jueves, junio 11, 2020

Que gobiernen. Yaxis Cires Dib: El binomio de Miguel Díaz-Canel y Manuel Marrero no rompe con la idea heredada de que gobernar es controlar, dominar y manejar los resortes del poder para mantener a un grupo minoritario al mando de Cuba.


Que gobiernen

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El binomio de Miguel Díaz-Canel y Manuel Marrero no rompe con la idea heredada de que gobernar es controlar, dominar y manejar los resortes del poder para mantener a un grupo minoritario al mando de Cuba.
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Por Yaxis D. Cires Dib
Ciudad de Panamá
10 Jun 2020 

Cuba no es un estado fallido, pero su Gobierno no gobierna. El binomio de Miguel Díaz-Canel y Manuel Marrero Cruz no logra —o no le dejan— romper con la idea heredada de que gobernar es controlar, dominar y manejar los resortes del poder para mantener el control del país en manos de un grupo minoritario.

Las ideas de que no todo se resuelve "solo con represión o con multas" (Díaz-Canel) o la apelación  a la unidad entre los cubanos "más allá de una preferencia política o afiliación religiosa" (Marrero Cruz), hasta ahora han quedado como dos anécdotas o deslices freudianos.

El problema es que este exceso de poder, cada vez más represivo e intimidante, y lleno de contradicciones en su interior, no deja espacio al ejercicio del gobierno, ya no como expresión democrática, que nunca lo ha sido en estos 60 años, sino como forma moderna de gestionar la cosa pública.

Esta es una situación grave que afecta y embarga todavía más el presente y el futuro de millones de cubanos que se ven condenados a la miseria y la frustración. Es imposible no percibir que estamos ante un país sin rumbo.

Uno de los sectores donde más se manifiesta la ausencia de gestión y proyección y que es representativo de otros, es el económico. No se sabe, por ejemplo, qué va a hacer el Gobierno para evitar el colapso del sector no estatal de la economía —en especial el de los cuentapropistas—, uno de los pocos destellos de luz que se mantenían capeando la crisis que ya afectaba al país antes de la pandemia y las sanciones externas, y que ahora se siente abandonado. Pero tampoco se sabe si tiene previsto reformas profundas e integrales para activar la economía.

Si en algo hay coincidencia entre los economistas, con independencia de sus tendencias, es que la economía y las finanzas cubanas están heridas de muerte; por ello el viceprimer ministro Ricardo Cabrisas pidió a los acreedores del Club de París suspender el pago de su deuda hasta 2022. Hoy la sociedad cubana es un paciente en terapia intensiva al que el médico le hace un chequeo diariamente y sabe lo que tiene, pero nunca le pone tratamiento, porque no quiere o porque no le dejan.

Para derrotar la pobreza, la inequidad, la inmoralidad pública, la corrupción y el cinismo, más que mandar, hay que gobernar. Hay que liderar y, para hacerlo, hay que ganar jerarquía moral, que no viene con el cargo sino que se opta por ella, se practica y se transparenta. Pero también hay que reconocer a los otros y convocarlos a pactar.

No hay otra forma de gobernar y de servir que no sea liderando y pactando. La ineludible transformación económica nacional es uno de los espacios en que el presidente y el primer ministro deben abrirse a otros cubanos, especialmente de la oposición y de la sociedad civil independiente.

Díaz-Canel y Marrero deberían crear el Consejo Nacional para la Modernización de la Economía Cubana, invitando a ser parte de éste a políticos del Gobierno y de la oposición, a economistas, a representantes del ejército, por el peso que tiene en la economía, y de las iglesias, por su papel social. Este Consejo serviría de órgano asesor del Gobierno, proponiendo acciones y reformas para el corto, mediano y largo plazo. Ello no sería un signo de debilidad, sino el inicio del rescate de la confianza nacional e internacional en los cubanos.
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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

En el artículo Raúl Castro, desde las sombras del poder, de la autoría  de Pablo Alfonso y del año 2018 se lee: 
Raúl Castro es el mismo dirigente del Partido Comunista que aplastó a los académicos cubanos, llamados aperturistas, agrupados en el Centro de Estudios de América (CEA ) en la década del 90, a quienes acusó de “diversionismo ideológico”.

“Y la lección debe servir, además, para que en nuestros medios de difusión no aparezcan artífices o portavoces de ideas y conceptos ajenos a los que preconiza y defiende la Revolución. Cada uno de los colectivos en la prensa escrita, la radio y la televisión, en todas las cuales hay motivo de orgullo y prestigio para nuestro pueblo, deben en lo adelante examinar todo a la luz del momento histórico y de estas orientaciones. Esto es responsabilidad ante todo de quienes lo dirigen, además de los órganos del Partido y de la UJC y de sus militantes”. (Fragmento informe presentado por Raúl Castro al Buró Político, publicado en Granma, 27 marzo 1996).

El CEA pertenecía al Partido Comunista, estaba protegido por Manuel Piñeiro, alias Barba Roja, quien fuera jefe de los servicios de inteligencia para la subversión castrista en el hemisferio.
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El pensamiento crítico en Cuba y sus circunstancias

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Comentarios a un artículo de Alfredo Prieto
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Por Haroldo Dilla Alfonso
Santiago de Chile
21/04/2020

He leído con mucho agrado el artículo de Alfredo Prieto titulado “El Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (en nosotros)”. Primero, por su agudeza y elegante estilo, a lo cual Alfredo nos tiene acostumbrados. Y segundo, porque me obligó a rememorar etapas de mi vida, algunas de la cuales tuve el privilegio de compartir con Alfredo.

Como él, considero que el Departamento de Filosofía (DF) y su revista Pensamiento Crítico (PC) fueron hitos en la formación del pensamiento social cubano. Yo era un joven estudiante en la Universidad de la Habana (1968-1972, con 16 y 20 años) y esperaba ansioso la salida de dos revistas: PC y Revolución y Cultura. Las devorábamos y comentábamos, unas veces creyendo en las virtudes de la revolución cultural china y otras ansiando ser partes del combate cultural de mayo de 1968. Algunos profesores del DF pasaron por mis aulas, en ocasiones diciendo disparates que resultaban mucho más estimulantes que las verdades ortodoxas que ya se abrían paso en la Universidad de la Habana. También como él, creo que no es posible separar la experiencia del Centro de Estudios sobre América (CEA) del DF/PC, y no es casual, como afirma Alfredo, que una parte significativa de los efectivos del CEA estuviera formada por antiguos DF, unos muy protagónicos como Aurelio Alonso y Fernando Martínez, otros con involucramientos más ligeros como fueron los casos de Rafael Hernández, Juan Valdez Paz y Hugo Azcuy, entre otros. Al final ambas experiencias buscaron un posicionamiento más comprometido de las ciencias sociales con el proyecto de cambios abierto en 1959 (o al menos como lo imaginaban), y al mismo tiempo un remozamiento de sus bases epistemológicas, siempre amenazadas por las ortodoxias doctrinarias. Pero cada una lo hizo a su manera y en sus circunstancias.

Y en esto último estriba una discrepancia fundamental con el artículo de Alfredo Prieto: las figuras paradigmáticas de DF/PC —sin restarles un adarme de sus méritos intelectuales— no fueron relevantes en el desarrollo teórico que tuvo lugar en el CEA. Tanto Aurelio Alonso como Fernando Martínez fueron siempre electrones diferenciados que realizaban sus quehaceres intelectuales en relación con otros espacios y no produjeron ninguno de los productos intelectuales críticos icónicos que señalizaron el apogeo intelectual del CEA entre 1990 y 1996 y sirvieron de argumentos para la represión de 1996. Las personas que sí tuvieron impacto en el CEA fueron las que tuvieron un rol marginal en el DF/PC: Juan Valdez, Rafael Hernández, Ilya Villar y Hugo Azcuy. Y no se trata de una simple casualidad, sino de que había una diferencia fundamental entre lo que quería hacer el DF/PC y lo que quería el CEA, sencillamente porque cada uno fue un resultado de sus circunstancias.

Hagamos un viaje a la semilla. DF/PC fue un proyecto intelectual orgánico a un momento específico de la Revolución Cubana en que esta transitaba a su primera fase termidoriana. Es decir, cuando se había detenido el ímpetu liberador, la nueva élite establecía sus arreglos institucionales mediante un severo autoritarismo y la sociedad comenzaba a buscar su acomodo en el mundo real, lo que para los cubanos significaba en primera instancia el acceso al coto de consumo del sur de la Florida.

Los grandes debates “revolucionarios” habían concluido —como organizar la economía, como relacionarla con las metas espirituales revolucionarias o como congeniar libertad y militancia en el arte revolucionario— y comenzó una etapa voluntarista y autoritaria que reprimió las diferencias y erradicó los últimos espacios de autonomía social: campos de reclusión de los “otros”, eliminación de derechos civiles y políticos, eliminación de toda forma de economía privada, etc. Con todo ello tuvo que convivir Pensamiento Crítico y mirar para el lado de forma vergonzante. Miró hacia delante en el único ángulo en que la post-revolución trataba de mostrarse renovadora: la revolución latinoamericana y en general el movimiento anticapitalista mundial del que Cuba se convirtió en un centro con las conferencias de OLAS y Tricontinental. Y murió en las arenas militantes cuando el gobierno cubano comenzó su desvío prosoviético y el escenario político latinoamericano comenzó a derivar hacia experiencias de nacionalismo militar (Panamá, Bolivia, Perú, Ecuador) y la muy heterodoxa experiencia socialista chilena. Los últimos números de PC fueron de un “fidelismo” a toda prueba francamente decepcionante.

El CEA fue durante la mayor parte de su historia un espacio ilustrado y poco tomado en cuenta de estudios latinoamericanos. Aunque muchos detractores han querido mostrar al CEA como una avanzada de la inteligencia cubana, eso no es cierto. No dudo que algún miembro más avezado haya desempeñado roles en este sentido, pero nuestro quehacer era mas modesto y aburrido. Un par de veces al año nos reuníamos con Piñeiro para conversar algunas generalidades y de vez en cuando nos pedían del Departamento América un informe sobre algo o alguien, lo cual nos hacía sentirnos importantes. Y sosteníamos intercambios interesantes con universidades hemisféricas, más interesadas en que les habláramos de Cuba que de realidades que ellos conocían mejor que nosotros. Como bien argumenta Alfredo Prieto en su artículo, a su interior se gestaba un pensamiento más renovado que en el resto del país, debido por un lado a la presencia de colegas latinoamericanos, pero también de dos fundadores que tuvieron un rol destacado en el planteamiento de nuevos temas, lecturas de nuevos autores y el planteamiento de una metodología rigurosa: Juan Valdés Paz y Rafael Hernández. Cualquiera de los dos, y en particular Juan Valdés, difería totalmente del modelo de intelectual que animaba DF/PC. Juan era (y es) un erudito de base marxista, pero notablemente heterodoxo y ecléctico. En cualquier otro país, Juan estaría sentado en una poltrona universitaria, con un salario astronómico, explicándonos como ve al mundo. No ha sido así, pero afortunadamente los que estábamos en el CEA pudimos escuchar sus explicaciones y alimentarnos de su erudición.

Pero lo que proyectó al CEA a sus 15 minutos de gloria fue su incursión en temas cubanos. Sin lugar a dudas, esto se debió a la decisión de sus entonces investigadores más jóvenes —digamos que transitaban por sus cuartas décadas de vida— de proyectar su bagaje intelectual sobre una situación crítica y que requería de una reestructuración de la sociedad cubana. No fue una acción coincidente en diagnósticos y recetas, pero sí en cuanto a que era necesario actuar sobre la sociedad y la política cubana para obtener una economía viable que implicaba necesariamente dosis mayores de mercado, una sociedad civil más autónoma y una política más democrática y participativa. Y no se hizo sobre bases teóricas estrictas —nadie se preocupó de la salud del marxismo— sino a partir de un bagaje ecléctico nutrido de anaqueles muy diversos. Fueron estos investigadores treintañeros quienes produjeron lo que la gente leía con avidez y lo que despertó la furia inquisitorial en marzo de 1996. Y, aclaro, para poder hacerlo el CEA también tuvo que no mirar a un sector oposicionista que reclamaba, con pleno derecho, un lugar en esa sociedad democrática que nosotros asumíamos como el mejor de los mundos posibles.

Pero la decisión de los investigadores de colocar el tema cubano bajo escrutinio entre 1990 y 1996 no se hubiera podido materializar si no se hubieran desplegado otras dos variables. La primera de ellas fue la profunda crisis llamada eufemísticamente Período Especial. Nunca como entonces la clase política postrevolucionaria sintió sobre sus espaldas el peso de su propio estropicio, lo que en un primer momento abrió algunos espacios al debate nacional formal (1990-1991) y luego dejó un vació de políticas que condujo a una tolerancia de facto ante algunas manifestaciones críticas. El trabajo del CEA en este período fue un resultado de esta apertura parcial del espacio público. Y, en segundo lugar, un hecho más prosaico: buena parte de las investigaciones del CEA se hacían con financiamientos externos con buenos salarios en dólares para sus investigadores que terminaban alimentando las depauperadas arcas del Partido Comunista. Eso explica, por ejemplo, que cuando el reformista Carlos Aldana tratara en 1992 de disolver al CEA —un intento de ajuste de cuentas subsecuente a la defenestración de Piñeiro— la institución recibió el apoyo del muy conservador departamento de organización comandado por Machado Ventura. Cosas de la política en minúsculas.

En resumen, el DF/PC fue orgánico a un momento específico de la revolución en su metamorfosis termidoriana y recibió todo el apoyo de la élite política y de Fidel Castro. El CEA, desde 1990, aprovechó una oportunidad política y se lanzó al ruedo para buscar una solución socialista a la crisis generalizada, pero no fue orgánico a ningún factor político. Solo fue conveniente en la coyuntura. Por nuestro edificio en la calle 18 en Miramar, pasaban importantes figuras políticas —Armando Hart, Abel Prieto, Pedro Ross, Roberto Robaina, etc.— y se daban en nuestros salones una ducha de tolerancia pluralista. El director del CEA le llamaba la estrategia de “los muchos paraguas abiertos”. De cierto, cuando Raúl Castro habló en el V Pleno acusándonos de quintacolumnistas del imperialismo, ni un solo paragüitas resistió la invitación al cierre.

Entre la experiencia del DF/PC y el CEA de los 90 mediaba un cuarto de siglo. Toda una generación, y probablemente por ello Fernando Martínez debió inquietarse cuando percibía nuestro desinterés en sus charlas filosóficas sabatinas, que nos parecían oscuras, etéreas y supernumerarias. Nos separa otro cuarto de siglo de la represión del CEA, y la nueva generación crítica que aflora en Cuba generalmente prescinde de los diseños sistémicos que produjimos hace 25 años. Pudiera parecer una falencia, pero a favor de ellos y ellas diría que han conseguido una diversidad de temas bajo escrutinio que nosotros nunca alcanzamos. Es otra generación.

Y cada una ha sido sencillamente ella y sus circunstancias.

© cubaencuentro.com

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