miércoles, noviembre 21, 2018

Esteban Fernández: EXTRAÑO AQUEL EXILIO VERDADERO

EXTRAÑO AQUEL EXILIO VERDADERO


 
Por Esteban Fernández
20 de noviembre de 2018

Sí, mis amigos extraño aquel exilio donde le caíamos atrás a un carro con una calcomanía de gusanito para saludar al chofer porque sabíamos que era un hermano exiliado.

Hoy en día todo ha cambiado y muchos amigos míos se quejan de la chusmería de los recién llegados a Miami y a todas partes, pero hay algo peor que la vulgaridad.

Voy a escribirles de nuevo sobre ese elemento y esos  y renacuajos -y sus antepasados- que durante varias generaciones y décadas se pelearon con nosotros, nos persiguieron, nos acosaron, nos delataron, nos llevaron presos,  nos trataron como si fuéramos parias, intervinieron propiedades y negocios,  y no conformes con eso después que salíamos de Cuba se adueñaban de las casas, de los automóviles, y se burlaban de los padres nuestros que atrás quedaron diciéndoles “los inmensos trabajos que pasábamos en la nieve de New York o en las fábricas de Miami”.

Ahora vienen sus descendientes -la mayoría cómplices de la barbarie- y actúan como si no hubiera pasado nada, arrogantes, reuniendo unos dólares para cuando se termine el tiempo de espera pertinente regresar allá y darse abrazos con sus amigos los miembros del Comité de Defensa de su barrio.

Una de las cosas más interesantes, y separatistas, del proceso actual es la falta total de arrepentimiento de los que llegan al exilio después de haber gritado “paredón”. Hablo de los chivatos, de los que escupieron a los que salían por el puerto del Mariel y de paso les echaban los perros para que los destrozaran a dentelladas. Y este escrito no incumbe a los asesinos, ni a los miembros de los pelotones de fusilamientos, ni a los torturadores de Cien y Aldabó y de miles de prisiones de la Isla. A ESOS HAY QUE DARLES CEIBAS Y SOGAS.

Llegan a tierras de libertad sin un ápice de resquemor, a lo más que llegan es a evitar lo más posible codearse con sus compueblanos que los conocían como abusadores y perros de presa del régimen. Y no es por remordimientos sino por temor a que algún patriota les de sus merecidos sopapos.

Lo justo es que dieran un acto en un estadio de Miami, donde se reúnan miles de ellos y a voz en cuello dieran muestras de contrición -de parte de ellos y de sus antepasados- y tratar de presentarse en los programas de entrevistas televisivas y señalar las hijodeputadas cometidas buscando que almas religiosas y de corazones caritativos y blandos se apiaden de ellos. Yo no -como decía el inolvidable Tito- yo no los perdono ¡porque no me da la gana!

Han pertenecido -ellos, sus padres y sus abuelos- a los “Guarda fronteras”, a los “Equipos de respuesta rápida” han estado dando golpes,  han vivido en casas incautadas a sus legítimos dueños, han sido interventores de negocios robados, han gritado mucho ¡Vivan Fidel y Raúl y que Viva la Revolución!  Y ahora se pasean por todas partes, pero no le piden perdón a nadie.

Repito, son los hijos y nietos de aquella claque castrista, que andan orgullosos de haberse graduado en la escuela vocacional Vladimir Lenin y de que estudiaron en Praga y Moscú,  y llegan aquí como si nada hubiera ocurrido, y lo que es peor sin retractarse de nada.

Y ya estando en tierra de libertad muerden las manos que los acogen atacando a los Estados Unidos y al exilio histórico sin lanzar una leve crítica contra la tiranía. ¿Tiranía? Esa palabra no la conocen estos grandes copartícipes de la ignominia.

Para ellos lo que ha ocurrido en Cuba es un largo carnaval con música de los Van Van, junto a juegos de pelota de los Industriales. Y vienen a lo que ellos llaman “La Yuma” a hacer lo mismo, a vacilar, a vaguear, y a mandar y llevar fulas para allá.

Recorren todos y cada uno de los vericuetos del destierro cubano, están regados en la mayoría de las ciudades estadounidenses y en Europa. En Miami -desde luego- hacen ola.  Chivatientes, segurosos, milicianos, cederistas y hasta miembros del Ministerio del Interior andan sueltos y sin vacunar en el extranjero.

Sí, extraño aquella época en que TODOS ERAMOS ANTICASTRISTAS