lunes, mayo 14, 2007

DEL PERIODISMO Y DEL AMOR

Tomado de El Nuevo Herald.com


Del periodismo y del amor

Por Manuel Vázquez Portal

La noche del 30 de abril, Blanca González, la madre del periodista cubano, Normando Hernández, con una lágrima, como único diamante, titilándole en la mejilla, recibía en Nueva York, en nombre de su hijo ausente, el premio del PEN/ Bárbara Goldsmith 2007 Libertad para Escribir.

Normando, quizás el rostro contra los barrotes de la celda de una cárcel camagüeyana, contemplaba la noche cubana, honda y estrellada, sin imaginar siquiera cómo es el vértigo de luces de Times Square por donde pudiera pasear, los rostros reflejando todos los colores, con su esposa Yaraí Reyes, o una tienda más grande que los sueños infantiles llamada Toys-R-Us donde su hija Daniela, que apenas tenía un año cuando lo encarcelaron, pudiera elegir, sin cupones de racionamiento o sin moneda foránea, el juguete que deseara, ni que su nombre estaba siendo citado entre altas personalidades de la cultura y el periodismo.

A esa hora yo oteaba el lomo del planeta desde un avión que me devolvía de Alemania al abrazo de mi hijo Gabriel, pero no podía olvidar la foto de Daniela, bata de encajes blancos, sonrisa de primer año, intemporalizada por la mano, fugitiva entonces, de su padre engalanando, tal vez, aliviando o bendiciendo un rincón del calabozo de castigo donde quisieron acallar con muros y con rejas la voz del periodista, y desde donde me la enseñaba, orgulloso, cuando yo pasaba, esposado, frente a aquel sórdido cubil de una cárcel santiaguera.

El 18 de marzo, cuando comenzó la ola represiva de la primavera negra de Cuba, Normando había hecho todos los preparativos para celebrar el primer aniversario de Daniela y decidió no dejarse atrapar por la policía política hasta tanto se realizara el agasajo y él pudiera tomar aquella foto que después alumbraría su celda.

Así lo hizo. Burló el cerco del aparatoso operativo policial que rodeaba su casa, vio cómo revolvían sus papeles, confiscaban sus libros, registraban cada rincón de su hogar. Conteniendo la rabia, reprimiendo hasta el aliento para no delatar su posición escapó de la redada.

Aquella noche durmió sobre las ramas de un árbol. Al otro día, al cerciorarse de que no sería sorprendido, volvió y entonces vio desfilar por su casa una caravana de policías disfrazados de fumigadores, inspectores de vivienda, payasos y hasta tragaespadas que, con el torpe disimulo que da la arrogancia, pretendían descubrirlo. No fue hasta que tuvo la foto que se entregó a sus perseguidores.

Veinticinco años de cárcel fue la condena. Quizás se ensañaron más por el ridículo a que los había sometido. Les molestaba que fuera periodista independiente, pero les molestaba más que fuera valiente. ¿Pero cómo esperaban que sin valentía se ejerciera el oficio prohibido por la represión gubernamental? En todas partes el periodismo libre exige una cuota de arrojo, pero en Cuba hay que ser aún más audaz, hay que amarlo hasta el delirio, el sacrificio.

( Yaraí Reyes cargando en brazos a Daniela, junto a otras Damas de Blanco pidiendo Amnistía; año 2005 )

Entonces Normando tenía sólo 33 años. Era un hombre saludable y soñaba con celebrarle muchos cumpleaños a Daniela. Hoy lleva cuatro años sin poderle tomar más fotos a su hija, le han quebrado los pulmones y han destrozado su estómago. Pero su voluntad sigue intacta y se alebresta cuando abusan de otro preso y se alza cuando una injusticia ronda los calabozos y escribe y denuncia como si la tuberculosis no lo minara, como si el estómago no lo debilitara cada día.

Normando Hernández es un héroe del periodismo y del amor. En Cuba lo han condenado por ejercer su oficio y en el mundo lo han premiado por su coraje para ejercerlo. Otros jóvenes periodistas cubanos como José Ubaldo Izquierdo, Regis Iglesia, Pablo Pacheco, que también fueron condenados, también tendrán su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta.