sábado, diciembre 18, 2021

De los archivos de Baracutey Cubano: ¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA EN CUBA? _segunda parte

FelizNavidad #Feliz Navidad

Villancicos Famosos en Español  y algunos en Idioma Inglés


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¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA EN CUBA?


 Por Pedro Pablo Arencibia Cardoso

Miami
Estados Unidos

Los  recuerdos de las Nochebuenas, las Navidades, Año Nuevo  y  Día de Reyes  de mi niñez y adolescencia están entre los más felices de mi vida. El preámbulo a esas fechas lo eran, para mi alegría,  las blancas "flores de aguinaldo", pues en la entonces nueva urbanización donde mi padre construyó nuestras casas (construyó dos en diferentes etapas debido al crecimiento de la familia) en los años 50 del siglo XX, habían unos solares yermos donde  con la llegada del invierno florecían esas campanillas blancas que en un libro de lectura para la escuela primaria, escrito si mal no recuerdo  por el Dr. Carlos de la Torre y Huerta, llamaban  la nieve de los campos de Cuba. Los villancicos en la escuela pública,  en la televisión y en la radio, así como los anuncios navideños y los arbolitos de Navidad con sus nacimientos,  eran   junto con el relativo frío del invierno cubano un marco ideal e inolvidable para disfrutar de la  magia  de las festividades navideñas, cuya razón de ser es Cristo.

En nuestras casas siempre,  antes y después de 1959, se celebró la Nochebuena de manera abierta y sin ninguna “escondedera” cómo  nunca tampoco se escondió el Corazón de Jesús  ni la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre; hasta la estatua de la Santa Bárbara siempre estuvo en su castillo mirando  para la calle en nuestra casa en el reparto habanero nada exclusivo de El Calvario. Sin embargo,  a  la Nochebuena no le dábamos un significado religioso, aunque lo conocíamos. La Nochebuena  para nuestra familia (como para la gran mayoría de las familias cubanas) representaba la gran cena anual  de la unión y la reunión familiar de nuestra familia  en cuya mesa un lechón asado, matado y adobado en casa,  no podía faltar, así como el potaje de frijoles negros, la yuca con mojo, la ensalada de lechuga y tomates,  los diferentes turrones españoles y cubanos, las nueces, las avellanas,  los dátiles e higos así como  los exquisitos dulces de cascos de guayaba y de naranja agria, el dulce de coco rallado, los buñuelos de yuca, etc. que preparaba  mi madre, todo esto acompañado de agua, vinos, refrescos y alguna que otra cerveza sólo para los mayores, pues en la casa no se tomaban, salvo en fechas excepcionales como esa, bebidas alcohólicas, las cuales se tomaban en cantidades muy moderadas. También en la mesa estaban presentes latas de conservas en almíbar de mitades de pera, de  melocotón y  de coctel de frutas, todas procedentes de Estados Unidos.

Una Nochebuena muy especial fue la celebrada en 1957 en la residencia que mi tío materno Ramón  le  diseñó, construyó y regaló (con un auto Chevrolet de 1953 en el garaje) a mis abuelos y a sus hermanas solteras en la incipiente urbanización de clase media llamada Ciudad Jardín; urbanización frustrada y venida a menos después de 1959. Mi tío Ramón, uno de los ocho hijos de mi abuelo sastre con mi abuela,  había sido  un “guajirito” mulato de Unión de Reyes, Matanzas, que se ganó una beca para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios localizada en La Habana y después, trabajando y estudiando, se hizo arquitecto en la Universidad de La Habana;  su  ejemplo de superación y prosperidad no era un caso excepcional en la tan vilipendiada República de Cuba anterior al fatídico 1959, en la cual con esfuerzos, sacrificios y  perseverancia para lograr un bien definido objetivo en la vida se podía salir adelante y alto en la vida personal y social. En esa pletórica Nochebuena todos los hijos e hijas, yernos, nueras y  nietos de mis abuelos nos reunimos a cenar uniendo varias mesas y dividiendo a los comensales en dos tandas: en la primera tanda cenamos los niños y en la segunda  los mayores. Los niños no nos dábamos cuenta que éramos dichosos como nunca más lo fuimos  en la vida,  pues todos nuestros seres queridos conocidos estaban  vivos y, para mayor felicidad, reunidos físicamente.

Muy distinta esa Nochebuena a la de 1983  en la que  dos o tres días antes de esa fecha yo llevé  desde Pinar del Río, provincia donde yo residía, en un viaje de “llega y vira”,  un gran pernil de puerco para la casa de mis padres en La Habana sin que afortunadamente  la Policía Nacional Revolucionaria parara  el carro del “botero” en que yo  lo llevaba,  pues estaban  registrando y decomisando toda la carne de cerdo  que fuera para La Habana. En esa ocasión mi madre un tanto triste y apenada me preguntó cuando yo le entregué la carne: Pedro ¿puedo enviarle un pedazo a tus tías?  Yo le respondí: ¡Claro que sí Mima, lo que tú quieras!; fue su última Nochebuena en Cuba. No deseo  terminar este escrito sin señalar que el 24 de diciembre de 1969,  es decir el día de Nochebuena de ese año, en el restaurant El Cochinito, especializado en platos con carne de puerco  y  localizado en la famosa y céntrica calle 23 de El Vedado, lo que se ofreció ese día para todos los comensales fue BACALAO… Señalo algo  fundamental para que se entienda en toda su magnitud lo inmediatamente antes señalado: en aquella época en Cuba ya todos los restaurantes, cafeterías, etc. tenían un sólo dueño: la tiranía castrista, ladrona de las vidas y haciendas de todo un pueblo.

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Por Alberto Roteta Dorado
Santa Cruz de Tenerife
España

En la Cuba de la etapa castrista se dan una serie de fenómenos que resultan incomprensibles para aquellos que no han pasado por la experiencia de haber vivido directamente en medio de las adversidades de la isla. De ahí que muchos no lleguen a entender cómo es posible que a una nación de gran tradición religiosa le fuera suprimida su Nochebuena y su Navidad. Téngase presente que el régimen castrista, una vez que declaró de manera pública el carácter socialista de su revolución, asumió una modalidad totalmente ateísta, con lo que copiaba fielmente los cánones de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), por aquellos tiempos el modelo prototípico sobre el cual el maníaco comandante que se adueñó de Cuba y de los cubanos basaba todas, o la mayoría, de sus determinaciones.

Esto hizo que una vez iniciada la década del setenta -hasta los sesenta quedaban ciertos remanentes de las costumbres y de las prácticas religiosas que en cierta medida lograron prevalecer- ya apenas se decía nada acerca de la Nochebuena, la gran reunión familiar en la que se cenaba, se bebía el buen vino, y con decencia y decoro se esperaba el sagrado momento del nacimiento  del Maestro-Redentor. Independientemente de la supresión de cualquier elemento de religiosidad por parte de la dictadura castrista, los cubanos se fueron quedando de manera progresiva sin la posibilidad de brindar decentemente y con recogimiento, toda vez que ya no había vinos, o escaseaban demasiado; mientras que los precios del tradicional lechón cubano, y en menor medida del pavo, alcanzaban cifras elevadas, algo que ahora llegó a su clímax ante la depauperación de la economía del país.

Digo brindar con decencia, por cuanto con el transcurso de los años cualquier reunión se convirtió en pretexto para las borracheras que al poco rato llegaban a la agresión violenta, ya sea verbal o físicamente. El hombre nuevo que tanto pregonaron se alzó desde las podredumbres guevarianas para diseminarse por la isla, con lo que se exterminaban esos valores a los que hizo referencia demasiado tarde el sucesor de Fidel Castro en el poder.

Pero como todas las grandes festividades religiosas tienen una octava, o sea, una prolongación durante los siguientes ocho días a su realización propiamente dicha, luego de los días de la Nochebuena y Navidad viene el año nuevo, y es justamente donde el castrismo hizo su peor sacrilegio, esto es, convirtió el sagrado día de año nuevo -a solo unos pocos días del solsticio del invierno, fecha que coincide con la navidad cristiana- en el día del culto a la llamada revolución cubana, por cuanto se vanaglorian ya que de manera coincidente su “triunfo” del día 1 de enero de 1959 se corresponde con el día de año nuevo.

Yo nací en los sesenta y apenas recuerdo acerca de la Nochebuena y de la Navidad. Ya en mi infancia y adolescencia la represión alcanzaba sus máximas expresiones. Eran los tiempos en que todo era diversionismo ideológico, rezagos del pasado, ideas pequeño-burguesas, o cualquier cosa estrafalaria que solo caben en las perversas mentes de los comunistas. La incertidumbre, la desesperanza, la tristeza, las penurias, las limitaciones, y ante todo, la ausencia de libertades mínimas, apenas dejaron lugar para la Nochebuena y la Navidad. Así las cosas, en Cuba fueron exterminadas la misa de media noche o del gallo, la Navidad cristiana, la celebración familiar de la Nochebuena, la espera del nuevo año en su verdadero sentido trascendental y no en relación con el considerado triunfo del castrismo, los decorados de las casas, calles y establecimientos con los adornos que hacen alusión a la etapa navideña, las costumbres de intercambiar regalos; en fin, todo aquello que tuviera que ver con una de las más importantes festividades del mundo de la cristiandad.
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Por Julio M Shiling
Miami
Estados Unidos

En la época más hermosa del año, la cena especial en la víspera de la Navidad, la Nochebuena, aguarda algo singular en el armazón medular del cubano. Es de suponer que la libertad y los espacios espirituales y materiales que ésta extiende, impacta de forma particular el modo de festejar esta celebración nacional emblemática. Cuba, exiliada pero libre, fue el escenario que más profundizó la noción de la Nochebuena. La familia, un montón de ella gracias a Dios, lechón, turrón y vino español, arroz blanco con frijoles negros, arroz moro, plátanos maduros y buena conversación de los adultos que los niños nos deleitábamos en escuchar y explorar. Y Cuba, lejana físicamente, sin embargo, consciente que crecía en ella, de forma abstracta, pero parte integral de su tejido e identificado plenamente que pertenecía a una nación transportada. Así recuerdo la Nochebuena siempre

El frío, la nieve, las noches largas y las luces mágicas tanto de la Avenida Bergenline, como las de Nueva York, fortalecieron el sentimiento de ser cubano en tierra extranjera. La Nochebuena y la Navidad, nos ofrecían la oportunidad para abrazar nuestra herencia, cultura e historia. La necesidad de acercarnos más a nuestra esencia propia como desterrados, se ampliaba por el contraste, no sólo climático de vivir en el norte, sino idiosincrático mucho más. Estábamos conscientes que pertenecíamos a una tribu que salió en busca de libertad y de que vivíamos lejos de nuestras palmeras y nuestro sol. Mis padres, mis abuelos, mis tíos y otros familiares y amistades, lograron, unísonamente, transmitirnos el entorno de la responsabilidad que viene con ser cubano y libre, pero en ausencia del país que me vio nacer. Nuestras Nochebuenas, invariablemente, las hemos celebrado siempre en Cuba, aunque esto fuera en tierra estadounidense, y nunca hemos dejado de aprovechar la oportunidad para preservar la llama de nuestra realidad.
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Por Eugenio Yáñez
Miami
Estados Unidos 

Las Nochebuenas que recuerdo eran la unión de toda la familia para cenar en grandes mesas que se colocaban en el patio de la casa de mi abuela, los mayores en una, los niños en la otra. La comida era muy sabrosa, pero el arroz, los frijoles, las viandas y ensaladas eran algo cotidiano en nuestras mesas durante todo el año, así como la carne, el pollo y el pescado (fundamentalmente los viernes). Lo peculiar en Nochebuena era el lechón asado, que se adobaba en la casa y se cocinaba en la panadería de la esquina, así como vinos (solamente para los mayores) y turrones españoles, manzanas y uvas, nueces y avellanas.

En esa gran reunión había familiares liberales, batistianos, comunistas, ortodoxos, auténticos y no interesados en política, católicos y ateos, pero en Nochebuena y Navidad no se hablaba de esas cosas, sino solamente de amor, confraternidad, alegría, amistad, esperanzas, buena voluntad y mejores deseos. Todo al lado del arbolito y el nacimiento, con villancicos y música navideña, además de música cubana bailable. Cada familia cubana celebraba de acuerdo a sus posibilidades y recursos, pero ni odios ni rencores cabían en ese ambiente festivo: esas miserias humanas las introduciría más tarde el comunismo en nuestra patria.

Después de la cena, algunos iban a la misa del gallo, otros a bailar o pasear, y otros se quedaban en la casa con los niños que, naturalmente, no íbamos a bailar ni tampoco a la misa, por ser a una hora muy tarde para los menores de edad. Y todos comenzaban desde ese momento a pensar en las fiestas de año nuevo, mientras los niños soñábamos con los regalos de los Reyes Magos, confiados en que nos habíamos portado bien.

El totalitarismo nos quitó las festividades y las posibilidades materiales de realizarlas, pero no pudo arrebatarnos las ilusiones ni la buena voluntad entre cubanos, y tanto en la isla esclava como en el destierro, la Nochebuena continúa significando siempre ese gran encuentro familiar de cubanos esperando la Navidad y compartiendo la cena con lo que se pueda poner en la mesa, mientras nos deseamos lo mejor de lo mejor para todos, menos para los miserables que nos roban las ilusiones y el futuro.

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1 Comments:

At 1:34 p. m., Blogger Roberto Martinez said...

Muy buen artículo amigo, te felicito y que tengas una Feliz Navidad...!!!
Llámame desde tu nuevo número, el mío es el mismo...
Un abrazo

 

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