martes, junio 18, 2019

Esteban Fernández: AQUEL REGRESO A PINILLOS Y SOPARDA EN 1954.

AQUEL REGRESO A PINILLOS Y SOPARDA EN 1954.

 
Por Esteban Fernández
18 de junio de 2019

Algunos amigos -después de yo haber vivido 56 años en el destierro- me dicen: “¡Qué va, tú mas nunca te acostumbrarías a vivir de nuevo en Cuba!” Y eso es completamente cierto.

¿Me lo van a decir a mí que después de un año y medio viviendo en San José de las Lajas regresé de visita a la cuadra de Pinillos y Soparda -donde nací y me crié- y me sentí como “un extranjero”?

Debo haber tenido yo unos diez años, sentía una emoción tremenda, con los ojos humedecidos, entré a la bodega de Joseíto Márquez, un estableciendo donde yo iba diariamente, constantemente.

Me recibió Isolina, para mi sorpresa no me reconoció. Le dije: “Doña Isolina, me da cuatro o cinco caramelos”. Era una operación que yo hacía unas cuatro o cinco veces durante cada semana.

Ella me los entregó esperando que yo se los pagara. Con cierta tristeza le pregunté: “Isolina ¿Usted no me reconoce? Soy Estebita, yo soy amigo de Pedrito Enriquez Márquez”.

Entonces ella se sonrió y me dijo: “Oh, sí, cómo no, tu eres el hijo de Ana María y Esteban, pero hace un siglo que no te veía ¿ustedes se fueron para San José, no? Estás muy crecido” …

Ahora los lectores se van a reír sorprendidos cuando lean este párrafo, disfruten de este momento increíble e inolvidable en mi vida: Me despido de Isolina y le viro las espaldas, intento irme e Isolina me dice: “Esteban de Jesús, me debes tres centavos” y yo le respondo: “Oh, Isolina ponlo como siempre en tu libretica de fiado”. Y ella me responde: “Oh, no, tu padre pagó el saldo antes de mudarse y nosotros botamos la libreta de fiado”. Increíble pero cierto ¡estamos hablando de tres centavos!

La carnicería -al lado de mi antigua casa- estaba llena de clientes. Me dirijo al dueño Joaquín Quintero y le digo: “Quinito ¿vamos a jugar a las damas como siempre lo hicimos en el pasado?” Joaquín me dice: “Oh, no, ahora estoy muy ocupado, regresa mañana y jugamos”. No le respondo, tenía ganas de llorar porque mañana ya yo iba a estar de regreso en San José de las Lajas.

De pronto viene el momento más crucial, miro para la casa donde nací, la han arreglado muchísimo los nuevos inquilinos, la fachada está recién pintada, la puerta cerrada, tengo ganas de tocar, pero me cae el temor de no saber que decir y que se pregunten: ¿Quién será el niño loco que piensa que todavía vive aquí?

Me voy al lado, a la casa de Gerardito Morales, me abre la puerta su padre Yayo Morales Febles y sin reconocerme me dice: “Oh, no, Gerardito no está, ahora no puede jugar, ya se fue para el colegio de los Curas”.

Ya no sé qué hacer, no se dónde meterme, no veo a ninguno de los niños que pululábamos el barrio jugando a los “cowboys y los indios”. Me siento “un desconocido en mi propia tierra” y eso que solamente hacía 15 meses que me había ido de ahí.

De pronto me entra una brillante idea: Me voy al parquecito Martí, allí como siempre deben estar todos mis amiguitos.

Un muchachito que no conozco está montado en una chivichana, otro lo empuja, en la foto. Veo a un grupo de negritos jugando a la quimbumba. Uno de ellos de apellido Nieto me dice: “Estebita ¿quieres jugar?” Con tremenda alegría le digo: “Coño, Nieto ¿me reconociste?”

Y tuve que reírme cuando me respondió: “Claro que sí, me recuerdo de ti por LO MALO QUE ERAS JUGANDO A LA QUIMBUMBIA, pero somos tres y necesitamos uno más para estar parejos”.