir también esta condición de Primer Secretario del Partido”.
Por si no hubiera quedado claro el carácter subalterno del nombramiento, Castro no sólo anunció la designación futura de Díaz-Canel al cargo partidista, sino que detalló también cómo tendrá que desempeñar su cometido durante los próximos 10 años y luego abandonar el poder. “Sus dos mandatos debe cumplirlos –dijo Castro-, de 5 años cada uno […] cuando él cumpla sus dos mandatos, si trabaja bien y si lo aprueban [los órganos del PCC y del Gobierno] , él debe mantenerse, lo mismo que estamos haciendo con él, y quedarse los tres años que faltarán hasta el próximo congreso del PCC, para viabilizar [la sucesión]”. De manera que en los tres años que vienen, Díaz-Canel ejercerá su función ancilar bajo la estricta vigilancia del PCC y es poco probable que, en el hipotético caso de que tuviera ideas liberalizadoras sobre el futuro del país, pueda llevarlas a vías de hecho .
La deshilvanada alocución de Castro y el penoso espectáculo de la investidura de su protegido, con el voto unánime de un Parlamento domesticado que sólo sesiona cuatro días al año, y aprueba a mano alzada todo lo que le echen, parecían ilustrar una conocida reflexión de Guy Sorman que figura en el libro Sortir du socialisme: “Lorsque le chef n’est pas charismatique, les régimes socialistes théâtralisent n’importe quel sous-chef, comme ce fut souvent le cas en Europe centrale. Et lorsqu’il n’y a plus de chef du tout, le système socialiste se défait. Sans culte de la personnalité, le socialisme n’a plus qu’une durée de vie limitée“
Una estrategia gatopardiana
En palabras de Raúl Castro, la estrategia que deberá administrar Díaz-Canel “nos permitirá continuar avanzando en la actualización de nuestro modelo económico y social, o lo que es lo mismo, ‘cambiar todo lo que debe ser cambiado’; y lo haremos a la velocidad que nos permitan el consenso que forjemos al interior de nuestra sociedad y la capacidad que demostremos de hacer bien las cosas, para
evitar graves errores que puedan comprometer el cumplimiento exitoso de esta gigantesca y honrosa tarea”
Traducción al román paladino: los cambios se aprobarán en dosis homeopáticas y se aplicarán con mucha parsimonia. Y el grado de influencia del nuevo presidente en esas reformas será sumamente reducido. La pauta de esta estrategia gatopardiana de cambiarlo todo para que nada cambie ha quedado patente en los dos mandatos cumplidos por Raúl Castro. En un decenio de ejercicio del poder absoluto, tras haber sido el segundo hombre del régimen durante medio siglo, el balance de su gestión es más bien escueto y puede resumirse en cinco puntos: a) Restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos; b) Implantación de reformas económicas de poca monta; c) Cambios menores en el dispositivo de control social (comunicaciones, salidas del país, etc.); d) Incremento de la represión contra los grupos opositores; y e) Aumento sustancial de la emigración.
De todas esas medidas, la reanudación de los vínculos oficiales con Estados Unidos es la de mayor calado y la que sin duda condicionará la presidencia de Díaz-Canel. La reconciliación con Estados Unidos, en los términos en que se produjo, constituyó una gran victoria diplomática para el castrismo. La confrontación permanente con Washington, mantenida por Fidel Castro como principal seña de identidad del régimen, sirvió para granjearle la simpatía de millones de personas que, real o imaginariamente, se sentían agraviadas por la política estadounidense. Incluso en sectores conservadores y de extrema derecha de Europa se veía con agrado que Cuba fuera algo así como un clavo en la bota del Tío Sam. Barack Obama y Raúl Castro decidieron poner fin a la pugna en diciembre de 2014. Según el razonamiento de Obama, el cambio de política hacia Cuba induciría
transformaciones de toda índole que colocarían a la Isla en el camino de la democracia y la prosperidad.
Pero la extrema lentitud y superficialidad de los cambios económicos autorizados por Castro y el recrudecimiento de la represión contra los disidentes, ponen de manifiesto la endeblez de los argumentos que esgrimió el gobierno demócrata y el acierto de sus críticos. Obama renunció unilateralmente a casi todos los medios de presión sobre La Habana y en pago sólo recibió vagas promesas de liberalización económica y lenidad política. Hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, esas medidas de normalización contribuyeron a legitimar y reforzar al castrismo, y no han mejorado gran cosa las condiciones de vida la población. Sin revocar todas las decisiones de su antecesor, Trump ha endurecido de nuevo la política bilateral, lo que se ha traducido en una reducción del volumen de turismo y de remesas que Cuba venía recibiendo.
La otra cara del asunto es que, si bien la prensa oficial mantiene cierta retórica belicosa contra Estados Unidos, la población sabe ya que ‘el enemigo imperialista’ ha desaparecido. Es difícil convencer a los cubanos de que Washington agrede a la Isla y, al mismo tiempo, le vende alimentos y medicinas por valor de cientos de millones de dólares y permite el envío de remesas que han llegado a ser uno de los componentes esenciales del PIB nacional.
Tres crisis que se solapan
¿Cuál es la situación real, dentro y fuera de Cuba, a la que tiene que enfrentarse Díaz-Canel?
A partir de ahora, el nuevo mandatario cubano deberá afrontar una situación interna marcada sobre todo por la ineficacia económica del sistema, la desafección creciente de la población y la lenta recuperación de la sociedad civil. Esta dinámica se manifiesta en un contexto internacional de pérdida de apoyos en América Latina, tras la derrota del kirchnerismo en Argentina, el regreso al poder de Sebastián Piñera en Chile y el encarcelamiento de Lula da Silva en Brasil. Pero el aspecto más ominoso para los epígonos del castrismo es el endurecimiento de la política estadounidense hacia
Cuba y la profunda crisis del ‘Socialismo del Siglo XXI’ en Nicaragua y Venezuela.
(Miguel Díaz-Canel y su esposa)
Como quedó explicado más arriba, las medidas que probablemente figuren en la nueva Constitución no producirían cambios sustanciales en el sistema, que seguiría siendo una dictadura de partido único con una estructura política similar a la de China, aunque sí podrían enmarcar una lenta evolución hacia concesiones más bien simbólicas en materia de derechos y libertades. Pero esos cambios parsimoniosos difícilmente lograrían frenar o modificar algunas tendencias profundas que operan actualmente y que parecen destinadas a empeorar la situación a medio y largo plazo. Esas tendencias se articulan en torno a tres vectores estrechamente relacionados entre sí: la economía, la demografía y la emigración.
La crisis económica
La primera tendencia de fondo es la crisis económica, que en el sistema comunista cubano es un problema crónico y estructural, no coyuntural. Tras haber cambiado de rumbo en diversas ocasiones —industrialización acelerada/ descarte de la industria; menosprecio del turismo/ rehabilitación del turismo; concentración en la producción de azúcar/ abandono del sector azucarero; penalización de la tenencia de dólares/ dolarización; demonización del exilio/ explotación de las remesas, etc.—, el Gobierno ha terminado por gestionar un aparato económico muchísimo menos productivo que el de la República que confiscó hace casi 60 años.
A la dependencia de los subsidios soviéticos, hasta 1991, siguió la dependencia de los subsidios venezolanos, ahora en peligro; la supuesta erradicación del desempleo se alcanzó mediante la multiplicación de puestos improductivos en el sector estatal; el abandono del sector azucarero representó la pérdida pura y dura de las tres cuartas partes de la base agroindustrial del país; la explotación de la mano de obra calificada que se exporta se realiza violando el derecho internacional y las normas éticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A fin de cuentas, quedan el níquel, el tabaco, los productos de biotecnología, el turismo y las remesas de los emigrados. Y todo eso ocurre en un contexto donde el níquel y el petróleo se cotizan a la baja y el consumo de azúcar y tabaco marcha a contrapelo de las tendencias sanitarias mundiales.
La ineficiencia crónica de la economía nacional está ligada a múltiples factores, pero todos proceden de la misma causa: el monopolio estatal de los medios de producción. Mientras la prioridad fundamental del régimen consista en mantener la hegemonía del PCC y no en mejorar las condiciones de vida de la población, cualquier medida de liberalización o apertura económica se aplicará con cuentagotas y tendrá efectos muy modestos sobre la realidad cotidiana de los cubanos.
La crisis demográfica
En segundo lugar y dependiente de la anterior, está la crisis demográfica. La sociedad cubana envejece hoy a un ritmo rara vez visto en tiempos de paz. Cada año nacen menos niños y se prolonga un poco más la supervivencia de los ancianos. Cada día son más los jóvenes que tratan de marcharse al extranjero y se incorporan menos adultos a la vida laboral. Y, a diferencia de lo que ocurre en Europa, no hay inmigración a la vista que pueda compensar esa pérdida de personal activo. Según las estadísticas poco fiables que el Gobierno emplea para maquillar la situación, desde hace una década la población total de la Isla se encuentra estancada en unos 11.300.000 habitantes. Si se descuenta la manipulación —por ejemplo, la nueva clasificación de miles de emigrantes como "residentes temporales en el extranjero" que no se restan del número total de habitantes censados— la realidad es que la población ha venido disminuyendo, al menos desde 2010, y que seguirá haciéndolo de modo exponencial en el futuro inmediato, con una pirámide de edades cada vez más desfavorable.
Si a lo que precede se añade el hecho obvio de que la productividad del trabajo en la Isla se reduce paulatinamente debido a la mala gestión, la escasez de transportes, el envejecimiento de la maquinaria, la falta de incentivos, la corrupción y otros males clásicos del socialismo, el panorama resultante no ofrece muchos motivos de optimismo.
En los próximos años, una masa laboral decreciente en número y rendimiento tendrá que sufragar los gastos de seguridad social —sobre todo pensiones y atención médica— de una legión de jubilados cada vez más numerosa, que vivirá más tiempo —gracias a las nuevas tecnologías y los medicamentos que envían los parientes emigrados— y que por la misma razón acumulará más padecimientos y necesidades de toda índole. De hecho, los jubilados cubanos afrontan ya esa situación con pensiones de unos diez dólares mensuales y no todos tienen familiares en el extranjero dispuestos a ayudarlos. El deterioro de la infraestructura existente y la probada incapacidad del sistema para solucionar la escasez de vivienda no contribuirán a mejorar las condiciones de vida de ese sector de la población, que hacia 2030 representará un tercio del total de habitantes.
La crisis migratoria
El tercer factor, muy vinculado a los anteriores, es el giro que va tomando el impulso migratorio. En los últimos 22 años, desde los acuerdos sobre el tema suscritos con Estados Unidos en 1995, ha salido de la Isla poco más de un millón de emigrantes. Eso arroja un promedio de unos 50.000 prófugos anuales.
Pero, tras la abrogación de la política estadounidense de pies secos/ pies mojados a principios de 2017, la situación cambió drásticamente. Por primera vez en una generación, la esperanza de salida se ha reducido a los 20.000 visados del ‘bombo’, -el sorteo anual que realiza el departamento de inmigración estadounidense- e incluso estos podrían peligrar si el nuevo Gobierno republicano decidiera usarlos como palanca para influir en la conducta de los dirigentes castristas.
La imposibilidad de entrar masivamente en Estados Unidos no anulará la tendencia cada vez más acentuada a la emigración que prevalece entre la juventud cubana, pero sí dificultará considerablemente su realización. Nadie es capaz de prever qué repercusión podría tener ese embotellamiento a la vuelta de cinco o diez años.
Esos tres factores componen un círculo vicioso: la crisis demográfica empeora la situación económica y este deterioro genera nuevos emigrantes, lo que a su vez agrava el déficit de población. Esa combinación es nociva para el país, por más que el emigrante se convierta pronto en fuente de remesas y en candidato a regresar periódicamente a la Isla en calidad de turista.
Es difícil entrever en la política actual del Gobierno cubano o en los lineamientos de la futura Constitución un remedio para esos tres problemas conexos. Aunque algo sí parece evidente: con el paso del tiempo los jerarcas cubanos irán comprendiendo que fue un error exigir a Estados Unidos el fin de la política de pies secos/ pies mojados. Con los deseos hay que tener mucho cuidado, incluso en Cuba, porque a veces se cumplen.
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