martes, febrero 19, 2019

Patricio Fernández del diario El País de España: Cuba: agonía de una revolución


Cuba: agonía de una revolución

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En la isla hubo un intento, una esperanza y una pretensión que no deben olvidarse. Pero el sueño que encarnó la llegada de Fidel Castro al poder hace 60 años agoniza sin remedio
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Por Patricio Fernández
17 FEB 2019

Muchos extranjeros han comprado propiedades a nombre de cubanos en los últimos años en La Habana porque aún no está permitido que lo hagan por sí mismos. Los precios se han multiplicado. En el barrio del Vedado abundan las mansiones y departamentos en restauración. En la zona de Miramar existen pubs donde los únicos negros que hay adentro son los guardias de seguridad: tipos grandes y macizos como los que custodian las discotecas neoyorquinas o parisienses. Meses atrás fui a uno de esos —el Mio & Tuyo—, y cuando quise llegar al área donde se encontraban las mujeres más admirables, uno de esos porteros me detuvo poniendo su brazo en mi hombro: “De aquí para allá es vip”, me dijo. “Para pasar debes comprar una botella de whisky Chivas Regal o ser socio del club”, agregó. Y yo pensé: terminó la revolución.

Al menos 30 movimientos guerrilleros surgieron en América Latina desde que triunfó la revolución cubana hasta fines de los años ochenta. Actualmente no queda ninguno, salvo el ELN de Colombia, convertido en organización delictual. La revolución —ese fantasma que hoy parece abandonar el continente— cautivó a los mejores políticos, artistas e intelectuales de su época, y una novelística esplendorosa brotó bajo su sombra. Hasta el cristianismo participó de su embrujo justiciero con la teología de la liberación. Pero esa fe hoy parece terminar su reinado. De ella quedan, cuando mucho, discursos vacíos, promesas y consignas que de tanto repetirse, sin nunca realizarse, han perdido su sentido.

Para esos que combatieron siempre la revolución, porque desde un comienzo atentó contra sus intereses y los tuvo por enemigos declarados, su muerte es motivo de festejos. A ellos les conviene, no obstante, mantener viva la idea de su amenaza, para así presentarse como guardianes de las mayorías y conservar el poder. Para quienes, en cambio, creyeron que otro mundo era posible y que la fraternidad podía imponerse al egoísmo, constatar que sus deseos abonaron la intolerancia, el abuso y la pobreza duele y quita el habla. Ha de ser por eso que hoy la izquierda honesta está muda.

Los cubanos suelen discutir sobre cuándo la revolución perdió su encanto. Algunos dicen que a comienzos de los setenta, tras el caso Padilla, con la sovietización del llamado Quinquenio Gris, cuando hasta los edificios se diseñaron con los planos de Jruschov y se instaló el concepto de “diversionismo ideológico” para todo aquel que pensara o deseara algo fuera de la norma establecida. Según otros, fue en 1989 con la Causa Número 1 —que terminó con el fusilamiento del general Ochoa, uno de los tipos más respetados de la revolución— y la caída de la URSS. Lo que vino después, el Periodo Especial, a los cubanos no se les olvidó más. Desapareció el petróleo y era tan breve el tiempo que tenían luz eléctrica que, en lugar de hablar de apagones, hablaban de “alumbrones”. Hasta gatos salían a cazar para comer.

( Imagen del documental 'Rebeldes de Sierra Maestra' (1957). Bettmann Archive Bettmann GETTY IMAGES)

El petróleo y la comida volvieron a Cuba con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela. Chávez vio en Fidel la figura de un padre, de un modelo, de un guía. Quiso seguir sus pasos y revivir a su manera el sueño de revolución que agonizaba agregándole el apellido de “bolivariana”. Compró Gobiernos en toda América Latina mientras el precio del crudo estaba por las nubes y los sumó al llamado socialismo del siglo XXI, cuando lo cierto es que el capitalismo ya había triunfado y lo suyo no era más que la triste caricatura de un hecho histórico que se apagaba. La revolución ya no tenía artistas, ni intelectuales, ni poesía, ni fe.

Si en Cuba hubo generaciones que se rompieron las palmas cortando caña, en Venezuela se predicaba con fajos de billetes en la mano. Si Chávez vio en Fidel a un padre legitimador, Fidel encontró en Chávez a un hijo como el que muchos cubanos tienen en el exterior, desde donde les mandan dinero para sobrevivir. Por duro que resulte reconocerlo, el sueño del socialismo y de la dignidad cubana estuvo siempre financiado por otros.

Pero si la revolución cubana perpetuó en el poder a ese grupo que lo conquistó a fines de la década de 1950, dando lugar a una gerontocracia inmune a los cambios, no generó una élite de millonarios, como el chavismo. En un comienzo se les llamó boliburgueses y hoy se les conoce como enchufados. Comerciando petróleo, droga, oro y diamantes nacionales, amasaron fortunas inconmensurables, al mismo tiempo que vociferaban contra los ricos y a favor del pueblo. Hoy son ellos los principales clientes de los pocos restaurantes de lujo que quedan en Caracas, mientras en los barrios se multiplican los comedores solidarios (ollas comunes) para combatir la desnutrición. Las cajas CLAP (del Comité Local de Abastecimiento y Producción) que reparte el Gobierno para paliar la crisis alimentaria, según bromean quienes las reciben, “son como el periodo, porque llegan una vez al mes y duran una semana”. La pobreza y la desigualdad han aumentado notoriamente bajo el Gobierno de Nicolás Maduro.

La Iglesia revolucionaria cubana está colmada de sacerdotes profesionales que ya perdieron la fe y de gestos que, desprovistos de significado, hoy parecen morisquetas. Nadie vive ahí ni de la tarjeta de abastecimiento mensual ni del sueldo que el Estado paga. Algunos lo resumen así: “Aquí unos hacen como que trabajan y otros hacen como que les pagan”. Con unos 26 euros mensuales —el equivalente al salario oficial—, se mueren de hambre. La mayor parte de la economía nacional se desarrolla fuera de esa estructura socialista. Quienes trabajan para una empresa estatal lo hacen principalmente para tener acceso a los bienes que pasan por ahí: los camioneros al petróleo, los panaderos a la harina, los albañiles al cemento… Luego lo roban como hormigas y lo venden en el mercado negro. Es una costumbre adquirida, de modo que ningún cubano juzga a otro por hacerlo. Si hubiera que describir el grueso del funcionamiento de la economía cubana, habría que decir que se trata de un capitalismo salvaje, desregulado y libre de impuestos.

El proceso de degradación no es nuevo, pero ahora se encuentra en una etapa terminal. Nadie habla de socialismo. Es notorio el renacer de una nueva burguesía. Aunque las condiciones de vida de la inmensa mayoría siguen siendo muy precarias, ese pequeño grupo que está protagonizando los cambios viaja, tiene Internet en sus casas (hay empresas piratas que lo instalan) y le sirve de fachada a dineros provenientes de fuera.

A estas alturas es un régimen político en el que nadie cree. Lo mató el orgullo, el autoritarismo, la burocracia. El iluminismo, la arrogancia, el control. Quiso ser el mundo nuevo y devino un mundo viejo. Desde hace tiempo su objetivo no es la justicia, sino la supervivencia. No salen en su defensa los espíritus atrevidos e irrespetuosos. Eso que alguna vez encarnaron los barbudos de la Sierra Maestra, hoy les apunta con el dedo y los condena. Me dijo un rastafari, en el parque Céspedes de Santiago de Cuba: “¿Cómo pueden seguir hablando estos viejos de revolución si luchan día y noche para que nada cambie?”.

A pesar de todo, en Cuba hubo un intento, un atrevimiento, una esperanza y una pretensión que más temprano que tarde debiera volver a encararnos, porque el ser humano puede renacer tras el fracaso, pero la renuncia a toda ilusión lo mata para siempre. La tarea de mantener vivo el espíritu de una comunidad, de hacer que cada hombre sea también responsable de los otros, y lograr que la libertad de cada individuo no sea enemiga de la libertad de los demás sigue en pie. Para hacerla creíble es requisito indispensable atreverse a pensar de nuevo. Dejar atrás sin complejos aquella izquierda fracasada y pervertida. Terminar con ese matrimonio envenenado, para poder enamorarse auténticamente otra vez.

Patricio Fernández es fundador y director del semanario chileno ‘The Clinic’. Su último libro, ‘Cuba. Viaje al fin de la revolución’, ha sido publicado por Debate el 24 de enero.

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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
En Cuba no era necesaria una revolución política, económica ni social.
 
En el documental  ¡Viva la República! , del director de cine  Pastor Vega (conformada mediante documentales robados a principios de la Robolución al afamado cineasta Alonso ) se vilipendia a la República de Cuba; uno de los guionista de ese documental fue Jesús Díaz.  quién posteriormente funda en España la revista Encuentro de la Cultura Cubana. Años después de escribir el guión de dicho documentalJesús Díaz cambió totalmente su perspectiva sobre la República de Cuba y eso  se puede verificar en el número 24 de dicha revista que es un homenaje a la República de Cuba por su centenario. Un fragmento escrito por Jesús Díaz dice:

¨Más allá de sombras, contradicciones y tensiones cuentan los resultados. Y locierto es que la República partió de una realidad terrible en 1902 y que, como prueban varios de los trabajos que publicamos, en 1959 la Cuba republicana estaba situada no solo entre los primeros países de América Latina en muchos de los principales indicadores de desarrollo económico, social y cultural, sino que tam- bién superaba en algunos de ellos a países europeos como España, Portugal, Gre- cia o la propia Italia. La Cuba republicana era una nación que acogía inmigrantes —españoles, chinos, judíos, árabes, italianos, jamaiquinos, haitianos—; la Cuba actual, en cambio, es desde hace años y años una fuente inagotable de exiliados que emigran hacia los más diversos países con la esperanza de encontrar en ellos lo que el nuestro les niega¨
 
 En el libro La verdadera República de Cuba, escrito por el Dr. Andrés Cao Mendiguren,  uno de los  mejores libros sobre la república cubana (1902-1958 ) que se ja escrito (quizás el mejor de los que  he leido en mi vida),  incluyendo la monumental obra en 10 tomos Historia de la Nación Cubana, aunque este último incluye el período colonial y llega hasta el año 1952, se lee:

 ¨Cabe decir que aquellos pensamientos de 1913 expresaban una realidad  porque esa nación  se alcanzó muy pronto  en décadas posteriores,  aunque en 1959  fue demolida por los que  usurparon el poder, y ha sido vilipendeada  por una oleada de intelectuales comprometidos o  mediocres. El testimonio de ello es que Cuba ocupaba  las primeras posiciones  en todos los renglones de los anuarios de las Naciones Unidas  para la América Latina. Y hay que reconocer que estos logros  tan destacados  no se hubieran podido conseguir  si nuestros gobernantes, y a pesar de sus errores,  no hubieran tenido interés  y acierto para  resolver los problemas de la sociedad cubana, si nuestros legisladores no nos hubieran  dado una legislación avanzada  y moderna, o si el  pueblo cubano no hubiera estudiado  y trabajado  para superarse. El pueblo cubano era exigente  y siempre aspiraba  a lo mejor, pero tenemos  que acusarnos  de un pecado,  y es que  cuando no lo lográbamos plenamente, en vez de analizar  los fallos  y aplaudir lo logrado, prodigábamos una crítica irresponsable.¨ (Cao, 2008, p. 87)


Lo que sucedió en Cuba fue lo que ya había advertido la Comisión Truslow en las conclusiones de su informe al hacer un estudio, a petición del Presidente Prío Socarrás, para la dinamización de la economía cubana; veamos:

En 1950 la Misión Truslow, comisión internacional solicitada al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) por el gobierno presidido por el Dr. Carlos Prío Socarrás para que hiciera un diagnóstico de la economía cubana y recomendara medidas para dinamizarla, planteó, entre otras cosas, que Cuba debía diversificar su economía teniendo al azúcar como punto de partida y que Cuba poseía los recursos humanos, financieros y materiales necesarios para ello salvo el combustible; alertó que la prosperidad bélica (II Guerra Mundial y Guerra de Corea) había propiciado nuevos niveles de vida para muchas personas y que el actual crecimiento económico no satisfacía las necesidades de su creciente población y que si la economía era incapaz de sostener ese nivel en tiempos menos prósperos, sobrevendría una gran tirantez política (Zuaznábar, 19 y 20). Como elemento conclusivo planteó:

¨Si los líderes se han descuidado en prever esta posibilidad, la opinión pública los inculpará. Y si ello ocurriera, el control podría pasar a manos subversivas y engañosas, como ha ocurrido en otros países donde los líderes no se han dado cuenta de las corrientes de estos tiempos. ¨ (Zuaznábar, 20)
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SUPUESTA CARTA DE MIGUEL ÁNGEL QUEVEDO ANTES DE SUICIDARSE
Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida
12 de agosto de 1969
Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
( Miguel Ángel Quevedo )
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo:
    Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.