Tomado de: http://www.espanaliberal.com/opinion.php?id=755
Cubanólogos
Roberto A. Solera
Nada tan fácil de cobrar fuerza, vigor y permanencia que los mitos reiterados
difundidos sobre los “por qués” de Cuba y su situación política, pasada y actual.
Uno que perdura desde la insurrección contra Fulgencio Batista Zaldívar y su dictadura es que Fidel Castro Ruz tomó el poder a causa de su alzamiento en armas en la Sierra Maestra.
La “guerrita”, popularmente igualada a una lucha ciclópea contra titanes, sólo duró aproximadamente dos años (Diciembre 2/Noviembre 30, 1956 a Diciembre 31, 1958), y tuvo por escenario mayoritario secciones de la provincia de Oriente, grupos alzados en armas en la Sierra del Escambray y otros grupos menores en las provincias de La Habana, Pinar del Río y Camaguey, que al terminar “la guerra” no eran ni 1,000 hombres mal armados, sucios y hambrientos.
La violencia política ha sido un arma durante mucho tiempo en Cuba, en épocas coloniales, de independencia, de república y durante -sobre todo-de dictaduras.
La hemos glorificado, personificando al “macho” que llevamos en nuestros pechos los cubanos. Unos porque lo fueron de verdad y otros, porque ansiaron serlo, pero no se atrevieron.
Nuestros héroes son como Maceo: aguerrido, ciclópeo, tenaz, valiente, y hemos hecho nuestra imagen duradera en su figura de guerrero erguido en su caballo, ajeno a las balas que silbaban sobre su cabeza, en sus cientos de heridas, en su desprecio a la muerte, mientras ésta acechaba su oportunidad, que le llegó en Punta Brava, el 7 de diciembre de 1896.
Cuando los rebeldes se alzaron, en un principio eran una banda de forajidos, “muerde y huye” como los calificara Otto Meruelos. Glorificados luego como los nuevos mambises -sin recordar a los Majases-y enunciados como “barbuzes” en Oriente, y sus “hazañas” magnificadas por la propaganda a través de Radio Rebelde y por las “múltiples columnas” rebeldes –inventadas por Fidel Castro y con numeración alterada para despistar a los contrarios, y hacerles creer que donde sólo había cientos, eran miles de miles los alzados.
Si algo ha demostrado Fidel Castro alguna vez es su “genio” para mentir e “inflar” su importancia. Con el mismo engañó incluso a sus compañeros rebeldes, de su propia organización y la de los otros. Que también “inflaron su globo” y pregonaron a derecha e izquierda su beligerancia –limitada por el mismo Castro a “comer vacas” mientras esperaban –con paciencia milenaria china—a que el régimen de Batista cayera por su propio peso, y empujado –realmente—por el terrorismo, los atentados y otras formas violentas— en el Llano cubano– léase fundamentalmente La Habana con el ataque al Palacio presidencial en 1957, y Santiago de Cuba con su alzamiento del 30 de noviembre de 1956. Allí fue donde más arreció la lucha sangrienta, por unos y otros, donde lo mismo se torturaba al completamente inocente que se “ajusticiaba” al infeliz “casquito” que sólo buscaba en el reclutamiento un modo de vivir y comer.
Los “cubanólogos” –llamados así siguiendo la trayectoria de los sovietólogos o los sinólogos—pronto se dedicaron a “analizar” en altisonante prosa la mística y el mecanismo “glorioso” de la conquista del poder por las armas en la mano, glorificando las “batallas” que no fueron más que escaramuzas o tiroteos aislados, donde unos cuantos se enfrentaban a otros “unos cuantos” –los últimos sin muchas ganas de pelear pues estaban acostumbrados a sentarse en sus taburetes reclinados en las paredes del frente del Cuartel, esperando la guajirita hermosa pasara para piropearla o lo hiciera el guajiro –al cual pudieran extorsionar y sacarle su “puerquito”.
El arribo al poder de Castro –al revés de lo que muchos creen y divulgan—no fue ni repentino ni violento. Sólo fue un llenado del vacío político creado por Batista al marchar al exilio –presionado por el Depto. de Estado de EU—y creer, erróneamente, que los tiempos “no habían cambiado”.
No estábamos en 1933, ni Benjamin Sumner Welles y Franklin Delano Roosvelt ocupaban, uno el título de “Procónsul” y el otro, la poltrona de la Casa Blanca, en Washington.
Un puñado de “notables”, aspirantes a erigirse en Gran Electores, unidos a “personajillos” de segunda, que habían llegado a sus cargos militares más por amistad que por méritos de guerra, se reunieron en la sede del poder –como si éste tuviera sede alguna—y no teniendo o “los pantalones necesarios”, o algunos por evitar un baño de sangre –que luego dio paso a uno verdadero tras el ’59, mansamente aceptaron que alguien desde 1,200 Km. de distancia, sin poder real armamentista “invadiera” con su genio maléfico La Habana y dominara los resortes del poder –huérfanos desde antes que Batista tomara su avión para Santo Domingo.
En un anticipo de la teoría del dominó –que luego se pondría de moda en Indochina—poco a poco el nuevo “hombre fuerte” de personalidad carismática y en hombros de una mentira histórica –la lucha armada insurreccional-- se hizo con el poder.
No teniendo verdaderos contrarios en cuanto a sus aspiraciones políticas, respaldadas por una ambición desmedida, falta total de principios, y total y completa ausencia de escrúpulos, el “Máximo Líder” –autotitulado así a voluntad propia, para contraponerlo a los “lidercillos” como el mismo Castro bautizó a Faure Chomón Mediavilla y a otros, a los cuales la historia, lamentablemente le ratificaron su “titulo” fue dominando poco a poco los resquicios del poder y “limpiando” a su alrededor a todo potencial aspirante al puesto que él mismo se había adjudicado.
Fidel Castro no estaba equivocado. Ninguno de los presuntos “nuevos mambises” le podía, ni quiso, enfrentársele pues sin duda no tenían ni su carisma ni la “historia” que Castro se “había escrito”.Otros muchos, con ansias libertarias que no los habían abandonado al huir Batista ni al dominar Castro la escena, tomaron por el “viejo trillo” de los alzamientos pues se habían convencido que así se había derrocado a Batista y por tanto. se derrocaría a Castro.
¡Craso error!
El nuevo Tirano, ni por un minuto vaciló en aplicarles la fuerza avasalladora de un estado militarizado con ayuda de los “hermanos socialistas” –que incluso dirigieron personalmente la política de “sangre y fuego”-- que Batista nunca aplicó a los alzados pre-Fidel Castro.
Emulando la política de la Reconcentración de Valeriano Weyler, el “gobierno” cubano –sin compasión alguna para sus antiguos amigos y aliados— capturó y envió a un destierro interior a los campesinos que apoyaban a sus opositores, quitándoles a éstos últimos la base de sustentación que él mismo había disfrutado antes de 1959.
El mito se había consolidado y no sólo eso, había confundido a antiguos aliados y a nuevos partidarios y futuros cubanólogos, dándole a Castro viso de inderrotable caudillo.
Sería muy largo hacer el recuento de lo ocurrido en más de 43 años de omnímodo dominio del “Comandante” en la escena política nacional.
Ahora, a la otra falacia: la sociedad civil, término de moda entre aquellos que creen que con frases más o menos bonitas se puede derrotar a una sangrienta tiranía, cuando con ello sólo se solidifica su futuro, con otro nombre.
¿Por qué no se habló de sociedad civil –ambiguo término que muchos manejan alegremente-- mientras Fidel Castro era un espécimen fornido, lleno de vigor y vida y sí ahora que la Parca le pisa los talones y amenaza con alcanzarlo por inexorable ley de la vida?
Aldo Baroni acuñó la frase de “Cuba, país de poca memoria”, pero afortunadamente no todos los cubanos hemos olvidado, convenientemente, nuestro pasado reciente.
La famosa sociedad civil floreció en Cuba a la sombra de la revolución del 30 –con todos sus defectos— lo que le permitió a nuestra nación afianzar su nacionalidad, que había estado incipiente, pero presente, desde mucho antes.Sólo hay que usar un poco “la mollera” para entender que no hay posibilidad de una sociedad civil, fuerte y viril, si no hay primero libertad. Hoy por hoy, sólo hay vestigios minúsculos de la misma, pues aquélla que algunos conocimos y añoramos con sus representativas sociedades culturales, deportivas, sociales fenecieron –sin penas ni glorias—como carcomidos cascarones de vetustos edificios minados por las termitas en los albores de la década de 1960.
Muchas, por ser artificiales creaciones sin un sólido basamento popular y otras que vivieron algunos años más, por ser totalmente inocuas o haberse plegado a los deseos espurios del desgobierno cubano –no el único culpable de nuestros males.
¿Qué puede una sociedad civil ante un gobierno caprichoso y dictatorial que mientras con una mano le da permiso de salida del país a Oswaldo Payá Sardiñas, a recibir un premio Sajarov, que por definición es una tribuna antidictatorial donde proyectar ideas contrarias a los regímenes tiránicos del orbe, y con la otra lanza, de nuevo, a prisión al Dr. Biscet, que se ha pronunciado virilmente en su contra?
La fortaleza de la llevada y traída sociedad civil cubana se basa en una férrea unión clasista, profesional, de intereses literarios y sí…hasta de etnia racial.Un viejo adagio dice: “En la unión está la fuerza”.
Aún en nuestro escudo nacional, un haz de varillas unidas por una faja, simboliza la necesaria, indispensable diría yo, unión de aquéllos que dispersos son presa fácil, y unidos son inderrotables pues aúnan en un sólo haz sus fuerzas.
Pero, ¿dónde está el valor numérico de la mentada sociedad civil cubana en ciernes?
Un tiempo atrás, un redactor del Miami Herald dijo que los “opositores cabían en un sofá” –cruel y descarnada frase, pero verdad como un templo.
Recuerdo cuando la “revolución” se apoderó de los Colegios profesionales Farmacéuticos, Médicos, de Abogados, etc. los que tras unos vagos vagidos, infiltrados hasta el tuétano fenecieron o fueron controlados férreamente desde adentro.
Igual suerte había corrido la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) tras la asamblea de los “melones” –verdes por fuera, rojos por dentro—que había parecido siempre ser una fuerza incontrolable y formidable en la política cubana.
La Federación Estudiantil Universitaria (FEU) tomó igual camino, y de inhiesto refugio de la dignidad política cubana en la Colina Universitaria, y con un largo historial en su haber, pasó a ser una mera herramienta gubernamental, inocua y desprestigiada de los estudiantes universitarios –por lo menos de nombre, pues en realidad no los defiende y más bien los acorrala al arbitrio del gobierno, sin vestigios ni remotos de la rebeldía juvenil que había mostrado desde los tiempos de Julio Antonio Mella, de Manolo Castro, Álvaro Barba, José A. Echevarría y otros que la perlaron de honor y gloria en la Cuba pre-Castro.De modo que, ¿de qué sociedad civil hablan sus promotores si la vigorosa herencia de nuestros mayores no pudo hacerle frente al vendaval “revolucionario”? ¿No será que ya estaba difunta y sólo se sostenía de sus recuerdos y de sus mitos?
¿No será que al no haber libertad no es posible su existencia como fuerza decididora de nuestro futuro político?
¿O es que, convenientemente, algunos quieren hacer renacer los “partidos políticos de bolsillo” que en Cuba una vez sirvieron para las componendas políticas?
Y reiteramos, sólo en libertad hay sociedad civil. La primera da vida y gesta a la segunda.
La sociedad civil no nos lleva a la libertad, sino al revés, les da patente de corso a algunos “aprovechadillos” que por ahí nos gastamos, y le tupe la “mollera” a nuestro pueblo, y a muchos de los “cubanólogos” que nos gastamos.
ROBERTO A. SOLERA.- Escritor y periodista cubano, es el autor de "Cuba: Viaje al Pasado" y "Cuba en el Recuerdo". Es egresado de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana y fue Editor de mesa y columnista de El Nuevo Herald. En la actualidad es Editor de Cuba en el Mundo, periódico especializado en Cuba en la Internet.
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