La excepción y la evidencia
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El despropósito se ha apoderado del ambiente político, absolutamente enfermo
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Por Zoé Valdés
13 de junio de 2019
Muy pocos sirven. Se pueden contar con los dedos de una mano los políticos que pueden sacar la cara por lo principal, para lo que han sido elegidos, lo que la gente necesita: vivir de manera tranquila y honrada. Aquí o allá surgen de vez en cuando algunas excepciones, sólo para confirmar lo mal que andamos, y también para cerciorarnos de que esto ya se fue de las manos.
La democracia no vale un penique desde que se la incautaron los mercachifles y tramposos.
La izquierda internacional gran culpa tiene de toda esta debacle irreversible, porque ha sido ella la que ha transformado el valor de la democracia en un mérito de dirección única y exclusiva: la de su partido y sus intereses.
Sospecho que nada de lo que haga la derecha serviría ya, la desproporción es descomunal a nivel de trampas, engaños y colaboracionismo con una prensa cada vez más adocenada, zafia y vendida.
En Francia, el partido Los Republicanos anda a nivel de las cloacas, a tal punto que sus líderes han tenido que reclamar la presencia del presidente Nicolas Sarkozy. Insinúan, con un miedo que muchos podemos comprender –visto el nivel de inmoralidad–, que con su participación se podría equilibrar el descalabro.
A mi juicio no sería posible ya. Sarkozy es de los que más mala prensa tienen en este país. Recordemos que mientras su esposa Carla Bruni fue top model famosa, cantante de éxito y de izquierdas, esa misma prensa le susurraba y hasta le exclamaba loas y encumbramientos. En cuanto se casó con el presidente, de centro-derecha, la arrastraron por el lodo. Muy puercamente, dicho sea.
En la actualidad no se puede hablar de un sistema decente de pensamiento, ni mucho menos de honestas sensibilidades. Sólo de emociones, de bajas pasiones. Y las emociones y las bajezas en política ya sabemos a lo que conducen. Lo he contado en varias ocasiones: Guillermo Cabrera Infante siempre decía que la izquierda impone su ideología con un sentimentalismo demasiado baratucho, y que frente al sentimentaloidismo ideológico es muy difícil llegar a una discusión, ni siquiera a una conversación coherente y seria.
El despropósito se ha apoderado del ambiente político, absolutamente enfermo. Herido grave además por ese excesivo empecinamiento en querer vivir pendiente de lo que se publica en unos periódicos cada vez más carroñeros e incultos.
Hace unos días leí una noticia sobre la visita del presidente Donald Trump, junto a su esposa, al Reino Unido. El periodicucho en cuestión anunciaba la presencia de la primera dama norteamericana de la siguiente manera: "Kate Middleton [esposa del príncipe William] opacó a Melania Trump en elegancia". No se puede ser más rastrero y chabacano, no se puede ser más estúpidamente manipulador. Sin embargo, hay que saber por otra parte que la gente se traga eso. Que llevamos casi veinte años, del siglo XXI, en el que los libros no son importantes, sino las pantallas de unos tarequitos tecnológicos conectados al Gran Hermano, y que Wikipedia es el principal órgano informativo cultureta, al que la mayoría echa mano a la hora de hacer creer, de fingir que se tiene algo, no sé, una pátina, un mínimo de entendimiento.
Cuando leo algunos artículos que descalifican al exalcalde de Londres Boris Johnson, ahora en carrera hacia la posibilidad de convertirse en primer ministro de Gran Bretaña, que se burlan y hasta inventan chismorroteos indecorosos acerca de su persona, soy consciente de que el o la idiota que inventa semejantes canalladas no se ha leído ni una mínima línea de lo que este hombre ha escrito, y no le importa. Entre sus libros, por ejemplo, cuenta con una de las mejores biografías de Winston Churchill escritas hasta ahora. ¿Y eso qué? Pues eso, nada.
Boris Johnson constituye entonces esa excepción, un hombre, un ciudadano, un político que defiende con todo su derecho y desde sus ideas, que no ideología, a su país. No es el único. Pero quedan bien pocos. El otro, la evidencia, es Donald Trump, que sin ser un político de carrera ha confirmado lo bajo (además de reducidos) que han caído algunos políticos de profesión, al obviar y despreciar lo que verdaderamente debieran representar y defender: su patria.
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