Salvador Valdés Mesa se equivoca: el azúcar ya no es cultura, tradición ni estrategia
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El vicepresidente cubano recorre Oriente ante la próxima zafra.
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Por Dimas Castellanos
La Habana
13 Nov 2019
Durante un recorrido por las provincias orientales, previo al inicio de la próxima zafra, el vicepresidente Salvador Valdés Mesa dijo que "la agroindustria azucarera es cultura, es tradición y resulta estratégica para el desarrollo de la nación", frase carente de correspondencia entre los conceptos empleados y la realidad.
1- No es cultura
Al transformar la naturaleza, el hombre se transforma a sí mismo. La cultura es causa y efecto de la actividad transformadora, que incluye, junto a los conocimientos, los productos creados y los hábitos adquiridos, trasmitidos y generalizados que caracterizan a cada comunidad.
La mutilación de cualquier componente de la cultura —lo que ocurre cuando la misma está subordinada a una ideología— limita las libertades y genera precariedades económicas que impiden, como expresara Jorge Mañach, "cultivar lo humano en el hombre", algo que Martí sintetizó así: "Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana se necesita ser próspero para ser bueno". Es decir, la cultura, la libertad y la prosperidad no pueden separarse.
La agroindustria azucarera es resultado de la actividad humana, por tanto, es cultura, pero de ella no se puede separar al sujeto y portador, que fue el cubano. En ausencia de libertades, como ocurre en la actualidad, la afirmación de Valdés Mesa acerca de que la agroindustria azucarera es cultura, no es cierta.
En 1760 la producción de azúcar era discreta. La ocupación de La Habana por Inglaterra (1762) y la Revolución de Haití (1791) coadyuvaron al boom azucarero de 1792, que catapultó a Cuba al tercer lugar en la producción mundial. El impacto fue tan fuerte que se abandonaron casi todas las actividades ajenas al azúcar, convertida en locomotora económica de la Isla. Las villas originales, constituidas por núcleos sociales diferenciados, se integraron en una unidad nacional; se creó una comunidad de intereses y se alteraron las costumbres. El resultado se condensó en una frase: sin azúcar no hay país.
/Salvador Valdés Mesa CUBADEBATE)
El intento voluntarista de Fidel Castro de producir diez millones de toneladas de azúcar en 1970 marcó el punto de retroceso. Ese año se produjeron 8,5 millones de toneladas, que fueron descendiendo gradualmente hasta que, en 2001, la producción no rebasó los 3,5 millones, cifra inferior a la producida en 1919.
Para detener el declive y elevar la producción hasta cinco millones de toneladas, se designó a un general al frente del Ministerio del Azúcar; en 2002 se implementaron dos proyectos: la Reestructuración de la Industria Azucarera, dirigida a lograr un rendimiento industrial del 11% —lo que significa extraer 11 toneladas de azúcar de cada 100 toneladas de caña—, y la Tarea Álvaro Reynoso, con el fin de lograr un rendimiento de 54 toneladas de caña por hectárea —el promedio mundial, según la FAO, era de unas 63 toneladas—.
Sin embargo, en 2003, en otro acto irracional, el Gobierno cerró 71 de 156 ingenios y redistribuyó el 60% de las tierras cañeras. Luego, de las 85 fábricas restantes se cerraron otras 40. Como resultado, la zafra azucarera del año 2010 retrocedió hasta 1,1 millones de toneladas, cifra inferior a la alcanzada en 1895, cuando se produjeron 1,4, y muy alejada de 1952, año en que se estableció el record en la República: 7,2 millones.
En 2011, el tema se introdujo en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido Comunista, pero el declive continuó. Entonces se sustituyó al Ministerio del Azúcar por el Grupo Empresarial de la Agroindustria Azucarera (AZCUBA) y se proyectó un crecimiento anual del 15% hasta el año 2016. La zafra de 2011 no llegó a 1,3 millones de toneladas; la de 2017 produjo unos 1,8 millones de toneladas; y la última, de 2019, fue similar a la de 2010, que había sido la peor en los últimos 115 años
En resumen, el cambio de dirigentes, la reestructuración de la industria azucarera, el cierre de unas 100 fábricas de azúcar, la redistribución para otros cultivos de un alto por ciento de las tierras cañeras, la sustitución del MINAZ por AZCUBA, y los continuos llamamientos ideológicos, no lograron la cantidad de caña por hectárea ni el rendimiento industrial planificados. El azúcar perdió su condición de cultura.
2- No es tradición
La tradición es transmisión de una generación a otra de costumbres que forman parte del legado cultural de una comunidad. La misma enlaza el pasado con el presente y el porvenir. La tradición es dinámica. Los cambios sociales la alteran: unas tradiciones se conservan y otras desaparecen. Esto último fue precisamente lo que ocurrió a la agroindustria azucarera cubana.
Desde que el azúcar ocupó el primer lugar en la economía cubana devino tradición. Ante el deterioro causado por el modelo totalitario, ajeno a la naturaleza humana, la producción azucarera dejó de ser tradición. De ahí el sinsentido de otro planteamiento realizado por Valdés Mesa durante el recorrido mencionado: "Tenemos experiencia de cómo se produce y cosecha la caña, de cómo se hace el azúcar y, lo más importante, tenemos hombres y mujeres probados en la batalla del día a día, de elevada conciencia revolucionaria". Valdés Mesa parece partir de que las tradiciones son inmutables. La pregunta es por qué, teniendo todo eso, el declive azucarero continúa.
3- No resulta estratégica
La estrategia es una serie de acciones encaminadas hacia un objetivo determinado; es la planificación de un conjunto de acciones que responden a las metas y objetivos de una organización. La conversión de Cuba en potencia azucarera fue resultado de una estrategia acertada, como el deplorable estado actual es resultado de la ausencia de estrategia.
En 1790, Cuba aún no era potencia azucarera. Poseía, eso sí, cuatro condiciones para dar el salto. Faltaba la estrategia y esa la trazó el hombre; los hacendados criollos que en aquellas condiciones añadieron un quinto factor determinante: lograron que en 1792 la Metrópoli liberara el comercio de esclavos e introdujeron los adelantos científico-técnicos necesarios, entre ellos la bomba de vapor, el gas, la electricidad, el ferrocarril, el telégrafo y el teléfono, antes que en España.
La ineficiencia industrial, la poca disponibilidad de caña, los bajos rendimientos por caballería y el elevado costo de producción por tonelada que caracterizan la producción azucarera actual están relacionados con la obsolescencia tecnológica y el desinterés de los productores.
El gran triunfo de aquellos hacendados se sustentó en la explotación indiscriminada de la mano de obra esclava y ahí radicó su gran fracaso.
El fracaso del Gobierno cubano radica en la ausencia de verdaderos propietarios, de libertades, y en una insuficiencia de los salarios que engendró el desinterés por la producción azucarera y lo sustituyó por el indetenible robo de insumos y combustible, que es la cultura que hoy predomina.
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