martes, septiembre 08, 2020

Dagoberto Valdés Hernández desde Cuba: “PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO”


Tomado de https://www.facebook.com/

“PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO”

Por Dagoberto Valdés Hernández

6 septiembre 2020

Testimonio para la novena de la Caridad. Parroquia de la Caridad. 6 de septiembre de 2020

Doy gracias a Dios porque puedo comenzar este breve testimonio 13 años después de que hablé por última vez en esta Novena de la Caridad, y porque puedo decir con Fray Luis de León “como decíamos ayer…”.

Hemos escuchado el Evangelio en que Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente y qué dicen ustedes de quién soy yo. Me han pedido que les comparta mi testimonio personal de quién es Jesús y la Virgen de la Caridad para mí. Dios me ayude.

Jesús es para mí el que habló por la voz de mi padre y mi abuela para que antes de cumplir mis diez años decidiera, por mí mismo, si permanecía en la Iglesia Metodista o me preparaba en la catequesis para tomar mi primera Comunión y me confirmara en la Iglesia Católica donde había sido bautizado de pequeño.

Jesús es para mí, cuando en la Escuela Primaria me preguntaban si era religioso y me daba fuerza para responder, solo en mi aula que sí, mirando aquella estampa del buen pastor tocando a una puerta de madera y aquella frase de mi infancia: “El Señor está a la puerta y llama”. Por ese llamado, Jesús fue mi cómplice cuando en secreto, para que mis padres no se preocuparan, me iba cada mañana a la Catedral para ayudar al Padre Cayetano en las misas de 7 y 7 y media, y desayunar con él y el P. Jaime Manich antes de correr para la escuela.

Jesús es para mí el Maestro, cuando le dije que sí para ser catequista del Obispado con solo 13 años, y luego me dio entusiasmo en medio de la persecución, para organizar, a mis 20 años, con Sor Aida y el Padre Loredo, aquel Primer Encuentro Diocesano de Jóvenes en el Año Santo de 1975, en que exultantes gritábamos en la naves de la Catedral: “Cristo nos hace felices”.

Jesús es para mí el que descubrió mi vocación al laicado comprometido por mediación del jesuita Padre Miyares en los Ejercicios Espirituales de Peñalver cuando todo el mundo creía que iba a ser cura. Ahora puedo decir que Miyares no se equivocó porque el Espíritu de Jesús se lo sopló.

Jesús es para mí Luz, Sal y Fermento cuando acepté ser el representante de mi diócesis en la Comisión Nacional de Laicos con Mons. Meurice a la cabeza.

Jesús es para mí Pastor y Cabeza cuando me hizo enamorarme de la Iglesia cubana y poder vivir con toda la pasión y la entrega de que fui capaz los caminos de la REC y el ENEC cuando tenía 30 años. Aprendí en la escuela de Jesús a amar entrañablemente a la Iglesia, y cuando esta, pobre y perseguida Iglesia, salió por primera vez a un espacio público, fue Jesús quien me inspiró las palabras de homenaje al Padre Varela en el Aula Magna de la Universidad de La Habana reconociendo que se puede amar a Cristo, a la Iglesia y a Cuba con el mismo corazón.

Ha sido Jesús quien me enseñó a amar la universalidad de la Iglesia cuando me llamó por voluntad de su Siervo San Juan Pablo II para servir en la Comisión de Justicia y Paz en el Vaticano.

Ha sido Jesús quien me dio la fuerza y el ánimo para poder escoger entre mantener mi trabajo de ingeniero o irme castigado a recoger yaguas en una carreta durante 10 años y un mes, por servir a Dios antes que a los hombres, a causa de la revista Vitral y el Centro de Formación Cívica y Religiosa. Aquellos han sido los mejores diez años de mi vida porque Jesús desafió mi pobre naturaleza poniendo uno de mis pies en el Vaticano y el otro en los campos de Pinar al lado de los yagüeros. Divina tensión de su Llamada a ser sus discípulos.

Y ha sido Jesús, mi bastón y mi energía, porque creo que, para hacerme crecer y descubrir otras formas de evangelizar, fue Él quien me envió la mayor y más dolorosa prueba de mi vida: el ser talado de todos mis compromisos dentro de la Iglesia… Hoy, doy testimonio que Dios no da una prueba sin mandar, junto con esa cruz, la Gracia para cargarla con paciencia, con mística para el caminante, con lágrimas para enjugar la intemperie y fidelidad para sobrepasarla. Jesús ha sido durante estos años de desierto y destierro mi único sostén, mi consuelo y mi fuerza. 

Doy fe de que sin Jesús, mi Pastor, no hubiera podido cruzar por esa cañada oscura que parecía no tener fin. Él me empujó cada domingo a subir la loma de la Capilla, el me miró tiernamente en la parte de atrás del templo y con el Pan de Vida alimentó mi frágil fidelidad. Jesús me enseñó que el compromiso cristiano es con Él, exclusivamente para Él y para los hermanos, y no debe dejarse llevar por los vaivenes de los hombres que van y vienen. Venimos a la Iglesia por Jesús y permanecemos en ella solo por Él. Solo Él pudo hacer ese milagro que duró 13 años. Me he sentido salvado del naufragio por su Sublime Gracia, como dice el himno. Solo en Jesús hay esperanza. Por Jesús he trabajado para el cambio deseado y gracias a María de la Caridad he podido mantener el ritmo de nuestra espera.

Mi primer recuerdo de la Virgen de la Caridad, de esta bendita imagen de la ternura, fue cuando venía con mi madre y una vela en mi mano de niño, al salir la procesión, y me tenía que poner de puntilla allá en la acera para poder verla por encima del murito inferior de la verja. 

La Virgen de la Caridad me enseñó a ser patriota, me inspiró a trabajar por la Patria sin odios ni rencores. La Virgen de la Caridad me contó, en su maternal regazo, la historia de Cuba con sus mambises que no hallaron ninguna contradicción entre el amor a Dios y el Amor a Cuba. Jesús me dio el privilegio de cargar con Él la cruz que la Virgen de la Caridad sostiene en su mano derecha. Ha sido por Jesús y por esta Iglesia que decidí un día no marcharme de este país teniendo todas las oportunidades; y por Jesús y por María aspiro a permanecer y morir aquí en Cuba como un hijo fiel de la Iglesia. 

Por eso, muchos años después, cuando se fundó esta Parroquia en 1979, me ofrecí para trabajar en ella y luego, junto con otros, tuve el privilegio de colocar en el pedestal de allá afuera su bendita imagen cuando no se podían sacar las imágenes fuera del templo. Luego tuve el gran consuelo de colocar los restos del Padre Cayetano, que fue como mi segundo padre, en ese lugar junto a la Cruz y escribir su epitafio en esa tarja y colocar allí la oración que escribí a Cristo crucificado que tanto le gustaba a él.

Por último, permítanme terminar confesando delante de mi comunidad cristiana que: a pesar de mis muchos pecados y limitaciones, vale la pena entregar la vida por Cristo, vale la pena consagrar la existencia a Dios y a su Iglesia. Vale la pena sufrir los embates que vienen de fuera y también los que vienen de dentro que duelen más… y vale la pena porque así, en cada Misa, en cada ofertorio, mis pobres manos vacías fueron rellenadas de estas pequeñas ofrendas de vida. Han sido estos pequeños y cotidianos, y a veces dolorosos “Sí” que, sin mérito propio, he podido mínimamente participar de la pasión de mi pueblo que es también la pasión de Cristo. Hoy día mi oración preferida y casi la única es ofrecer todo y ofrecerme todo.

Se los digo con el corazón, vale la pena vivir por Cristo, en esta Iglesia y permaneciendo en Cuba. Confieso también que todo, absolutamente todo, lo que he podido ser, sentir, querer y hacer, ha nacido de la fe en Cristo, ha sido por la fe en Cristo, porque he aprendido que todo pasa menos su Amor.

Hoy se lo vengo a ofrecer todo, incluidos mis pecados y defectos, y les confieso que, a pesar de los pesares y de mí mismo, puedo decir a mis 65 años que he sido plenamente feliz aquí, por Cristo Jesús, a quien confieso como el Hijo de Dios vivo, ha sido todo en mi vida, a Él la gloria por los siglos. Amén.